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» Misionesopina
Fecha: 23/04/2025 18:07
Mientras el tipo de cambio oficial se mantiene estable y el dólar paralelo retrocede, las góndolas siguen marcando aumentos que golpean a un consumidor cada vez más debilitado. Empresarios hablan de “actualizaciones” atrasadas, pero el bolsillo no da respiro. La economía argentina sigue dando señales que rozan lo absurdo: en una semana marcada por la baja del dólar, los consumidores se encontraron con nuevas listas de precios que empujaron hacia arriba el valor de productos básicos como aceites, mayonesas y artículos de limpieza. ¿Qué lógica hay detrás de esta aparente contradicción? ¿Cómo se explica que suban los precios en un contexto de menor presión cambiaria? La explicación más repetida entre distribuidores y supermercadistas apunta a una “actualización pendiente” de precios que no se habían tocado desde enero. Sin embargo, el desconcierto de los consumidores no es menor: después de meses de subas ininterrumpidas y con un consumo planchado, resulta difícil justificar nuevos aumentos, sobre todo cuando los argumentos habituales –devaluación, escasez de insumos, encarecimiento del dólar– hoy no están sobre la mesa. Carlos María Beigbeder, empresario del rubro comercial, sostuvo en diálogo con Primera Edición que los aumentos se ubican en torno al 5% y 10%, “nivelados con la inflación acumulada” del primer trimestre. Pero también reconoció que no se trata de incrementos nuevos, sino de “ajustes” que las empresas venían postergando, algo que en la práctica no alivia el impacto en el bolsillo. Los productos más afectados: aceites, mayonesas y, en menor medida, artículos de limpieza y cuidado personal, con algunas bajas parciales posteriores. El bolsillo ya no resiste La contradicción es evidente: el poder adquisitivo sigue deteriorado, las ventas se encuentran estancadas y, sin embargo, los precios no aflojan. Según Beigbeder, las ventas no caen porque ya están en niveles bajísimos. “No es que se caen, en verdad no se levantan, están acostadas”, graficó. Las promociones y descuentos abundan, pero ya no alcanzan para mover la aguja. “Cuando no te da el bolsillo, no te da el bolsillo”, reconoció. Nelson Lukowski, otro empresario supermercadista de la provincia, coincidió: Semana Santa fue “tranquila” en materia de consumo y la única regulación real de precios hoy parece venir del propio consumidor, que deja de comprar lo que no puede pagar. Ante esta realidad, las segundas marcas se convirtieron en protagonistas indiscutidas del consumo popular. “Hoy Manaos está que explota”, afirmó Beigbeder, aludiendo a la gaseosa nacional que reemplaza a la Coca Cola en las mesas argentinas. No es un fenómeno nuevo: en tiempos de crisis, las marcas más accesibles ganan terreno mientras las tradicionales pierden volumen de ventas. Una economía que no encuentra piso El telón de fondo de este desorden es una economía que navega entre la recesión, la incertidumbre y las señales contradictorias del gobierno. El levantamiento del cepo cambiario, anunciado como un paso hacia la “normalización”, vino acompañado de una suba generalizada de precios que luego debió ser moderada por la advertencia pública del ministro de Economía, Luis Caputo, quien utilizó su cuenta de X para frenar lo que llamó “remarcaciones injustificadas”. En algunos rubros, como los productos de limpieza o papel, las listas de precios fueron anuladas y reemplazadas por las anteriores. Pero en otros –especialmente en el sector aceitero– no hubo marcha atrás, y los precios siguen por encima de los valores previos al cambio en la política cambiaria. Este comportamiento especulativo no es nuevo, pero sí más visible en una coyuntura donde los fundamentos económicos no respaldan nuevas alzas. No hay devaluación, no hay suba del dólar, no hay escasez grave de productos. Lo que hay, en cambio, es una profunda retracción del consumo, que debería actuar como un freno natural a los precios. El futuro, en pausa Tanto Beigbeder como Lukowski coincidieron en que los próximos tres meses serán clave para observar cómo se reacomodan los precios y si las ventas logran repuntar. Pero los signos no son alentadores. Mientras el Gobierno insiste en su programa de ajuste fiscal y reducción del gasto público, los consumidores siguen esperando que las promesas de estabilidad se traduzcan en algo más tangible que un dólar quieto: un changuito que no dé miedo llenar. En ese escenario, el dilema de fondo sigue sin resolverse: ¿quién paga la estabilización? Por ahora, lo hace el ciudadano de a pie, que cada vez compra menos, elige lo más barato y se resigna a que cada paso hacia la “normalización” del mercado se traduzca, paradójicamente, en una vida más cara.
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