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» Diario Cordoba
Fecha: 21/04/2025 09:47
Francisco, durante un viaje a Mozambique. / EFE Un amante de la ironía como Jorge María Bergoglio apreciaría la coincidencia de su muerte con la visita de J.D. Vance, quizás el católico converso más peligroso del planeta. El Papa muere aferrado a la vida, tras explorar y explotar todos los atrevidos desafíos que la ciencia laica y agnóstica le ha planteado a la fe. Si se repasan las edades y tratamientos médicos a que se sometieron los tres últimos Pontífices, ninguno de ellos mostraba excesiva prisa por reunirse con su Creador. La desaparición terrenal de Francisco ha sido radiografiada hasta la extenuación, pese a no contar durante meses con una sola manifestación verbal de la víctima. El mundo ha seguido su agonía en directo, como ya ocurriera con Juan Pablo II en el mismo hospital Gemelli, con una planta completa a su disposición. En ambos casos, y se debe añadir aquí a Benedicto XVI, no se lo han puesto fácil a la muerte destructora. Por si acaso, los papas prefieren aferrarse a la existencia perecedera antes que a la perecida, la familiar desesperación humana les parece más aceptable que la esperanza en el incierto más allá. Solo la muerte de un papa es más complicada que su vida. Recién traspasado, se le amontonan las tareas, como sabe cualquier espectador de 'Cónclave', que ahora suma el aura pedagógica a su correcta factura cinematográfica. A la hora del balance, conviene andarse con tiento si se pretende hablar bien del ambiguo papa Francisco, porque ensalzarlo puede costar una querella de algún colectivo de abogados ultracatólicos. Quienes presumen de carecer de ideología, siempre son de derechas, excepto en el Vaticano. La derecha española odia al Papa fallecido porque lo identificaba con Jordi Évole y ahora con el superventas de Javier Cercas, pero también conviene ahorrarse los florilegios de los misacantanos que dirían lo mismo de cualquier Pontífice, con motivo de su desaparición. En realidad, el primero en desilusionarse con las posibilidades de Francisco como navegante fue el propio Bergoglio. Tras advertir los peligros mortales que conllevaba la denuncia de los canallas abrigados en la curia, se enclaustró en el combate contra el cambio climático, de menor coste y desgarro personal. Nadie es Papa contra su voluntad. Al instalarse en el "desencanto", por utilizar el término del católico José Luis Aranguren para describir la frustración de la transición española, Francisco transmitió con su habilidad argentina que era un forzado remero. Se le ha bautizado doctrinalmente con términos como misericordia o discernimiento, pero son valores que con cierto esfuerzo se pueden endosar a millones de personas sin fuste destacable para el pontificado. Caracteriza en realidad al Papado de Francisco un aire desordenado, que no excluye prometerle un puñetazo a quien le miente a su madre, o apoyar a Putin contra la OTAN en consonancia con la estrategia desquiciada de la ultraderecha. Cuántas divisiones o subdivisiones tiene el Papa, que diría Stalin. El ansia compensatoria permite efectuar dos balances convergentes: El papa Francisco el día de su nombramiento / Agencias A) Francisco sabía todo lo que andaba mal en su rebaño y entre sus pastores pero se dedicó a enmascararlo, porque se convenció de que un Papa no podía ser valiente sin dejarse a la Iglesia por el camino cismático. B) Francisco sabía todo lo que andaba mal y no lo ocultó, pero tampoco lo arregló. Denunciar los abusos sexuales masivos no basta, la insistencia se vuelve contraproducente sin medidas quirúrgicas. Las últimas imágenes del papa Francisco el Domingo de Resurrección. / EP El Papa reprocharía a este texto la ausencia flagrante de humor, lo cual obliga a rememorar la visita al Vaticano de Juan Carlos I, cuando su anfitrión le cede el paso al grito de "el monaguillo siempre por detrás". O su advertencia sobre el peligro que tienen los jesuitas, al invitado regio que deseaba congraciarse con el Pontífice desde la premisa de haberse educado en la Compañía. Francisco era audaz en el habla y más borgiano que chestertoniano tras el escudo irónico, es posible que su entorno no le permitiera avanzar un paso más allá. No siempre se advierte en todo su significado que la humanidad vive el momento de su historia en que hay más personas sobre el planeta que no desean morirse, un instinto de supervivencia que alcanza a los papas desde el efímero Juan Pablo I. Durante este paréntesis de reflexión, cada cual puede repasar cuándo fue la última ocasión en que habló con una persona incluso católica practicante para ponderar las enseñanzas espirituales de un Pontífice. La frivolidad reinante reduce a los sucesores de San Pedro al recuento anecdótico de las columnas de cotilleo, cabe imaginar a Francisco con una frase póstuma en los labios. "Si me hubiera atrevido".
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