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Gualeguaychu » El Dia
Fecha: 26/04/2025 22:05
Hace 13 años, cuando se confirmaba su nombre para ser Papa cometimos el error más grande: depositar todas las esperanzas en él, olvidándonos de nuestra propia responsabilidad. Ese día, Francisco se convirtió en el Papa del mundo y dejó de ser el sacerdote de la Argentina. Muchas de nuestras miserias nos arrastraron estos años. Cuántas veces escuchamos y repetimos reproches a su conducta, pasando por una radiografía imaginaria a cada uno que recibía. Fuimos incapaces de escuchar las veces que gritó la importancia del perdón en la vida de las personas. El mismo lo practicó con el actual Presidente, que lo había maltratado durante la campaña. “Todos cometemos errores, todos nos equivocamos”, le dijo y le puso punto final a la polémica. Fue consecuente con su prédica de austeridad y humildad para los sacerdotes. Vivió lejos de los aposentos papales, en el hotel de Santa Marta, en una habitación sencilla y sin lujos. Lanzó y sostuvo cambios que, para una institución milenaria como la iglesia, eran necesarios e imprescindibles. No se cansó de repetir, en relación a las minorías, qué él no era nadie para rechazarlas. “La iglesia es de todo y debe aceptar a todos. Insisto, a todos”, reafirmó. Le dio a la mujer un rol determinante en la estructura de su organización y fue motivo de preocupación hasta sus últimas horas. Quería que todo lo que se había avanzado en esa materia quedara al margen de los vaivenes ideológicos de la Curia. Le puso el cuerpo al drama de los refugiados. Su primer viaje fue a Lampedusa, el símbolo de la muerte y el oprobio de cientos de miles de inmigrantes que buscan su tierra prometida. Puso en agenda mundial el drama y obligó a los gobiernos a buscar soluciones. Fue un promotor tenaz de las relaciones interreligiosas y lo demostró con sus visitas a Israel y Rusia. Puso la cara con los casos de abusos cometidos por miembros de la iglesia y tampoco dudó en pedir perdón. “Así haya un solo sacerdote que comete estos hechos aberrantes, nos avergüenza a todos”, declaró. Concretó una histórica visita a Estados Unidos, tierra hostil para el catolicismo. Justamente, fue Barack Obama, el ex presidente norteamericano y no católico el que le escribió: “El Papa Francisco fue el raro líder que nos hizo querer ser mejores personas. Con su humildad y sus gestos a la vez sencillos y profundos, abrazando a los enfermos, atendiendo a los sin techo, lavando los pies a los jóvenes presos, nos sacó de nuestra complacencia y nos recordó que todos tenemos obligaciones morales con Dios y entre nosotros. Extiendo mi más sentido pésame a “todos los que, en el mundo, católicos y no católicos, se sintieron fortalecidos e inspirados por el ejemplo del Papa. Sigamos escuchando su llamado a no permanecer nunca al margen de esta marcha de esperanza viva”. Francisco fue un líder espiritual que buscó recuperar del laberinto en el que hace décadas esté metida la iglesia. Hurgó y pidió por los jóvenes, los ancianos y los enfermos. Por los que viven ‘en la periferia’ de la vida. Dios está para ellos, para darles esperanza y tenderles una mano. La profundidad de su mensaje nunca la comprendimos del todo. Nos detuvimos en cuestiones tontas y banales. ¿Acaso no juzgamos su conducta por sonreír para una foto? ¿O medir cuántos minutos hablaba con alguien? Quizás la profusión de gestos, de los que era militante, nos hicieron confundir lo superficial con lo profundo. Pero fue un error nuestro claro. Enteramente nuestro. Como tampoco faltaron los que se aprovecharon de su bondad para recibir a todos y no negarle una foto a nadie. De vivillos también quedó sembrado el camino al Vaticano. En toda esa espesura habría que buscar explicaciones de por qué nunca más volvió a la Argentina. Un “argento” típico como él, amante y prototipo de nuestra identidad, ¿cómo se pudo privar de volver, al menos una vez más, a su tierra amada? Al cabo, Francisco también era un mortal, un hombre de carne y hueso, y es probable que le haya sido difícil procesar la relación con su propio país. Si no supo, no quiso o no pudo, sólo él lo sabe. Debe compartir con los argentinos ese gusto amargo de la ausencia. Su tarea fue inmensa. Medio Ambiente, globalización, trabajo, deshumanización del capital. Agenda que, con coincidencias o no, llevó adelante desde su fe y de lo que le marca el Evangelio de los cristianos. Francisco fue fiel a sí mismo. No cambió. No lo encandilaron las luces del poder ni se dejó llevar por los cantos de sirena. Fue el mismo que, a horas de asumir, llamó al diariero para avisarle que se acordaba que le debía los diarios y se los iba a pagar. O el que llamó en silencio a cientos de argentinos para apoyarlos, darles una voz de aliento o simplemente decirles que rezaba por ellos. Lo mismo que pedía para él en su ahora inmortal “recen por mí”. “Fuera del perdón, de hecho, no hay esperanza; fuera del perdón no hay paz. El perdón es el oxígeno que purifica el aire contaminado por el odio, es el antídoto que cura los venenos del rencor, es el camino para calmar la rabia y sanar tantas enfermedades del corazón que contaminan la sociedad. Hay que “perdonar ¡todo y siempre! Precisamente como hace Dios con nosotros, y como está llamado a hacer quien administra el perdón de Dios: perdonar siempre”. Cuánto de esto necesitamos los argentinos. Dejamos pasar impunemente al argentino más grande de la historia. Ojalá recojamos sus enseñanzas. No habrá sembrado en vano. Francisco, gracias por todo. Perdón por no comprenderte.
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