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  • Nadie la nombra, pero la educación pública es una de las grandes responsables del triunfo de Milei

    Concordia » Diario Junio

    Fecha: 23/04/2025 11:50

    En primer lugar, aunque no es el objeto de estas notas, no se puede obviar que la pérdida de fe en la democracia y en la dirigencia política, generalizada en toda la sociedad, es mayormente culpa de los políticos que se hicieron cargo de la conducción del país, luego de la recuperación de la democracia, caída la dictadura militar. Un amigo siempre me dice que entre los 30.000 desaparecidos por los genocidas estaban las mejores mentes y vocaciones, los más preparados, esclarecidos y moralmente, un escalón más arriba que la media. Y que la segunda línea que los siguió y se hizo cargo de la historia estaba, mayoritariamente integrada por los mediocres, los cobardes, los oportunistas, los traidores y los ineptos. Que nunca hubieran tenido ese protagonismo sin ese holocausto generacional que les despejó el camino. Podemos estar de acuerdo que es una explicación simplista; y que como todas las simplificaciones generaliza asumiendo el riesgo de ocultar o perder parte de la verdad. Pero los que somos testigos de las últimas décadas de nuestra historia podríamos acordar que, en otras circunstancias, los Bordet, los Busti, los Moine, los Deangeli, los Benedetti, los Rodríguez Signes, los Frigerio, los Macri y… siguen las firmas, sin la generación aniquilada, nunca hubieran llegado a desempeñar los roles que asumieron y que, en su ejercicio, han provocado que sea un lugar común en vastos sectores de la sociedad afirmar que ‘todos los políticos son unos chorros’ y cosas por el estilo. Convicción popular generalizada que fue el abono en el que germinó el discurso perverso y delirante que sedujo a la mayoría de los votantes, especialmente a los milenials, jóvenes que amanecieron a una realidad donde la dictadura militar era solo un episodio mas de la historia, que los impactaba tanto como las invasiones inglesas o la batalla de Caseros, pero que ya no les infunde ni miedo, ni demasiado interés, porque son eventos que ocurrieron por lo menos una generación de por medio con la de ellos. Lo que, si los impactaba, y lo sigue haciendo, es una realidad agobiante en la que prácticamente ya no tienen cabida, salvo como consumidores, único rol que les reserva el modelo de sociedad que habitamos, pero que en definitiva también se les termina negando porque para serlo tienen que disponer ingresos que carecen. Y si levantan la vista a su alrededor ven que estos ingresos que a ellos se les niegan sonríen generosamente a quienes se vinculan con la administración de los bienes públicos. Se que muchos amigos se ofenderán con esta reflexión y desde ya quedan expresadas las excusas, siempre y cuando vengan acompañadas por ideas más eficaces que estas, a la hora de explicar lo que está ocurriendo. LA RESPONSABILIDAD DE LA EDUCACIÓN EN TODO ESTO, ALGO DE LO QUE POCOS HABLAN. Y voy a hablar en primera persona, como testigo, no como teórico o científico social, dado que pasé en dos momentos de mi vida por el ejercicio de la docencia en la universidad pública. Egresé de ella en 1972 y por esta razón temporal fui formado por una de las mejores generaciones de científicos que supo conocer este malhadado país, generación que fue la cabeza de lanza en el exterminio que ejecutaron los genocidas. Resumiendo: la mitad de mis mejores profesores fueron asesinados y/o desaparecidos por la dictadura; y la otra mitad tuvo que exiliarse fuera del país. MI EXPERIENCIA EN LA DOCENCIA EN LOS 70’ Eran años en que, si estudiabas alguna de las ciencias sociales, eras parte del extraordinario proyecto pedagógico al que se llamó las Cátedras Nacionales, creado entre otros, por Horacio González, Alcira Argumedo, Justino O´Farrel, Gonzalo Cárdenas, Juan Carlos Portantiero, Gunnar Olson, entre tantos otros intelectuales brillantes, que mi memoria ya no me trae al recuerdo. Cátedras Nacionales que comenzaron en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y que luego se extendieron un par de años más a otras facultades de la misma universidad con lo que se llamaba las ‘cátedras transversales’, que eran paquetes formativos en los que se asociaba la historia local y latinoamericana desde la perspectiva de los pueblos oprimidos, confrontando con las visiones de la historia oficial que habilitaban la ideología de la dominación colonial y de la subordinación económica a las grandes potencias del Norte. Estos proyectos pedagógicos inauguraron el concepto de ‘transversalidad’ porque se insertaban en todas la facultades de la UBA, cualquiera fuera su cometido específico, desde medicina hasta ingeniería. Lo conocí bastante porque participe en las facultades de Derecho, Ingeniería y Arquitectura, en carácter de ayudante de cátedra de Carlos Troksberg, uno de los economistas más brillantes que conocí. Luego desaparecido por la dictadura. Eran cátedras tan convocantes que recuerdo, y solo como ejemplo, que, en Arquitectura, cuando Troksberg, (en ese entonces él tenía tan solo 26 años, -en 1976, con 29 fue desaparecido por la dictadura-) dictaba sus clases magistrales era tanto el interés del alumnado por escucharlo que debía dictarlas en los patios interiores de la Ciudad Universitaria, porque no había aula en condiciones de alojar los cientos de estudiantes que querían asistir a sus conferencias, en las que enseñaba, ante un auditorio en el que no volaba una mosca, durante horas. Algo que hoy supongo sería irrepetible. Después, y esto hay que decirlo le quepa el sayo a quien le quepa, en 1974, durante el gobierno de Isabel Perón, nombraron a Oscar Ivanisevich ministro de Educación, el 14 de agosto de 1974, cuando la presidenta le encomendó la «Misión Ivanisevich», como fue conocida entonces, que tenía como objetivo central explícito «terminar con el caos y la infiltración marxista» en el sistema educativo y muy especialmente en las universidades nacionales. Allí se acabó el sueño de libertad académica que había venido desarrollándose en los años anteriores. Comenzó la persecución ideológica y represión brutal a manos de la Triple A, organismo parapolicial que anticipó los asesinatos y las desapariciones forzadas de los opositores que luego se institucionalizó durante la dictadura militar. En semanas habían liquidado el proyecto pedagógico del que tuve el privilegio de participar, como simple ayudante de cátedra, (dicho esto para que nadie piense que quiero adjudicarme méritos que no tengo). Los principales docentes habían sido asesinados y/o encarcelados y/o desaparecidos y/o exiliados en el exterior. En aquellos tiempos, con 22 años, tuve que abandonar mi proyecto de vida que por esa época la imaginaba dedicada a la docencia, actividad por la que sentía pasión; y meterme en otros menesteres hasta el año 2.000 en el que vi una convocatoria a concurso de oposición y antecedentes, de la UNER, para una Cátedra de Economía II en Gualeguaychú. Historia que merece un subtítulo aparte en esta nota. MI EXPERIENCIA EN LA DOCENCIA EN LOS 2.000/15 Me presenté al concurso y obtuve la cátedra, momento conmocionante en el que volví a sentir la misma pasión setentosa por la docencia de mis comienzos y me preparé para retomar el camino abortado hacía décadas. Vana ilusión. Las cosas habían cambiado, y hoy me atrevo a decir, radicalmente. El sueño había terminado y en los próximos párrafos trataré de explicarme cuidando hasta donde pueda de no ofender gratuitamente a nadie, pero por sobre todo de no faltar a la verdad en orden a los sentimientos que tuve que elaborar en esta mi nueva experiencia docente. La última aclaración, no estoy hablando de ningún docente ni de ninguna cátedra en particular, porque seguramente existen y más de uno, claustros donde se sostienen los mejores y más virtuosos ideales. Pero estamos hablando, no de las excepciones sino de la norma. Del Zeitgeist de la universidad actual. Recién asumido, recorrí el curriculum de las materias que integraban la licenciatura en la que me desempeñé, sobre todo el programa de Economía I, la materia que precedía a la que yo debía dictar. Luego de un análisis detenido y cuidadoso de estos elementos llegué a la conclusión que quienes habían hecho el diseño curricular, obviamente no economistas, habían insertado mi materia con la idea que debería servir para adiestrar a los alumnos en las artes de hacer ganar dinero a sus empleadores, o algo así. De cualquier manera, tuve la suerte de ser quien inauguró la cátedra, el primer docente de la materia y entonces tuve a mi cargo la responsabilidad de crear su programa y lo pude hacer a mi buen saber y entender. Por supuesto que fiel a mi formación y principios diseñé un programa[i] acorde con lo que había aprendido y enseñando en aquellos años, dicho esto solo a modo de aclaración trataré de entrar en el tema específico de esta nota. La destrucción de la educación pública universitaria, en tanto a su responsabilidad en la formación de individuos históricos y críticos de la realidad ha sido absoluta. Salvo (y esto es solo una suposición) en las ciencias sociales, que presumo tendrán materias donde se enseña historia y se debate cuestiones de sociología y ciencia política, en el resto del universo de las Universidades Nacionales ya no se enseña ni historia, mucho menos historia argentina contemporánea, ni tampoco historia de las ideas económicas. De hecho, me encontré que el 99% de mis alumnos, estudiantes de cuarto año de su carrera, eran completos y absolutos analfabetos históricos, los más ‘ilustrados’ (y no exagero) balbuceaban ideas prefiguradas, escuchadas en medios de información pública. Y no solo mis alumnos: mis colegas docentes estaban cortados con la misma tijera. Y salvo algún par de dinosaurios jurásicos como el escriba, a la grilla docente no le interesaban (interesan) estos temas. El lei motiv de mis colegas estaba enfocado en los concursos, las dedicaciones docentes, los cargos administrativos, y la integración de los cuerpos directivos, en tanto y en cuanto la remuneración que se alcanzaba con estos desempeños. De casa al trabajo y el trabajo a casa, sin que nada ni nadie interpele ni se interponga en cada proyecto personal de vida. Y no estoy hablando de calidad humana y científica, muchos de mis colegas eran y descuento seguirán siendo, docentes dedicados, escrupulosos a la hora de transmitir sus conocimientos técnicos, algunos de ellos respetables investigadores integrados al CONICET (hoy en proceso de liquidación). Hablo de personas serias, entregadas a sus responsabilidades didácticas. Pero prácticamente ninguno se interesaba o manifestaba alguna inquietud en temas que excedieran sus responsabilidades académicas específicas. Y mucho menos responsabilidades ciudadanas o compromisos sociales que implicaran demandas más allá de sus apetitos económicos personales. O sea, sin anestesia, y sin que nadie me preparara para el espanto, tuve que asumir que la destrucción de la Universidad Pública, en tanto proyecto histórico y social, incluyendo el período post dictadura, había sido prácticamente completa. Por ejemplo, y solo a modo tal: uno de mis compañeros políticos en los años de plomo había sido Andrés Carrasco, el eminente médico que se desempeñara como director del Laboratorio de Biología Molecular de la Facultad de Medicina de la UBA, que llego a ser presidente del CONICET. Andrés fue el primer investigador argentino que advirtió desde sus estudios, que, con el uso de los agrotóxicos, específicamente en su caso, con el glifosato, las compañías químicas internacionales que habían tomado el control de nuestra Pampa Húmeda, estaban haciendo un envenenamiento masivo y una alteración genética en los seres vivos que estaba teniendo consecuencias trágicas en la salud de la vida y del ambiente que impactaría dramáticamente en las próximas generaciones. Pues bien, ni siquiera logró que las facultades de Agronomía de las Universidades Nacionales se hicieran cargo del tema, porque absolutamente todas estaban cooptadas por los intereses económicos de Monsanto, Que tanto los docentes como los alumnos miraban esta cuestión desde la perspectiva que estas empresas eran una posibilidad laboral, lo demás no les importaba nada. Incluso, Monsanto había donado un Laboratorio a la Universidad Nacional de Rosario, dádiva que había provocado que esa casa de estudio no solo repudiara las investigaciones del Laboratorio de Biología Molecular y sus conclusiones, sino que incluso se negaban a denominar los químicos, biocidas fungicidas y el resto de los venenos que se usan habitualmente en la agricultura de nuestro país con el genérico de ‘agrotóxicos’ reemplazando esta palabra por la tramposa nominación como ‘fitosanitarios’, lo que se dice una estafa intelectual y moral, vehiculizada a través de le educación pública. POSDATA: MI EXPERIENCIA CON LOS UNIVERSITARIOS MILENIALS Finalmente, he seguido teniendo algunas oportunidades de practicar la docencia, esporádicamente, por la gentileza de una colega, docente de una Facultad de Ingeniería en una Universidad Nacional, que me invita todos los años a dar una charla a sus alumnos, referida a estos temas. En estas circunstancias fue que tomé conocimiento, allá por 2022, del fenómeno que estaba surgiendo a partir del personaje histriónico que los intereses del saqueo económico paseaban por todos los medios de prensa, construyendo un prototipo político, quimérico y absurdo, que a partir de su agresividad había seducido a los milenials, la generación de los nacidos a partir del 2.000, que eran los que poblaban las aulas, jóvenes frente a quienes tenía que disertar. Era muy difícil en un par de horas desarmar una estrategia tan bien montada y desarrollada por los intereses del saqueo que controlan todo. Lo que me quedó muy claro de la interacción con estos jóvenes era que el punto de apoyo indestructible, para fundamentar el discurso del histriónico, era la percepción extendida y generalizada que todos los políticos son una manga de corruptos y ladrones. Este era (y sigue siendo) un preconcepto con fuerza de certeza, en el que el motosierrista apoya toda su parafernalia discursiva. ¿Cómo explicarles a jóvenes convencidos que a pesar de la corrupción también había personas honestas dedicadas a la política y que por sobre todo no había otro camino para construir una sociedad mejor que el compromiso militante? Nunca encontré la forma. En todo caso mi escusa es que en una hora no se puede desarmar décadas de deformación mediática y ausencia de formación académica con compromiso nacional. Pero llegué a una conclusión: la destrucción de la conciencia histórica nacional no es solo responsabilidad de los medios de desinformación pública que controlan la opinión de los argentinos. Que también somos tanto y más responsables quienes participamos de los sistemas de educación pública que hemos permitido que se castre la historia, la cultura, y el espíritu de rebeldía ante la injusticia de nuestro pueblo. Y que hemos dejado destruir lo que fue el bastión de la cultura nacional: La educación, especialmente en los tramos media y superior. Desperdiciando una oportunidad única que tienen muy pocos países en el planeta, de contar con una educación pública completa, gratuita y de calidad, como la que hemos tenido el privilegio de disfrutar. Aunque eso también será por poco tiempo, porque ya han aclarado que también lo van a destruir. NO SOLO LOS MEDIOS DE DESINFORMACIÓN PÚBLICA HAN QUEMADO LA MENTE DE LOS ARGENTINOS DESPREVENIDOS. TAMBIÉN EL SISTEMA PÚBLICO UNIVERSITARIO NACIONAL HA SIDO UN CÓMPLICE CALIFICADO EN ESTE CRIMEN, Y LO SIGUE SIENDO EN LA ACTUALIDAD.

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