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  • EDITORIAL: UN LEGADO DE AMOR.

    Concordia » Diario el Sol

    Fecha: 26/04/2025 02:42

    Hay aspectos de la vida del Papa Francisco que permanecían desconocidos para muchos y que trascienden un humanismo sincero y fecundo. Su legado se fundamenta en la tolerancia, el respeto por la vida, el rechazo absoluto a la guerra como medio para resolver conflictos y su insistente, aunque a menudo ignorado, llamado a la paz. El gesto de lavar los pies de los presos es, en esencia, un acto profundamente simbólico que encarna el perdón y la humildad, evocando la acción de Jesús con sus discípulos antes de la última cena. Sin embargo, Francisco llevó este principio aún más lejos. Durante una visita a una cárcel italiana, los internos le compartieron la difícil situación económica del penal, donde trabajaban en una panadería que acumulaba una deuda de 200 mil euros. Sin buscar reconocimiento ni hacer declaraciones públicas, el pontífice utilizó sus propios recursos para saldar la deuda, aun cuando esto dejó su cuenta personal casi vacía. Este acto no lo convierte en santo, sino en profundamente humano. Es esta humanidad la que define su papado y su vida, repetida en silencio una y mil veces. Hoy, cuando su cuerpo descanse en la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, el lugar que él mismo eligió, no serán mandatarios ni poderosos quienes lo acompañen en su último viaje. Serán los presos, migrantes, pobres y perseguidos, sus verdaderos amigos, quienes, con una flor en sus manos, depositarán el féretro en su lugar de descanso eterno. En este último gesto, Francisco deja un mensaje claro: el de la tolerancia, el perdón y el “amaos los unos a los otros” como un valor espiritual y moral imprescindible para construir un mundo mejor. Este mensaje es una luz en medio de la oscuridad de quienes lanzan bombas sin importar si sus objetivos causarán la muerte de hombres, mujeres y niños. Es un llamado a no perseguir a los migrantes ni dificultarles el acceso a la salud y la educación por el “delito” de buscar una vida mejor lejos de sus países de origen. En nuestra geografía, una Concordia que debería honrar su nombre, el ejemplo y la prédica de Francisco podrían inspirar a quienes tienen poder sobre la vida y el destino de los demás. Podrían frenar el impulso de llenar cárceles y comisarías con personas sospechadas de delitos, saturando espacios que se convierten en depósitos indignos de seres humanos. Si el Papa visitara espiritualmente nuestra Concordia, no se dirigiría al Palacio de Tribunales, conocido como la “Caldera del Diablo”. En cambio, caminaría hacia la Unidad Penal 3 para lavar los pies de los presos, o visitaría una residencia del COPNAF o un hogar de ancianos. Iría allí donde están los necesitados de algo más que comida: de amor, comprensión y paz. Honrar su legado implica respetarlo e instar a quienes tienen poder a ser ecuánimes, no verdugos. A evitar que las prisiones preventivas se conviertan en auténticas penas, donde las personas pierden su condición humana y se transforman en esclavos de un sistema obsoleto y violatorio de los derechos humanos. suma tu opinión

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