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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 21/04/2025 06:40
Jorge Bergoglio, joven sacerdote jesuita, y la carta que escribió en 1990 En la noche del 20 de octubre de 1990, Jorge Mario Bergoglio cavilaba sobre su destino en la habitación número 5 de la Residencia Mayor de los Jesuitas en Córdoba. Había sido enviado allí, en una suerte de castigo, por la Compañía de Jesús, tras su desplazamiento de la conducción de la orden, primero como Provincial y luego como Rector del Colegio Máximo de San Miguel, cargo que ocupó hasta 1985. Antes de acostarse en el pequeño recinto de cuatro por tres metros, sintió que debía dejar de “procrastinar” (así lo escribió él) y cumplir una promesa. Se cumplían 29 años de la muerte del Padre Enrique Pozzoli, el sacerdote que lo había bautizado el 25 de diciembre de 1936 en la parroquia de San Carlos. Bajo la luz de una lámpara, con una antigua máquina de escribir Olivetti que había comprado en una liquidación durante su paso por Alemania, comenzó a redactar una carta que alcanzó las 3099 palabras. En ella, evocaba al hombre que marcó su vocación religiosa, y que lo llevó a reconocer que si hoy su familia vivía “seriamente en cristiano”, era gracias a él. Pero además de este tributo, Bergoglio aprovechó para hacer un repaso íntimo y profundo de su propia vida, de su infancia y su adolescencia, como nunca ni antes ni después lo hizo. En el tercer párrafo de esa carta, dirigida al padre Cayetano Bruno, sacerdote e historiador salesiano, Bergoglio comienza a relatar la historia de su familia: “El P. Pozzoli estaba muy ligado a la familia Sívori, la familia de mamá (María Regina Sívori), que vivía en Quintino Bocayuva 556. Los hermanos de mamá, sobre todo el mayor, Vicente, le eran muy cercanos (él también tenía el hobby de la fotografía). Los hermanos de mamá también participaban en los Círculos Católicos de Obreros (creo que en la calle Belgrano)”. Más adelante, Bergoglio relata cómo su padre, Mario José Francisco Bergoglio, llegó a Argentina el 25 de enero de 1929: “Papá era piamontés, nacido en Asti, y había vivido en Turín la mayor parte de su vida, en Via Garibaldi y Corso Valdocco. La cercanía con la Iglesia Salesiana hizo que frecuentara a los Padres de allá, de tal forma que cuando llegó, ya formaba parte de la ‘famiglia salesiana’. Llegaron en el Giulio Césare, aunque debían haber viajado en el Principessa Mafalda, que se hundió. ¡Usted no se imagina cuántas veces agradecí a la divina Providencia!” Jorge Mario Bergoglio junto a su hermano Oscar En un pasaje, Bergoglio dedica un párrafo especial a su abuela paterna, Doña Rosa Margarita Vasallo de Bergoglio. En sus palabras, ella fue la mujer con mayor influencia en su vida. “La abuela trabajaba en la naciente Acción Católica: daba conferencias por todas partes (hasta hace poco yo tenía una, publicada en un folletito, que había dado en S. Severo de Asti, sobre el tema: ‘San José en la vida de la soltera, la viuda y la casada’). Parece que mi abuela decía cosas que no caían bien a la política de entonces... Una vez le clausuraron el salón donde debía hablar, y entonces lo hizo en la calle, subida arriba de una mesa… Pero no creo que la situación política haya sido el detonante para la migración a Argentina (tampoco tuvo que tomar aceite de ricino)”. Más adelante, rememora las épocas de prosperidad de su familia, cuando aún existía la esperanza de “hacer la América”. “Un hermano de mi abuelo ya vivía en Paraná y le iba bien. Vinieron a sumarse a la empresa pavimentadora en la que trabajaban cuatro de los cinco hermanos Bergoglio. Papá era el único hijo y pasó a ser contador en la empresa,y se movía entre Paraná, Santa Fe y Buenos Aires. Cuando llegó a Buenos Aires, se hospedó con los Salesianos en la calle Solís, y fue allí donde conoció al Padre Pozzoli, quien inmediatamente pasó a ser su confesor desde 1929. Integró el grupo de muchachos que rodeaban al P. Pozzoli, donde conoció a los hermanos de mamá… y por ellos a mamá, con la que se casó el 12 de diciembre de 1935 en San Carlos.” Partida de nacimiento de Jorge Mario Bergoglio La carta de Bergoglio se tiñe de sombras apenas un año después de la boda de sus padres. A la crisis económica de la década infame se le sumó la muerte de su tío abuelo Juan Lorenzo, presidente de la empresa familiar en Paraná, tras sucumbir a una leucemia y un linfosarcoma. Como curiosidad, Bergoglio relata que en sus últimos momentos, su tío fue atendido por el doctor Oscar Ivanisevich, quien luego sería ministro de Educación en los gobiernos de Juan Perón en los años 40 y de Isabel Perón en la década del 70. Ambas tragedias, entrelazadas, desencadenaron una tormenta perfecta: la empresa se fue a la quiebra. Así lo relata Bergoglio: “Tuvieron que vender todo, hasta la Bóveda del Cementerio (todavía se conserva en Paraná el ‘Palacio Bergoglio’ de 4 pisos, donde vivían los cuatro hermanos), y mis abuelos y papá quedaron en la calle. Menciono este acontecimiento porque fue el P. Pozzoli quien los presentó a una persona, quien les facilitó un préstamo de 2.000 pesos, con los cuales mis abuelos compraron un almacén en el barrio de Flores… y mi papá hacía el reparto con la canasta. Esto muestra la preocupación del P. Pozzoli por ‘sus’ muchachos, cuando pasaban por alguna mala situación”. Ese era el contexto familiar cuando nació Jorge Mario Bergoglio, el 17 de diciembre de 1936, a las 21 horas, en la casa familiar de la calle Varela 268, en el barrio porteño de Flores. En ese momento, su padre tenía 28 años y su madre, 25. Fue el mayor de cinco hermanos, seguido por Oscar Adrián, Marta Regina, Alberto Horacio y María Elena, la única que sobrevive. El 25 de diciembre, Navidad, tres días antes de ser anotado en el Registro Civil, fue bautizado por el padre Pozzoli. A excepción del segundo de los hermanos, Oscar, el P. Pozzoli bautizó a todos. Los padrinos de Jorge Mario fueron su abuelo materno, Francisco Sívori, y su abuela paterna, Rosa Vasallo. Partida-bautismo-Jorge-Mario-Bergoglio Jorge Mario Bergoglio en su adolescencia Poco después de adaptarse a la vida en Buenos Aires, la situación económica de la familia comenzó a mejorar. Se mudaron a una casa más grande, de dos plantas, a tan solo unas cuadras de allí, en Membrillar 531. En esa casa ocurrió un episodio que pudo haber tenido trágicas consecuencias y que, con el tiempo, quedó como una anécdota que Bergoglio narró ya como Papa en una visita a un grupo de niños: “Jugábamos a los paracaidistas, subimos a la terraza con un paraguas, y uno de mis hermanos se tiró… ¡Salvó su vida por un pelo!” Muy cerca de allí, en el Colegio de la Misericordia, se encontraba la capilla a la que toda la familia acudía cada domingo para participar de la misa. Fue en ese entorno cargado de devoción, donde el pequeño Jorgito comenzó su educación, ingresando al jardín de infantes. Su primera maestra fue la hermana Rosa, quien lo acompañó a lo largo de su vida, viéndolo crecer hasta su muerte a los 101 años. A ella, se dice, le gustaba contarle cómo era cuando niño, y él se reía cuando le decía: “Un diablo, ¿mejoraste un poco?” En ese mismo lugar, el 8 de octubre de 1944, cuando tenía 9 años, Bergoglio recibió la Primera Comunión y, esa misma tarde, la Confirmación. Su catequista, la hermana Dolores, quien falleció en 2011, fue también una figura entrañable para Bergoglio, quien, ya como Papa, compartió con un grupo de niños de una parroquia romana que “durante un año me preparó una monja muy buena, junto a dos catequistas, en esos tiempos, antes de misa no se podía tomar ni una gota de agua; fue Pío XII el que nos salvó de esa dictadura”. Fotografía sin fecha de la familia Bergoglio. De izq. a dcha., arriba: María Elena, hermana del Papa; Regina Sívori, madre del Papa; Alberto, hermano del Papa; Jorge Bergoglio, Papa Francisco; Oscar, hermano del Papa; Marta, hermana del Papa; Enrique Narvaja, cuñado del Papa. Sentados de izq a dcha: El abuelo del Papa, Juan Bergoglio, la abuela del Papa, María, y el padre del Papa, Mario (AFP PHOTO/Bergoglio Family) Como el Colegio de la Misericordia no ofrecía la educación primaria, Bergoglio cursó los primeros grados en la escuela N° 8 Pedro Cerviño, ubicada en Varela 358. Alternaba entre sus estudios, los juegos en la plaza Brumana con sus amigos, y los domingos por la tarde junto a su padre yendo a ver a San Lorenzo de Almagro. En ese club, Mario José jugaba al básquet, y desde entonces, Bergoglio se convirtió en un ferviente hincha de los Cuervos, que en 2008 le otorgaron su carnet de socio con el número 88235. Sin embargo, en 1948, con el nacimiento de su hermana María Elena, la situación familiar sufrió un giro. En su carta a los salesianos, Bergoglio recuerda el apoyo del Padre Pozzoli en esos momentos de oscuridad: “Ayudó con sus gestiones para que yo y mi hermano segundo pudiéramos ingresar –en 1949– como internos en el colegio Wilfrid Barón de los Santos Ángeles en Ramos Mejía. Yo hice mi sexto grado allí, en 1949, y mi hermano el quinto y sexto en 1949-1950. Sucede que en febrero de 1948, mamá había tenido su último parto (mi hermana, la quinta y última), y había quedado seriamente postrada como consecuencia del evento. Hubo que ponernos internos a los tres mayores”. Jorge Bergoglio junto a su madre, María Regina Sívori, y su padre, Mario José, en 1958 La devoción de la familia Bergoglio por el Padre Pozzoli era tan profunda que, una vez al año -generalmente para San Enrique-, lo invitaban a compartir los ravioles que se preparaban en la casa de sus abuelos maternos, Francisco Sívori y María Gogna de Sívori. El Padre Pozzoli no solo se ocupaba de los asuntos espirituales, sino que también ayudaba a mantener la armonía en los asuntos más cotidianos de la familia. En una carta, Bergoglio relata una anécdota que, si bien no detalla por respeto a los involucrados, da una pista sobre una de las razones de su distancia de la Argentina luego de ser Papa. “En la familia Sívori tuvo que arreglar entuertos difíciles, y lo hizo siempre con tacto…”. La intervención del Padre Pozzoli fue crucial en una serie de hechos familiares, pero hubo uno que no pudo resolver. Tras la muerte de su abuelo materno, Francisco, se desató una tormenta entre los hermanos por el trámite sucesorio, en gran parte debido a antiguos malentendidos que afloraron. Un domingo, el Padre Pozzoli fue a almorzar a la casa de Quintino Bocayuva y al ver que no estaban todos los hermanos, se enteró de la disputa. Intentó mediar, pero no lo logró. Bergoglio recuerda: “Nunca más aceptó una invitación a almorzar allí. Atendía a todos, se preocupaba por todos, pero (poniendo excusas) se las arregló para no participar de una mesa dividida: ni con unos ni con otros. Esto lo pinta de cuerpo entero”. En la entrevista que Bergoglio ofreció a Infobae en marzo de 2023, manifestó que su deseo era “volver a la Argentina”, pero nunca lo hizo. ¿Estará ahí, en ese almuerzo y en esa carta, la clave de su ausencia en su país desde que fue Papa? ¿Habrá tomado la actitud del Padre Pozzoli –“no participar de una mesa dividida”– como un dogma de vida? El paso por la educación salesiana en el colegio Wilfrid Barón de los Santos Ángeles en Ramos Mejía, donde vivió como pupilo, fue determinante para Bergoglio. En la carta del 20 de octubre, dirigida al Padre Cayetano Bruno, escribió: “Mi experiencia más fuerte con los Salesianos fue en el año 1949, cuando cursé como interno el sexto grado en Ramos Mejía. Era Director el P. Emilio Cantarutti”. Entre los recuerdos que lo marcaron, destaca dos momentos: “Uno de los momentos claves en esto de aprender a buscar el sentido a las cosas, eran las ‘Buenas Noches’ que habitualmente daba el P. Director. A veces lo hacía el P. Inspector, cuando pasaba por el colegio. Al respecto recuerdo una, como si fuera hoy, que dio Mons. Miguel Raspanti, Inspector en ese entonces. Sería a principios de octubre del 49. Había viajado a Córdoba porque su mamá había muerto el 29 de septiembre. A su regreso nos habló de la muerte. Ahora, a los casi 54 años, reconozco que esa platiquita nocturna fue el punto de referencia de toda mi vida posterior respecto al problema de la muerte. Esa noche, sin sustos, sentí que algún día yo iba a morir y eso me pareció lo más natural”. El segundo episodio, relacionado con su vocación, también ocurrió durante una de esas charlas nocturnas: “Otro ‘Buenas Noches’ que hizo mella fue uno que dio el P. Cantarutti sobre la necesidad de pedir a la Santísima Virgen para acertar en la propia vocación. Recuerdo que esa noche fui rezando intensamente hasta el dormitorio (se debió notar algo porque dos días después el P. Avilés me hizo un comentario de paso)… y después de esa noche nunca me dormí sino rezando”. Francisco mirando desde un balcón de su escuela primaria Cuando comenzó el colegio Secundario, Bergoglio regresó a su casa de la calle Membrillar al 500 y comenzó a frecuentar la Basílica de San José de Flores. En esos años, uno de sus recuerdos más cercanos fue el de Arminda Esther Aragón, una amiga de su adolescencia. Cordobesa de La Carlota, llegó a Buenos Aires con su familia cuando terminó la primaria y estudió en el Colegio de la Misericordia. Más tarde, se recibió en Trabajo Social y presidió la Acción Católica en Flores, lo que la vinculó a Bergoglio. Esto contaba: “Yo lo conocí porque estaba en la Acción Católica. Era muy amigo de un chico llamado Navarro Pizzurno. Entre los dos sacaban una mesita con libros en Flores y misionaban sobre Rivadavia. Era, se ve, de mucha fe. Él tenía un hermano más gordito, y las chicas, pícaras, les decíamos el Gordo y el Flaco, jaja… Cuando Marta, la hermana, cumplió 15 años, hizo la fiesta en la casa de la calle Membrillar y fuimos. Hubo baile, nos divertimos mucho. También sé que jugaba en la plaza Brumana, acá en Membrillar y Bilbao, porque ellos vivían a media cuadra. Lo último que recuerdo es que él siempre iba a la Misericordia, y una vez, más grande, me contaron que pasó por acá y dijo, por mi hermana y por mí: “¿Estarán vivas las Aragón todavía?” Arminda se reía al recordar esos tiempos y aprovechaba para desmentir una de las leyendas que surgió después de que Bergoglio fuera elegido Papa: “Que yo sepa no tenía novia. Había una chica joven, de una familia, que era muy amiga de él, pero novia no le conocí”. Al regresar a Flores, Bergoglio se inscribió en el colegio Industrial Nacional de Educación Técnica N° 27 Hipólito Yrigoyen, que se encontraba en la calle Goya 351, en el barrio vecino de Floresta. Hoy, ese edificio ya no existe. En su promoción había 60 alumnos, divididos en dos cursos de 30. Allí fue donde formó su verdadero grupo de amigos, los cuales conservó hasta su muerte, aunque algunos ya no están. Los que estaban vivos, luego de 2013, año que alcanzó su papado, hicieron un pacto: no hablar de su amigo con la prensa. Sin embargo, en una grabación realizada hace algunos años, dejaron su testimonio sobre “Jorge”. Oscar Crespo, uno de los amigos que se fue a vivir a Córdoba, narró allí cómo la vocación de Bergoglio comenzó a manifestarse con claridad desde su adolescencia. “En segundo año teníamos Religión como materia. Aquel día, el profesor, de apellido Zambrano, entró al aula y, después de saludarnos, preguntó si podían ponerse de pie quienes aún no habían tomado la Comunión. De los 30 que estábamos, solo dos nos levantamos. El profesor, sorprendido, exclamó: ‘¡Caramba, cómo a esta edad no tomaron la Comunión! ¿Pero sí están bautizados?’ Y enseguida agregó: ‘Esto tiene solución: acá el compañero Bergoglio les ofrece, si ustedes lo aceptan, encontrarse con él el domingo en la iglesia de San José de Flores, donde los va a apadrinar para que tomen la comunión. Y como cierre, los va a invitar a su casa con un pequeño lunch’. Esto ocurrió cuando él tenía 14 años”. Promoción 1955 de la Escuela. Jorge Bergoglio es el segundo desde la derecha, semitapado A pesar de que, tras egresar como Técnico Químico, trabajó un tiempo en el Laboratorio Hickethier, su destino ya estaba definido. En su carta al Padre Bruno, Bergoglio lo narra de manera contundente: “El 21 de septiembre de 1954 me voltearon del caballo. Conocí al P. Carlos B. Duarte Ibarra, en Flores (mi parroquia). Me confesé con él ‘de chiripa’ y allí –sin estar yo en el telonio (Nota: oficina) como el santo del día– me esperaba el Señor ‘miserando atque eligendo’ (Nota: precisamente esta frase, que significa ‘Lo miró con misericordia y lo eligió‘, fue el lema que adoptó para su escudo papal). Allí no tuve dudas de que debía ser sacerdote. La vocación la había sentido por primera vez en Ramos Mejía, durante mi sexto grado, y la hablé con el famoso ‘pescador’ de vocaciones, el P. Martínez, SDB (Nota: Salesianos de Don Bosco). Pero luego comencé el secundario, y ‘¡chau!!’”. En la Basílica de San José de Flores, una placa se encuentra sobre el confesionario en el que Bergoglio experimentó ese momento decisivo. La curiosidad radica en que la placa está fechada en 1953, un año antes de lo que Bergoglio relató en su carta de 1990. El párroco Martín Bourdieu rememoraba el acontecimiento de aquel día primaveral con precisión: “Jorge se había encontrado con un grupo de amigos afuera, en la avenida Rivadavia, con planes de celebrar el 21 de septiembre. Pero algo lo impulsó a entrar a la basílica, un lugar que le era especialmente querido. Como joven de la Acción Católica, solía venir aquí con su familia, que vivía cerca. Era un sitio familiar y entrañable para él. Algo lo motivó a entrar y rezar un rato. Allí encontró el confesionario abierto, con la luz encendida y un sacerdote mayor en el acto de confesar. Después de confesarse, se quedó un tiempo más rezando, suspendió el picnic con sus amigos y regresó a su casa, porque, evidentemente, algo profundo había sucedido en él esa tarde”. Bergoglio El paso final para ingresar al seminario lo hizo, como tantos otros momentos clave de su vida, acompañado por el Padre Pozzoli. Bergoglio narró en la misiva cómo resolvió finalmente el dilema: “No dije nada en casa hasta noviembre de 1955: ese año terminaba el Industrial (eran seis años), y me recibía de técnico químico. Como yo veía en qué iba a terminar el conflicto, lo fui a ver al P. Pozzoli y le conté todo. Examinó mi vocación. Me dijo que rezara y lo dejara en manos de Dios. Me dio la bendición de María Auxiliadora. Cada vez que rezo el ‘Sub tuum praesidium…’ me acuerdo de él. Por supuesto, en casa surge la idea: ¿por qué no consultamos al P. Pozzoli? Y yo, con mi mejor cara, dije que sí. Recuerdo todavía la escena. Fue el 12 de diciembre de 1955. Papá y mamá cumplían 20 años de casados. El festejo consistió en una misa (sólo mis padres y los cinco hijos) en la Parroquia San José de Flores. El celebrante sería el P. Pozzoli. Terminada la Misa, papá invita a tomar el desayuno en la Confitería “La Perla de Flores” (Rivera Indarte y Rivadavia, a media cuadra de la Basílica)… Papá pensaría que el P. Pozzoli no aceptaría porque le preguntó si podía (creo que si no iríamos a casa, distante 6 cuadras), pero el P. Pozzoli (que sabía el negocio que se iba a tratar) aceptó sin más. ¡Qué libertad de espíritu para ayudar en una vocación! Y en la mitad del desayuno se plantea el asunto. El P. Pozzoli dice que está bien lo de la Universidad, pero que las cosas hay que tomarlas cuando Dios quiere que se tomen… y empieza a contar historias diversas de vocaciones (sin tomar partido), y finalmente cuenta su vocación. Cuenta cómo le propone un sacerdote ser sacerdote, cómo en poquísimos años lo hacen subdiácono, luego diácono y sacerdote… cómo se le dio lo que no esperaba… Bueno, a esta altura “ya” mis padres habían aflojado el corazón”. Un año después, en 1956, Bergoglio ingresó al seminario de Buenos Aires. En agosto de 1957, una pulmonía que lo afectó gravemente derivó en una operación en su pulmón. Recuperado, en noviembre de ese mismo año, buscó cómo ingresar a la Compañía de Jesús, en su deseo de ser Jesuita. Nuevamente, fue el Padre Pozzoli quien lo ayudó a dar ese paso. Así fue como Jorge Mario Bergoglio comenzó su camino hacia el sacerdocio, uno que él eligió recorrer con los pies firmemente plantados en el barro de los más pobres. Un sendero que, el 13 de marzo de 2013, lo llevó hasta Roma, donde, contra todos los pronósticos, se convirtió en Papa Francisco.
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