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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 21/04/2025 14:04
Por Valeria Berros (*) Sin excusas ni indiferencia, Francisco fue un líder religioso ecologista cuando había que serlo. Un repaso por Laudato Sí y Laudate Deum, sobre el cuidado de la casa común y sobre la crisis climática. Su impacto global, en una escena mínima. Hace casi diez años, el 24 de mayo de 2015, el Papa Francisco escribía la Encíclica Laudato Sí sobre el cuidado de la casa común y, más cerca en el tiempo, el 4 de octubre de 2023, publicaba la exhortación apostólica Laudate Deum sobre la crisis climática. Dos textos religiosos que, sin embargo, interpelaron más allá de la Iglesia Católica a miles de personas comprometidas con el movimiento ecologista. Dos textos que tienen un presente y seguramente serán muy recordados en estos días pero que, sobre todo, tendrán futuro. Ambos ubicarán a Francisco en ese lugar que poco abunda de quienes se hicieron cargo de su rol en el momento necesario. Francisco fue un líder religioso ecologista cuando había que serlo. Estos documentos son la huella tangible de su legado ambiental que también canaliza voces de todo tipo: la de científicos y científicas, filósofas y filósofos, la de organizaciones sociales de diferentes latitudes y sobre todo de las regiones más injustas, la de teólogos de diversas geografías. Estas páginas funcionan como antología y amplificador de información, datos y denuncias que se venían realizando hace tiempo. Por supuesto que la tradición religiosa hizo su labor, reencantó el mensaje y dejó su impronta. Aquí otra huella relevante, en medio de tanto negacionismo, deshumanización y crueldad creciente ¿no resultará inspirador un registro de este tipo para multiplicar algo del tono de la poesía en sus más diversas manifestaciones que permita crear y sostener un futuro vivible? Francisco hablaba de ecología integral, un concepto que permite tender puentes entre lenguajes disciplinares, pero también conectar con los lazos de cariño que nos unen con las demás criaturas. ¿Cuáles son y en qué lugar se encuentran ahora? Hay que retomar la radicalidad, afirma el Papa en la Encíclica y esto consiste en una renuncia a convertir la realidad en un mero objeto de uso y dominio. ¿De qué tipo de cariño podemos hablar si sólo usamos y dominamos? Los resultados de la combinación entre objetivación y dominio están a la vista en la actualidad y Francisco no tuvo temor a las enumeraciones convincentes y bien documentadas. Contaminación, basura y cultura del descarte han convertido a la tierra en un inmenso depósito de porquería. El cambio climático es un problema global con dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas con desigual impacto para los países en desarrollo. Se agotan las reservas de agua y se extinguen cada vez más especies: cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos no podrán ver, perdidas para siempre. Nuestra calidad de vida empeora rápidamente mientras la inequidad planetaria se agudiza: no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas (...) hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres. Esta última afirmación quizás sea el más fiel resumen del planteo central del Papa Francisco realizado hace una década en la Encíclica junto con la denuncia sobre la inacción de quienes deben asumir y guiar transformaciones radicales. De la Encíclica a esta parte pasó casi una década y el negacionismo climático avanzó rápidamente. Francisco volvió a optar por una posición clara y necesaria como líder religioso. En su exhortación de 2023 afirmó que: Por más que se pretendan negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más patentes. Nadie puede ignorar que en los últimos años hemos sido testigos de fenómenos extremos, períodos frecuentes de calor inusual, sequía y otros quejidos de la tierra que son sólo algunas expresiones palpables de una enfermedad silenciosa que nos afecta a todos. Su voz enfrenta de modo directo a quienes se burlan, ridiculizan y confunden sobre un tema cada vez más evidente y documentando científicamente –de hecho, en el texto cita de manera expresa al IPCC– y plantea que ya no se puede dudar del origen antrópico del cambio climático. Otra vez lo logró. También esta reciente exhortación interpeló a ese movimiento ecologista que tiene claro que existe un problema estructural que involucra inequidades globales y requiere de acciones urgentes de quienes tienen el verdadero poder de decisión. Me pregunto qué pensarán quienes en algunos años lean estos textos que reúnen la mirada ecologista del Papa y me permito traer un recuerdo. Hace diez años estaba trabajando en el Rachel Carson Center en la Universidad de Münich en Alemania. El mismo día que se publicó la Encíclica un colega golpeó mi puerta con el texto impreso y me preguntó: ¿De dónde salió este hombre y cómo puede haber pensado todo esto? Mi nacionalidad me hizo responsable del asunto y pocos días después terminamos leyendo la Encíclica en la biblioteca del instituto un conjunto de personas, no tan religiosas tal vez, pero sí interesadas en las cuestiones ambientales. Personas de India, Alemania, Portugal, Canadá, Argentina, Bolivia, Estados Unidos, Grecia en ronda y con el texto impreso en varios idiomas leímos a Francisco. Ese día muchas de estas personas descubrimos a Francisco. Hoy ese episodio se resignifica, puede ser la fotografía de esos micro momentos a forjar para mantener viva la memoria y honrar el legado de quien supo decir lo necesario sin excusas ni indiferencia. (*) Abogada y Doctora en Derecho egresada en la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Investigadora Adjunta del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Esta columna de su autoría fue publicada este lunes en el Periódico Pausa.
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