Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Eduardo Levy Yeyati: “La inteligencia artificial pone en crisis la centralidad del trabajo en nuestra sociedad”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 21/04/2025 08:56

    Eduardo Levy Yeyati entrevistado por Patricio Zunini en el auditorio de Ticmas La semana pasada, Eduardo Levy Yeyati visitó Ticmas para conversar sobre el impacto de la inteligencia artificial en el trabajo, la educación y la vida cotidiana. El encuentro fue estuvo coordinado por Sara Argañaraz, directora de relaciones institucionales de Ticmas, y el Grupo de Fundaciones y Empresas (GDFE), representado por su director ejecutivo, Javier García Moritán. La entrevista fue realizada por Patricio Zunini, a partir de los ejes centrales del ensayo Automatizados (Ed. Planeta), que Levy Yeyati escribió junto con Darío Itzkovich. “La inteligencia artificial no es sólo una herramienta que mejora lo que hacemos —dijo Levy Yeyati durante la charla—. Está empezando a transformar nuestras rutinas, nuestros vínculos y, sobre todo, la forma en que entendemos el trabajo y la educación.” Lejos de simplificaciones tecnofóbicas o tecnoutópicas, Levy propuso una lectura estructural del cambio en curso: qué lugar ocupará el trabajo en una sociedad donde el empleo se vuelve escaso, cómo se redistribuirá la riqueza en ese escenario, y qué rol podrá asumir la educación frente a tecnologías que prometen expandir las posibilidades de aprendizaje al mismo tiempo que ponen en cuestión el rol del docente. En el encuentro, Levy Yeyati alternó referencias teóricas con ejemplos cotidianos; observaciones económicas con advertencias culturales. Sostuvo que el avance tecnológico no se puede frenar, pero sí se puede anticipar y regular para mitigar sus efectos negativos y orientar su impacto. Para eso —dijo— es necesario comprender su lógica, asumir su alcance y actuar antes de que sea tarde. Eduardo Levy Yeyati, Sarita Argañaraz y Javier García Moritán Después del trabajo Uno de los ejes centrales de la conversación fue la transformación del trabajo. Levy Yeyati propuso pensar la inteligencia artificial no sólo como una herramienta que automatiza tareas, sino como una disrupción que cuestiona los pilares sobre los que se organiza la vida social. “Estamos cableados en torno al trabajo —dijo—. No sólo porque lo necesitamos para vivir, sino porque organiza nuestra existencia. Le da sentido al tiempo, estructura nuestras relaciones, define nuestras metas”. La afirmación abre una línea de reflexión que se sostuvo durante buena parte del encuentro: la inteligencia artificial no sólo reemplaza tareas físicas o repetitivas, también comienza a intervenir sobre aquellas que requieren análisis, juicio o lenguaje. A diferencia de otras revoluciones tecnológicas, esta no se limita a liberar al trabajador del esfuerzo físico: apunta directamente al núcleo de lo que considerábamos insustituiblemente humano. “La inteligencia artificial, si la tomamos al pie de la letra, reemplaza la inteligencia. Bueno, tenemos el músculo, tenemos la inteligencia, ¿qué otra cosa tenemos que no puede ser reemplazada?” En una sociedad que construyó su idea de progreso sobre el trabajo, y que organizó buena parte de la vida adulta en función de la carrera profesional, la posible pérdida del empleo como estructura central plantea una pregunta difícil de esquivar: ¿qué hacemos si no trabajamos? Esa pregunta toca un núcleo cultural que excede lo económico: “Cuando alguien no trabaja, lo primero que preguntamos es en qué ocupa su tiempo. Hay una sospecha detrás del ocio. Lo asociamos a la pérdida, a la marginalidad. Eso no es universal. Es un rasgo de época”. Recordó que durante siglos hubo grupos sociales que no trabajaban, sin que eso significara una falla del sistema. “La aristocracia no trabajaba. Los filósofos griegos no trabajaban. Si a los esclavos los reemplazan las máquinas, ¿no deberíamos volver a ser Aristóteles?” La provocación, sin embargo, no apunta a la nostalgia: remite a la necesidad de repensar culturalmente la centralidad del empleo. El problema no estaría en trabajar menos, sino en que no tenemos un marco cultural o institucional que reemplace al trabajo como eje. “La primera generación que pierda ese eje va a vivirlo como un shock. La siguiente quizás se adapte. Si logramos que vivan bien, aunque trabajen menos, el cambio cultural va a llegar. Pero no se da solo: hay que prepararlo”. Un gran marco de público se acercó hasta el auditorio de Ticmas para escuchar a Eduardo Levy Yeyati Redistribuir sin trabajo “Si el trabajo deja de ser el canal principal de distribución del ingreso”, dijo Levy, “necesitamos otro. Porque si no, ¿cómo va a vivir la gente?” La pregunta no es abstracta. Según el economista, la pérdida de centralidad del empleo puede derivar en una caída estructural del consumo, y con ello, en una recesión sostenida. “La mayoría de las personas trabaja para vivir. Si cada vez hay menos trabajos, o si los trabajos pagan menos, la participación de los salarios en el producto cae, y la demanda se debilita. Eso afecta a toda la economía”. Ante ese escenario, distintas soluciones empiezan a tomar forma en la agenda pública, incluso desde lugares inesperados. “Quienes más están impulsando el ingreso universal básico no son los partidos progresistas. Son figuras como Sam Altman o Elon Musk. Saben que si sólo ellos tienen dinero, no van a tener a quién venderle un Tesla”. Más allá de las propuestas, el problema político es que ninguna de las herramientas disponibles se encuentra hoy en condiciones de reemplazar el rol redistributivo del empleo. “Estamos más lejos que nunca de pensar en una solución colectiva”, dijo Levy Yeyati, y continuó: “La reacción general es defensiva. Nadie quiere pagar más impuestos. Nadie quiere que le toquen lo que tiene. Pero la única salida, como fue a fines del siglo XIX con la seguridad social, es una salida colectiva.” Desde esa perspectiva, el debate no es técnico, sino cultural y político. “La solución no es la educación financiera. No vamos a vivir de rentas. La renta ajustada por riesgo es baja y va a ser más baja aún por el envejecimiento de la población. Pensar que podemos vivir de inversiones personales es una fantasía. Lo que se necesita es política pública”. Algunas de esas políticas ya han sido debatidas —como la reducción de la jornada laboral—, pero, en su opinión, se discuten bajo parámetros obsoletos. “La idea de jornada laboral tiene sentido cuando todo el mundo trabaja en el mismo lugar, al mismo ritmo. Pero hoy el trabajo es fragmentado, asincrónico y digital. Las reglas no acompañan lo que ya está pasando”. El problema no es nuevo, pero la inteligencia artificial, advirtió, acelera los tiempos. “Muchas de las normas laborales actuales ya no funcionaban antes. Ahora la contradicción es evidente. La tecnología no creó el problema, pero sí lo hizo imposible de ignorar.” “Automatizados” (Planeta) de Eudardo Levy Yeyati y Darío Judzik El aula y la máquina La inteligencia artificial no sólo pone en cuestión la estructura del trabajo. También interpela a la educación, tanto en su función social como en su lógica pedagógica. Para Levy Yeyati, los problemas del sistema educativo no empezaron con la irrupción tecnológica, pero se vuelven más visibles en este nuevo escenario. “Sabemos —pero no lo decimos— que nuestros docentes no están bien formados. No es una cuestión de vocación: es un problema estructural, y no sólo en Argentina”. En ese diagnóstico, Levy Yeyati señaló que la formación docente presenta deficiencias incluso en los países más desarrollados. “Hasta en Finlandia, que suele ponerse como ejemplo, la docencia está dejando de ser una vocación y se convierte cada vez más en una salida laboral. Si no ayudamos al docente con tecnología, vamos a seguir viendo un deterioro en el capital humano de quienes ingresan al mercado laboral. Y eso no se soluciona solo con buenas intenciones.” Frente a ese panorama, propuso dejar de pensar a la inteligencia artificial como una amenaza, y comenzar a verla como una herramienta para fortalecer la enseñanza. Pero advirtió que ese proceso exige una formación específica: “Hay que entrenar al docente en el uso de estas herramientas. La urgencia es tal que no se puede seguir postergando. Hoy no hay una agenda clara de inteligencia artificial en educación. Hay una preocupación por los riesgos, pero no una estrategia de uso”. A pesar de eso, el uso indiscriminado también conlleva riesgos. Levy Yeyati fue enfático al marcar un límite que no se puede desdibujar: el proceso de aprendizaje no puede quedar delegado en un modelo de lenguaje. “Nosotros podemos escribir mejor y más rápido con la ayuda de la inteligencia artificial porque antes aprendimos a escribir. Pero si un chico de 14 años le pide al modelo que escriba por él, no está aprendiendo. Está salteando la experiencia. Y si pierde la experiencia, pierde el conocimiento”. El argumento se conecta con una idea más amplia que sobrevuela toda su intervención: los modelos de lenguaje trabajan con material ya documentado. Lo que no está escrito, no lo registran. Eso incluye saberes tácitos, habilidades prácticas, intuiciones adquiridas. “Hay cosas que uno sabe hacer, pero que no puede explicar. No hay un manual para aprender a subir una escalera. No hay una instrucción para esquiar o tocar el piano. Sin práctica, no hay aprendizaje”. Desde ese enfoque, la tarea docente no desaparece. Se redefine. “La inteligencia artificial puede corregir, puede proponer, puede ampliar. Pero no puede reemplazar el recorrido. El docente tiene que estar ahí, no para repetir contenido, sino para asegurarse de que los estudiantes transiten el proceso, que hagan, que se equivoquen, que piensen. Lo que no puede pasar es que todo eso se automatice”. Regular el algoritmo Además de su impacto sobre el trabajo y la educación, la inteligencia artificial plantea preguntas políticas y regulatorias. El desarrollo de estas tecnologías está liderado por un puñado de empresas con capacidad de inversión prácticamente ilimitada. “Son actores globales, con más poder que muchos Estados. Y operan con una lógica de escala que hace que el primero que llega se quede con todo”, dijo Levy Yeyati. Se refirió al fenómeno de los hyperscalers, compañías capaces de invertir miles de millones de dólares en modelos cada vez más grandes y complejos. “Al inicio, la lógica era clara: más datos, más potencia de cálculo, mejor resultado. Entonces hiper-escalaron los modelos. Eso generó una concentración inédita. Hoy el que tiene el mejor modelo, el más entrenado, domina el mercado. Y al resto no le queda más que adaptarse”. Ese dominio no es sólo técnico: es también económico y simbólico. “Si no hay regulación, la dependencia se vuelve total. Y cuando sólo queda uno, cobra lo que quiere”. Los marcos regulatorios actuales no alcanzan para controlar el poder acumulado por estas empresas. No sólo por su tamaño, sino por su ubicuidad. “Viven en la nube. Si un país los aprieta, se mudan. Siempre hay otro Estado dispuesto a darles cobijo regulatorio. Se llama arbitraje regulatorio, y funciona como un escudo perfecto”. Frente a eso, propuso pensar la regulación no como un freno, sino como una herramienta para garantizar competencia, transparencia y derechos. Y contó una anécdota reveladora: “MIT Press, donde publiqué varios libros, nos escribió a los autores para preguntarnos si preferíamos que las plataformas nos sigan robando contenido sin pagar nada, o que al menos pagaran una chirola. Eso era todo lo que podían ofrecer. Por supuesto, no avanzó. Y el saqueo siguió”. También habló de los dilemas éticos. ¿Quién define qué está bien o mal? ¿Bajo qué marco moral se entrena un modelo? “Lo que para una cultura es correcto, para otra es inaceptable. La moral no es universal. Es local, y cambia con el tiempo. Si el modelo se alimenta de lo que ya existe, va a reproducir lo bueno y lo malo. Si lo ajustás, tenés que decidir quién define los parámetros. Y ahí el problema ya no es técnico: es político”. La inteligencia artificial, afirmó, no tiene moral propia. Tiene patrones. Y esos patrones reflejan decisiones humanas. “El problema no es lo que hace la máquina. Es lo que decidimos nosotros”. Con eso volvió al punto de partida: el futuro no está dado. La tecnología avanza, pero su impacto depende de cómo se la use, de quién la controle, de qué decisiones se tomen desde los Estados, las instituciones y las comunidades. “Si no hacemos política ahora, en diez años va a ser tarde. Este es el momento de pensar cómo queremos vivir. No después. Ahora”.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por