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» Misionesparatodos
Fecha: 22/04/2025 01:32
Cualquier discurso es algo así como una secuencia de signos que produce un significado. Y un signo, más que hacer, representa. Por eso la fuerza de un discurso no radica en lo que uno dice sino en lo que el otro entiende. Así es que, gestionar la interacción entre el hombre y su medio, es reconocer -entre otras cosas- que gestión y comunicación comienzan a ser parte de un círculo virtuoso de producción de efectos sobre personas, grupos y organizaciones enteras. Gestionar esa interacción convierte a un líder en un mediador de masas –o entre masas si hablamos de religión–. Esa estrategia decidida a generar consecuencias es imperativa en entornos de altísima velocidad de decisión, multimediáticos, con tiempos sociales breves, y procesos controversiales de fácil expansión internacional. Y Francisco cambió la palabra gestión por evangelización comprendiendo el peso simbólico de sus actos. La comunicación simbólica (como sistema de signos) no es una cuestión de elección porque desde ella se refuerzan (bien o mal) conceptos y valores que contemplan movimientos o intereses populares, máxime en una personalidad tan importante como un Papa. Murray Edelman hablaba de una doble satisfacción de la comunicación altamente efectiva: simbólica y tangible. La simbólica aúna identidades. Invita a una conducta activa. Moviliza hacia metas trascendentes. Es legitimación tanto como reflexión. Y la tangible tiene que ver con las acciones que provocan cambios en la vida cotidiana, manifestada en hechos concretos. Promociona y refuerza la simbólica. Le da entidad en el día a día. Cuando la interacción discursiva estrecha la interdependencia de ambas, cuando los objetivos de un pensamiento cargado de valores se entremezclan con la realidad sociocultural, política y económica de la época en donde la comunicación tiene lugar, la comunicación deja de ser un mero transmisor neutro de contenidos. Ahí es dónde Francisco se hizo fuerte porque encuadraba, era convergente, tenía strategia para gestionar los escándalos de la iglesia y, por sobre todo, en cada uno de estos caracteres transversalizaba con profundidad sus mensajes evangelizadores sin esconder su crítica capitalista. Vamos por parte. Encuadraba. Lo hizo desde el primer día en que fue elegido Sumo Pontífice. Francisco (su nombre) es en sí mismo el norte de su gestión evangelizadora. Un santo radical por complaciente con las estructuras de poder de la Iglesia. Con su nombre gestó un continente llenado con dos significativos contenidos: “austeridad” como estilo, y “pobreza” para dejar en claro que sus destinatarios principales son quienes menos tienen. Viajaba en avión de línea y reforzaba su austeridad. Bajó con su propia maleta. Se transportaba en vehículos sencillos. Mantuvo su lugar de residencia en la austera Santa Marta. Tomaba mate y, como cronicó un periodista, su menú valdría menos de 10 euros en Madrid. Hace tiempo leía un estudio sobre marketing de religiones que explicaba que la Iglesia Católica no atraía a fieles por no estar cerca de los problemas de la gente. Francisco no sólo habló de los problemas de la gente, sino que está con la gente que tiene problemas. Se abrazaba con los discapacitados y enfermos en sus bendiciones y esa es la imagen mundial en cada oportunidad que se sale del protocolo. Lavó los pies a los migrantes y a jóvenes presos. Por eso también fue convergente. Su lenguaje multimedial dió fe de ello. Frank Luntz había escrito un breviario con 10 reglas de la comunicación exitosa. Regla 1: “usar palabras cortas”. Regla 2: “usar frases cortas”. No sólo las aplica, sino que encima este Papa es tuitero y pareciera que razona en pocos caracteres. Constantemente emitía titulares que el mundo compartía. "No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital" dijo, alentando a los fieles a ir hacia las redes. Y con ello, además, una consecuencia obligada: más chances de comunicación directa y de propalar el evangelio: “el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales". Todo ello sin abandonar ninguno de los actos litúrgicos propios de su investidura –de ahí su convergencia–. Le hablaba a partes hablándoles siempre a muchos. Y ese sí es un don. El del equilibrio junto al de los objetivos máximos. Siempre. Su lenguaje es simple, tan directo como indirecto. “Espero que salgan a las calles y que hagan lío”, le transmitió a los jóvenes, al mismo tiempo que le hablaba a los no tan jóvenes anclados en lo “acomodaticio”, “la inmovilidad y el clericalismo”. Este Papa jugó a fondo y comprendía una cosa: los tiempos (lo único que no se puede alterar desde la comunicación). Y aun conociendo los de la Iglesia, no se olvidaba de gestionar estratégicamente los escándalos que vienen dañando seriamente al catolicismo. Así se explicó la creación de la Secretaría de Economía, no sólo para buscar transparencia, sino para re-encuadrar la percepción negativa sobre la relación de los fondos vaticanos con el lavado de dinero, tal como salió a la luz en varios documentos publicados en el escándalo de Vatileaks. En su papado el Vaticano se posicionó ante el durísimo informe del Comité de los Derechos del Niño de la ONU ante los problemas relacionados con la protección de la infancia y el encubrimiento de curas pedófilos. Se reforzaron los anuncios del arsenal legislativo contra la pedofilia, así como aumentó la visibilidad de la nuevaComisión de Protección de la Infancia, creada en el Vaticano a instancias del propio Francisco. Pero de sus palabras siempre surgió la “opción preferencias por lo más pobres”. Por todo ello y ante todo, Francisco sigue al pie de la letra una enseñanza: “Jesús predicó el Reino de Dios mediante signos y palabras”. Se enfatizó la prioridad del drama de las migraciones internacionales, del cambio climático y sus consecuencias. Promovió la aceptación fraternal de las diferencias sexuales. Mantuvo siempre en voz alta su prédica por la paz, especialmente en Ucrania y Medio Oriente. Su preferencia por los países con déficits de desarrollo. Un reformador que no pudo todo, pero peleó por mucho más de lo que pudo. Tenía enemigos internos y externos. Propio de quién avanza y avanza. Este primer Papa americano -obvio, el primero argentino-, fue un hombre de las periferias. Estar ahí y allá, justo donde los centros de poder no están. Por Mario Riorda
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