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  • Francisco, hasta el final

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 25/04/2025 10:36

    Francisco, el domingo pasado, en una de sus últimas actividades públicas: recorrió la Plaza de San Pedro el domingo de Pascuas Este título no es solo una manera de decir ni un gesto de admiración tardía. “Francisco, hasta el final” es una síntesis de vida, una brújula para leer su pontificado y una invitación para lo que sigue. Francisco no se reservó nada: sirvió hasta el último día, hasta el último gesto, hasta el último saludo. Murió como vivió, entregado, con la Iglesia en la calle, con la gente en el corazón. No dejó una imagen de poder ni un retrato solemne, sino un camino abierto. Nos queda su Pascua, su cercanía, su decisión de no abandonar nunca al pueblo que le fue confiado. Francisco murió como vivió: cara a cara con la gente. Su desaparición física nos duele, pero nos deja algo inmensamente más grande que su figura: un legado. Y no cualquier legado, sino uno que desafía, que interpela, que compromete. El legado de una Iglesia que, aunque frágil, no puede dejar de mirar a la gente a los ojos. Desde el primer instante, cuando pidió que el pueblo rezara por él antes de dar la bendición, el gesto marcó un nuevo tiempo. No fue una cortesía ni un gesto simpático: fue una definición. El Papa no se coloca por encima, se coloca en medio. Y desde ahí, durante más de una década, Francisco sostuvo con firmeza una Iglesia en salida, comprometida con el mundo real, que no se mira el ombligo, que se deja interpelar. Fue el Papa de todos. Aunque muchos intentaron apropiárselo, reducirlo, etiquetarlo, nunca fue de unos pocos. Su palabra fue universal, como su entrega. Pero ese “todos” tuvo para él un rostro concreto: los pobres, los migrantes, los excluidos, los descartados, los presos. Francisco no hablaba en abstracto. Señalaba con precisión las heridas del mundo y ponía allí la mirada y las manos de la Iglesia. Sus viajes apostólicos —a los márgenes, a las periferias geográficas y existenciales— no fueron decorativos. Fueron opciones valientes. Decisiones que hablaron más fuerte que muchos discursos y donde el Papa eligió estar donde más duele. En las cárceles, en los campos de refugiados, en los barrios olvidados. Fue capaz de hablar con todos, sin miedo a perder identidad. Lo hizo con Jefes de Estado, con referentes de otras religiones, con jóvenes de las más diversas ideologías. Lo mostró, con enorme claridad, en aquel documental donde conversó con chicas y chicos de distintas culturas, credos y pensamientos. Escuchó sin apuro, sin prejuicio, sin necesidad de tener siempre la última palabra. Y eso no lo debilitó: lo potenció. Pocas veces el Papado tuvo una identidad tan clara como en ese gesto: una Iglesia lo suficientemente fuerte como para no tenerle miedo al diálogo. Francisco supo escuchar a todos. Y en serio. En sus Sínodos, en sus gestos, en cada conversación, mostró que la Iglesia no puede ser solo un púlpito: debe ser también oído atento. Escuchar el clamor de los pueblos, de las mujeres, de los jóvenes, de quienes nunca tuvieron voz. Por eso su insistencia en abrir espacios reales de participación, en impulsar el protagonismo de la mujer en puestos de responsabilidad y toma de decisiones dentro de la Iglesia. No como concesión, sino como justicia. Quienes lo conocieron de cerca lo saben: podía moverse entre los grandes temas de la humanidad y al mismo tiempo detenerse en lo más pequeño. Tengo la experiencia que después de un evento con miles de personas, te preguntaba por alguien en particular, por una situación específica que no había olvidado. Su sensibilidad, su memoria de pastor, su capacidad de estar en lo grande sin dejar de estar en lo cercano fue una de sus marcas más hondas. Con él, la Iglesia volvió a estar en la agenda del mundo. No por espectáculo, sino por convicción. Habló del medio ambiente, puso sobre la mesa la fraternidad universal cuando el mundo levantaba muros, denunció la guerra cuando lo fácil era el silencio. En su último mensaje pascual, como siempre, nombró con precisión cada rincón en conflicto: los más visibles y los más olvidados. Una geografía de la compasión y la esperanza. Al Papa lo define el vínculo con el pueblo, al cual empezó pidiendo la bendición y lo bendijo con su último “¡Feliz Pascua!”. Un “sigo con ustedes” que nos deja una responsabilidad: No encerrarnos. No convertir la Iglesia en fortaleza, sino en hogar. Su legado es una invitación a continuar. A seguir una Iglesia que no se mira a sí misma, sino que sale al encuentro. A no tener miedo de hablar con todos. Gracias, Francisco. Gracias por no haberte guardado nada. Por hacernos sentir parte. Por empujar a la Iglesia hacia delante. Por hacernos creer que otra forma de vivir el Evangelio no solo es posible, sino urgente. Porque ese es tu legado: una Iglesia viva, abierta, inquieta, una Iglesia para todos, todos, todos. Y eso no se muere. Eso nos sigue empujando… hasta el final de nuestras vidas. Máximo Jurcinovic es el director de la Oficina de Comunicación de la Conferencia Episcopal Argentina

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