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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 24/04/2025 04:43
Arturo Pérez Reverte en Buenos Aires: ""Todo novelista quiere alcanzar su obra maestra y en realidad nunca lo logra" Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) es uno de los escritores más populares del mundo en habla hispana. Y más también: sus libros han sido traducidos a 43 idiomas y publicados en países de Europa, América, Asia y Oriente Medio. Licenciado en Periodismo, desarrolló una extensa carrera como reportero de guerra antes de dedicarse por completo a la literatura. Es miembro de la Real Academia Española desde 2003. Su obra combina con sagacidad géneros como la novela histórica, el thriller y la aventura, con una prosa directa y precisa y un lenguaje rico en matices. Se distingue por una mirada crítica, a menudo provocadora, sobre la sociedad y la historia española. Lo leen millones de personas en todo el mundo. Hasta aquí una breve y pulcra biografía del personaje en cuestión, de visita en Buenos Aires para cumplir los compromisos de un autor bestseller (que por peso específico es una de las estrellas de la Feria del Libro de Buenos Aires 2025). Es dable de pensar que Pérez Reverte, gentil y notablemente jovial a sus 73 años, vino a la capital argentina para hablar de su nueva novela, La isla de la mujer dormida (Alfaguarada - Penguin Random House). Pero la conversación toma otros caminos que conducen a otros destinos y apelan a Pérez Reverte-el polemista, o Pérez Reverte-el cronista de nuestro tiempo. También hay lugar para un poquito de Pérez Reverte-el provocador. O sea, Pérez Reverte jugando el juego que mejor juega y que más le gusta. Arturo Pérez Reverte presenta en la Feria del Libro de Buenos Aires, su nueva novela "La isla de la mujer dormida" A continuación, el testimonio de su diálogo con Infobae Cultura. Una breve pregunta oficia como disparador y a eso le sigue una larga respuesta, florida en su lenguaje y profunda en su concepto, que permite acordar, disentir, reflexionar. O simplemente aprender. —Cada vez que uno tipea Arturo Pérez Reverte en Google, siempre aparece alguna polémica en redes, algún tweet suyo que desata pasiones... —Pero no por culpa mía. Es que en España han tomado la mala costumbre de cada cosa que digo convertirla en polémica. —¿Y cómo se lleva con eso? —Yo no lo busco. —¿Entonces? —La explicación es muy simple. Ahora todo es clics, hay que sumar clicks a cualquier cosa. Yo a lo mejor digo, no sé, “el agua que tomé ayer no estaba bien”. El título es “Pérez Reverte critica el agua” para tener clics. Soy consciente de eso. Soy mayor y tengo ya mucha vida en la espalda. Entonces lo tomo con naturalidad. Lo que nunca hago es alentar la polémica e intervenir en ella. Nunca debato en las redes con nadie. Digo, lo tengo que decir y desaparezco. Entonces, bueno, lo llevo como un complemento, como un daño colateral inevitable en el mundo en el que vivimos. Pero no le doy importancia ni cuántos están a favor ni cuántos en contra. Nunca. —¿Y no ha tenido la tentación de retirarse por completo? —No, al contrario. Vamos a ver... Mis redes sociales, Instagram y Facebook no lo llevo yo. Hay alguien que lo lleva por mí. Yo solamente llevo personalmente Twitter. Y Twitter es una herramienta estupenda. Yo tengo 2 millones y medio de seguidores, lo que significa que es una herramienta muy potente. Cuando yo quiero mandar un mensaje sé que va a ser un mensaje eficaz. ¿Entonces, por qué voy a renunciar a esa herramienta poderosa? La utilizo, no abuso de ella. Yo no vivo en Twitter, De hecho, en mi teléfono no tengo Twitter. —¿No lo tiene? —No, yo tuiteo con el ordenador cuando estoy en casa. No tuiteo desde un teléfono móvil y sería una esclavitud... Tengo otras cosas más importantes que hacer en la vida. Para mí Twitter es una herramienta que está bien y tal, a la que recurro cuando necesito, que me divierte cuando entro en ella y cuando hay polémica y tal. Pero no le doy más importancia. Eso en un tipo que escribe novelas, es una actividad fundamental. —Le voy a hacer un par de preguntas políticas. —A lo mejor no las contesto. —El año pasado usted le dijo a una periodista argentina “no voy a hablar de Milei” ¿Por qué? —Cuando uno va a ver a sus amigos o a sus parientes a una casa en la que uno se encuentra a gusto y es muy familiar, uno no habla de cómo son los muebles, cómo se lleva la casa, cómo está el servicio, qué comida te han puesto. Uno llega, se adapta a lo que hay y ya está. Y se va con con mucho agradecimiento. Eso es lo que hago yo. Pedro Sánchez, presidente del gobierno español, fotografiado en el Congreso del PSOE de Castilla-La Mancha, enero de 2025 (Foto: Europa Press/Juanma Jiménez) —Sí ha sido, diría, elogioso con Pedro Sánchez. No sé si es el adjetivo que corresponde... —¿Elogioso? La palabra “elogioso” no corresponde. —Ok, pero de alguna forma ha destacado alguna de sus virtudes. —Si yo hablo de Pedro Sánchez aquí, mañana en España dirán “Pérez Reverte ha dicho tal cosa de Pedro Sánchez”. Y yo no he venido aquí para hablar de Pedro Sánchez. Yo fui puta antes que monja. Es decir, conozco el mundo en el que muevo. He sido periodista muchos años y sé muy bien cómo funcionan las cosas. Por eso sé que hay un momento para cada cosa, y este momento no es para eso. —Usted sabe y es consciente que puede haber preguntas así. En todo caso tiene el derecho de eludirlas... —Lo sé y vengo prevenido para eso. —Bien. Hablemos de su novela: hay ciertos tópicos que despiertan mucho interés en usted y luego, en su numero público lector alrededor del mundo. Uno de ellos (el contexto del relato de La isla de la mujer dormida) es la guerra civil española. Han pasado casi 90 años ¿Por qué cree que sigue despertando tanta fascinación? —No lo despierta, No es cierto. Eso es un error. Un error inducido. La guerra civil española está resuelta hace mucho tiempo. Hay flecos, gente que fue fusilada y está en las cunetas todavía. Yo tuve familia fusilada por ambos bandos, con lo cual tengo bastante conocimiento del asunto. Lo que pasa es que la guerra civil estaba, digamos, no ideológicamente, sino, digamos, en la parte dolorosa, estaba resuelta en mi generación. Yo nací en el año 51. Crecí en una generación educada en la necesidad de olvidar la barbarie que fue esa bestialidad entre españoles. Y mi generación creció en eso. Pero ahora, por razones tácticas, políticas, actuales (no del pasado), políticos jóvenes que no han vivido la guerra civil, que la conocen muy de lejos, la están utilizando como herramienta ideológica. Como ahora, los políticos (hablo en general), carecen de una formación cultural o política que les haga ser originales, brillantes, eficaces y decisivos en el mundo actual, recurren a herramientas tácticas para suplir esa carencia que tienen casi todos ellos. —Un elemento de distracción. —La guerra civil es un magnífico elemento de distracción. Porque permite oponer “estos y aquellos”. Lo que habíamos superado en mi generación. Cuando yo crecí, con 20 años, y había una actividad política importante: Franco la universidad, bla bla bla. Nadie hablaba de guerra civil. Hablábamos de Franco, que entonces era el dictador. Pero la guerra civil estaba pasada. Sabíamos los errores de unos y de otros. Lo sabíamos porque nos lo habían contado nuestros padres. ¿Queda claro entonces? Los testigos estaban vivos. Y entonces luchamos. La actitud de la gente joven era contra Franco, dictador de entonces, no contra la guerra civil que estaba ya... No era el mismo Franco de la guerra civil, era un Franco diferente, también evolucionó, como todo. Entonces, ahora, los partidos que carecen de una base, de una formación política sólida, que no tienen nada nuevo que ofrecer en un mundo europeo, en un mundo occidental que está en decadencia en tantas cosas, usan la guerra civil como herramienta para poder decir muy sencilla “eres de ellos o eres de nosotros”. La están resucitando como argumento táctico. Y haciendo un trabajo muy peligroso porque están resucitando viejos demonios que estaban ya super calmados. Esa es mi visión del asunto. “Cada novela es una batalla. Me siento como el joven que está engrasando las armas. Me rejuvenece.”, afirma Arturo Pérez Reverte —Hablamos de redes sociales, de los políticos y su alejamiento de la cotidianeidad de las personas. Usted ha sido periodista, conoce bien el rol de los medios: parece haber una separación entre la realidad “virtual” presentada en redes y medios de comunicación, y la vida cotidiana, real. ¿Cómo convive con eso? —Yo tengo una ventaja, tengo casi 74 años. Tengo la vida, las lecturas, los viajes, el mundo suficiente para poder interpretar. ¿Entonces, qué pasa? Hay una cosa evidente. Yo nací en el año 51. Mis abuelos nacieron en el siglo 19, los dos. Yo fui educado por una generación del siglo 19. Yo vengo de un mundo que tiende a desaparecer. No digo para bien o para mal. No lo digo con lamento. Es un hecho histórico objetivo. Mi mundo, el mundo en el cual yo me crie, el mundo en el cual yo viví, el mundo en el cual yo hace que yo me pongo una americana para ir a lo que sea, o me comporte o ceda el paso a una señora, o a un señor, o a ti. Yo a ti te cedo el paso. Y eso no es machismo, pero si se lo cedo a una mujer es machismo ¿comprendes? Quiero decir, el mundo del cual yo provengo, está desapareciendo con lo bueno y con lo malo. Entonces, hay dos actitudes. Una, decir “¡qué horror!”, gruñir, “¡el mundo es una mierda!, todo es tan grosero...”. Y la otra es decir, “bueno, venga”. Que es la mía: decir, bueno, la evolución de la historia es así. Los momentos, los ciclos históricos, como decía Toynbee “circulan”. O bien, como decía Spengler, “pasan, cambian y vienen otros mundos”. Bueno, yo estoy asistiendo al final de un mundo y eso es muy interesante. Asistir al final de un mundo es un privilegio. Es interesantísimo cuando uno viene de un mundo determinado y ve que ese mundo desaparece... Vivir el momento de auge de ese mundo está muy bien, la felicidad social... Pero vivir el final es un espectáculo fascinante. Cuando uno es lector de historia como yo. Soy muy lector, mi biblioteca, que es grande, tiene más de la mitad ocupada con libros de historia, desde clásicos griegos y latinos hasta la historia moderna. Entonces, claro, cuando tienes el bagaje intelectual suficiente para comprender, cuando tienes la mirada educada por la cultura en el sentido noble (en cuanto a conocimiento y en cuanto a civilización, visión del mundo) y ves el mundo, es un espectáculo muy interesante. Ver cómo se acaba un mundo, cómo vienen las fuerzas nuevas, cómo hay en demolición viejas estructuras que merecían morir (porque los mundos merecen morir, los mundos que mueren merecen morir). Porque acaso sus ciclos ya se han quedado viejos, caducos, añejos y ya no valen, deben irse. Entonces, claro, si uno no es un fanático de ese mundo y puede quedarse fuera, o sentado en un lado, aunque sea de ese mundo, ver cómo ocurre es muy interesante. Ver cómo emergen fuerzas nuevas: errores de los que llegan, aciertos de los que llegan, tensiones, coletazos de los que se van y no quieren irse. Y cómo se aferran al poder y a tal. Entonces, si tienes, como yo, la suerte de poder asistir a eso con ecuanimidad, es extraordinario. Entonces, para mí el mundo actual es fascinante, más todavía que el que lo era cuando yo estaba con 20 o 30 años. Yo viví en otros lugares. Quizá porque como he visto como reportero, hundirse mucho el mundo, vi arder muchas bibliotecas, violar a muchas mujeres, matar a muchos hombres, destruir muchos edificios, barrer culturas, fosas comunes... Quizá porque tengo, digamos, la cabeza adiestrada para soportar eso y para entender que forma parte de la vida y del mundo y de la historia humana. Me enfrento con la ecuanimidad de decir “bueno, pero también a nuestro mundo le ha llegado”. Y entonces, insisto, si pudiera resumir esto, diría que es un privilegio asistir al final de un mundo. Estoy encantado. “En Twitter digo lo que tengo que decir y desaparezco. Lo llevo como un daño colateral inevitable en el mundo en el que vivimos.”, opina Pérez Reverte No voy a verlo terminar del todo, no me da tiempo a porque no va terminar mañana... A veces tarda un siglo, dos siglos. Por eso a veces, cuando veo a veces a gente lúcida (y otra que no lo es) y los escucho... Digo “no tenéis ni puta idea”. Se ha acabado. Se ha acabado. Va a tardar. No siempre hay solución, la historia no se soluciona, se vive. Lo que hacer es asumirlo con el estoicismo que te da la cultura. Una vez volando entre Chipre y el Líbano, hablo de hace ya muchos años. Y cayó un rayo en el avión. Se apagó la luz y tuvo una pérdida de altura enorme. La gente gritando. Y diciendo “me voy a morir entre gente que está gritando”. ¿Qué pasa? ¿Por qué yo no gritaba? Porque yo sabía que un avión se puede caer ¿De qué vale gritar si te ha tocado? Bien, entonces la cultura sirve para no gritar cuando se cae el avión. La cultura sirve para asumir con naturalidad, con entereza, el final de las cosas, sea tu propia vida o la de otros. Este es un momento perfecto, un momento feliz, porque tengo la edad suficiente para no lamentar que mi mundo se vaya. Porque yo me voy con él y tengo todavía la lucidez suficiente para ver, para interpretar. Y la cultura adecuada para reconocer los síntomas claros. Y con eso escribo novelas. —¿En este fin de un mundo, la verdad no tiene sentido? Pareciera que cualquiera puede decir cualquier cosa y no pasa nada. —La verdad no existe. El mundo es una suma de verdades y de errores que se combinan. Y la verdad es evolutiva, no es definitiva. Esto es un teléfono, pero mañana puede ser un artilugio desfasado. Las verdades evolucionan como el ser humano. Vuelvo a la cultura. La cultura no te dice dónde está la verdad. La cultura te dice la manera de dudar de la aparente verdad, de tomar previsiones y de interpretar. Es decir, si yo veo, voy por la calle a cenar al fervor y veo que viene un tipo de frente y ese tipo gira y se me viene a caminar detrás. Digo “este tipo me quiere asaltar”. La cultura es interpretar al tipo que viene y saber qué me va a saltar. Sin cultura, el tipo me va a saltar y yo no me voy a enterar hasta que tenga la navaja en el cuello o la pistola en la cabeza. La cultura sirve para eso, para interpretar. Entonces te protege, te ayuda a sobrevivir, te ayuda a que no te asalten en la calle. Entonces, en mi opinión, el problema fundamental de esta generación actual es que se las está privando de los mecanismos culturales que permiten interpretar, sustituyéndolos por clichés, lugares comunes, frases fáciles, clics. Si haces clic aquí, salvas a las focas, a las ballenas y eres un tipo estupendo y eres parte de una comunidad. Ahora es muy fácil. Antes había que pelear por formar parte de una comunidad. Ahora estás en tu casa, haces click y ya está. No estás solo, ya formas parte de una comunidad. No has tenido ni que esforzarte, ni siquiera que leer, ya formas parte. Estamos privando a las generaciones jóvenes de una capacidad de análisis e interpretación. Los estamos dejando indefensos. Frente a eso, tus hijos están más indefensos que lo que estuvimos nosotros. Frente a los grandes problemas: vida, muerte, fracaso, dolor, sufrimiento, enfermedad, agonía, incertidumbre. Esos son los temas. Y entonces, claro, al privar a un joven de esos mecanismos culturales, lo estamos dejando indefenso ante lo importante. Cuando fracases, cuando pierda tu equipo de fútbol, cuando te encuentres en la calle sin poder alquilar una casa y con un hijo que tienes que darle de comer. Cuando tu madre o tú tengas un cáncer... Para eso no los estamos educando. Entonces, el problema grave de la humanidad y señal también del final de un mundo es que justamente los mecanismos defensivos que hacen que el ser humano pueda hacer frente a la realidad (al final siempre hay un terremoto, un tsunami, una dictadura, un Trump, lo que sea), ya no se enseñan. Ahora no lo estamos haciendo. De izquierda a derecha: Javier Marías, Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez Reverte y la editora de Alfaguara, Pilar Reyes. “Su vida ha sido impecable hasta el final, se lo envidio.”, dice Pérez Reverte del escritor peruano Premio Nobel —¿Cómo lo afectó la noticia de la muerte de Vargas Llosa? —Bueno, yo conocí a Mario. Era un caballero. ¿Pero sabes una cosa? Mario estaba ya... Había terminado su ciclo. Ya estaba viejo, ya no tenía facultades. Era natural que se fuera. De hecho, tuvieron la inteligencia de apartarlo de la vida pública. Mario ya no estaba en condiciones. Había cumplido un ciclo. Ha sido un hombre atractivo, ha conocido mujeres guapas, ha tenido éxito, ha tenido el premio Nobel, una vida estupenda. Y acabó de una forma discreta y elegante, como él era. Me parece una vida perfecta. Es una buena muerte para una buena vida. Ojalá todo el mundo pudiera al final, que la muerte no te estropee. Porque hay muertes que estropean vidas. Hay agonías largas, grotescas, vulgares, dolorosas, que revientan una buena vida. Entonces Mario ha tenido la fortuna de que su vida ha sido impecable hasta el final. Eso se lo envidio. —Llegó a la Argentina en una semana especial por la muerte del Papa Francisco. No sé si alguna vez opinó públicamente sobre él o sus posturas. ¿Cómo le caía? —Creo recordar que nunca hice pública mi opinión. Voy a salirme de ese tema, pero voy a entrar por otro lado. Yo soy un hombre religioso. Tuve una educación, como toda mi generación, español. Fui a un colegio maristas del que me expulsaron, por cierto. Hay una cosa evidente y es que soy consciente de la tradición cultural europea. Yo soy un europeo igual que usted lo es porque Argentina... Esto es Europa. No hay historia. México no es Europa. Perú no es Europa. Pero Argentina sí es Europa. Y yo tengo, digamos, la formación europea. Uno no entiende Europa, no entiende España, ni Italia, ni Alemania, ni siquiera los países protestantes, sin el conocimiento de lo que es la cultura judeocristiana. Nosotros venimos del Talmud, de la Biblia, del Corán también, porque hay un fleco mediterráneo que llega a España y tal... Es decir, no hace falta que vayas a misa si no quieres, pero es importante que conozcas la religión que conformó el mundo en el que vives. Porque si no, no puedes entender ni un cuadro de Rubens, ni una catedral, ni una monasterio, ni siquiera la literatura. Entonces mi visión de la religión siempre ha sido igual. Entonces, digamos, que mi aproximación a la religión siempre ha sido cultural. Yo soy partidario que se explique en los colegios. Desde ese punto de vista, los papas siempre han sido administradores de una institución secular de 21 siglos de antigüedad. Son las cabezas, son los gerentes, los CEOs, directores generales de esas empresas. Yo nunca he visto en un Papa, ni este ni en otro, un aspecto espiritual. Y lo lamento. Entonces desde ese punto de vista ha sido pues uno más. Este tuvo una vida más social, otro tuvo una vida más política. Pero es que no tengo nada más que decir. “Estamos privando a las generaciones jóvenes de una capacidad de análisis e interpretación. Los estamos dejando indefensos.”, piensa Arturo Pérez Reverte —¿Por qué sigue escribiendo? Está impecable a los 73 años, tiene una vida buena, no le debe faltar nada... —Yo no escribo por eso. Es muy complicado de explicar a estas alturas de la entrevista. Escribir es plantearse una aventura cada día. Es decir, yo soy marino. Otra cosa que hago es navegar. Tengo un velero. ¿Entonces por qué navego? Porque cuando subo al barco y me voy a navegar, me enfrento a un montón de problemas: meteorológicos, de rumbo, de velocidad, de vientos, de navegación, de barcos que vienen. Es un desafío. A mis 74 años, irme solo —a veces no voy solo— a Cerdeña, Sicilia o Grecia con el velero es un desafío. Me mantiene lúcido, pendiente del viento, de la lluvia. No soy un abuelo en su casa viendo la tele, estoy haciendo cosas. Una novela es algo parecido: me obliga a mantenerme vivo, lúcido, activo. Hay muchos tipos de novelista. Yo soy un novelista tipo cazador. Veo a una chica, un amigo, una voz, una música, y digo: “Esto sirve para una novela”. Y después voy sacando cosas de la mochila. Cada novela me obliga a enfrentarme a una nueva aventura. Me obliga... Solo se es joven en vísperas de la batalla. Yo he vivido batallas. Eres joven cuando, de noche, estás preparado porque al día siguiente vas a luchar. Afilas las armas. Engrasas el arnés. Te preparas. Duermes con mesura, pero no demasiado. Piensas en tu familia. Escribes una carta. Te preparas para luchar. Eres joven. Eres vigoroso. Eres parte del universo que exige de los seres humanos que luchen por sobrevivir o por lo que sea. Cuando ya has combatido, es distinto. Tienes sangre en las uñas. Has matado. Has llorado. Has degollado. Te han matado amigos. Te han herido. Ya has envejecido. Entonces, cada novela es una batalla. Me siento como el joven que está engrasando las armas. La novela me rejuvenece. Me permite probarme a mí mismo: ¿todavía soy capaz? ¿o ya no? Además, hay otro factor importante. Esto es complicado Todo novelista tiene la cuestión de la “obra maestra” que quiere alcanzar. Y en realidad, nunca se alcanza. Ni siquiera los mejores. A veces ocurre, pero es raro. Yo sé que mi mediocridad me impedirá hacer nunca esa obra maestra con la que sueño. Pero cada novela es un intento. Yo empiezo una novela queriendo hacer esa obra maestra. Y sé, a las diez páginas, que no la voy a hacer. Pero también sé que si hago esta novela, tal vez la siguiente sí lo sea. Ese pensamiento me obliga a trabajar. A seguir escribiendo. En busca de esa novela que nunca escribiré, pero que deseo. Al mismo tiempo, tengo en la cabeza un rumbo, como si quisiera llegar a Cerdeña dentro de tres días. Eso me mantiene vivo. Podría dejar de escribir y dedicarme a leer. Podría dedicarme a vivir. Tengo la vida resulta. O si me doy cuenta de que ya no funciono, que mi novela ya no funciona… Veréis que eso no ocurre. Todavía funciono. Mientras funcione, una novela es un motivo. Es un estímulo. La idea de escribir nuevas novelas me mantiene vivo. Y es una magnífica actitud ante el mundo. Quizá no envejezco tan mal, me siento razonablemente bien. Por esto: el día que pierda esa ilusión, ese desafío, esa necesidad… Ese día pasaré a ser el viejo, el abuelo que mira la tele, que recuerde los viejos tiempos, aquella mujer hermosa, aquel amigo, aquella aventura. Pero ese día no ha llegado aún. [Fotos: Adrián Escandar]
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