21/04/2025 20:21
21/04/2025 20:21
21/04/2025 20:21
21/04/2025 20:21
21/04/2025 20:21
21/04/2025 20:15
21/04/2025 20:15
21/04/2025 20:13
21/04/2025 20:13
21/04/2025 20:13
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 21/04/2025 04:36
Oskar Groening formaba parte de las Juventudes Hitlerianas. Creía, como su padre, que los nazis “eran las personas que querían lo mejor para Alemania y que harían algo al respecto” Cuando fue capturado por las tropas británicas en un hospital mientras se reponía de una herida sufrida en la batalla de las Ardenas, el oficial de las SS Oskar Groening tenía 23 años y nadie lo señalaba como criminal de guerra. Los Aliados tampoco le prestaron demasiada atención: el joven había recibido un balazo en el campo de batalla, peleando como cualquier soldado a las órdenes de sus superiores. Por eso, apenas se repuso, lo enviaron como prisionero a Gran Bretaña a hacer trabajos forzados en las Midlands primero y en Escocia después, hasta que fue repatriado a Alemania en 1947. No la pasó mal y regresó con dinero en los bolsillos. Era un hombre educado, de oficio contador y, aunque por su pasado en las SS no pudo retornar al empleo bancario que había tenido antes de la guerra, pronto consiguió un trabajo administrativo en una fábrica de vidrio del Lüneburg, en la Baja Sajonia. Su experiencia contable y su mentalidad ordenada le permitieron ascender rápidamente. A los pocos años lo nombraron jefe de personal. Y más tarde lo convocaron para participar en carácter de “juez honorario” en un tribunal especializado en casos industriales. Fuera de la oficina se mostraba como un hombre de clase media, sociable, de conversación tranquila, apegado a la familia -se había casado poco después de regresar a Alemania- y apasionado por su único hobby: coleccionar estampillas. Nunca hablaba de la guerra, tampoco del Holocausto. Una sola vez, su esposa le preguntó qué había hecho en los años que estuvo en las filas. -Mujer, haceme un favor, no preguntes – le respondió y asunto terminado. Por eso pareció una broma del destino que, sesenta años después de la rendición de las tripas alemanas ante los aliados, el martes 21 de abril de 2015, tuviera que sentarse en el banquillo de un tribunal de su propia ciudad acusado de crímenes de guerra mientras cumplía funciones como contador en el campo de exterminio de Auschwitz, en la Polonia ocupada por los nazis. Lo más extraño del caso era que no existía ninguna denuncia contra él, ni tampoco había sido señalado por algún sobreviviente. Simplemente Oskar Groening se había auto incriminado por una razón insólita: desmentir a los negacionistas del Holocausto. Lo hizo en una nota que escribió de puño y letra para refutar a un neonazi. “Yo vi todo, las cámaras de gas, las cremaciones, el proceso de selección. Un millón y medio de judíos fueron asesinados en Auschwitz. Yo estuve allí”, decía. Como Adolf Eichmann -el siniestro ejecutor de escritorio de la “solución final”-, Groening nunca mató a nadie con sus propias manos. Jamás golpeó a un prisionero, ni obligó a nadie a entrar en una cámara de gas, no le disparó a nadie en la nuca para ejecutarlo ni lo enterró en una fosa común. Ni siquiera ordenó nada de eso. Solo se dedicó a contar el dinero y a clasificar las pertenencias de los prisioneros del campo mientras veía -y aprobaba- esas atrocidades. Oskar Groening era, simplemente, “el contador de Auschwitz”. Oskar Gröning quería estar en el frente de batalla, pero por sus condiciones con los números lo enviaron a Auschwitz, donde tuvo una tarea macabra: contabilizar el dinero y las joyas robadas a los judíos que mataban Un bancario en Auschwitz Groening tenía 18 años cuando Hitler invadió Polonia y eso lo alegró. Provenía de una familia nacionalista, con un padre que nunca se recuperó de la humillación que le había causado la derrota de Alemania en la Primera Guerra. Siguiendo las convicciones paternas, el joven Oskar ya formaba parte de las Juventudes Hitlerianas, luego de haber integrado desde chico la organización juvenil Stahlhelm. Creía, como su padre, que los nazis “eran las personas que querían lo mejor para Alemania y que harían algo al respecto”. Su primera experiencia fue una quema de libros escritos por judíos y autores extranjeros o disidentes que se oponían a las ideas del Tercer Reich. Al inicio de la guerra trabajaba en un banco, pero de inmediato se alistó en las Waffen-SS. Pensó que lo enviarían al frente, pero su experiencia de escritorio hizo que lo destinaran al área administrativa. Pasó dos años haciendo trabajos de oficina en Berlín. Su situación cambió cuando se decidió poner a hacer esas tareas a los heridos que volvían del frente. Corría 1942 y Oskar Groening fue enviado a Auschwitz, en Polonia. En el mayor campo de concentración polaco fue enviado a las oficinas. Por sus conocimientos bancarios le dieron una tarea específica: contar el dinero que se les sacaba a los prisioneros para luego enviarlo a Berlín y clasificar sus pertenencias para separar los objetos que podían venderse y ser convertidos en efectivo. El trabajo contable y las recorridas por los galpones donde se acumulaban valijas, carteras, joyas y ropas no le impidieron ver lo que sucedía a su alrededor. Años después contaría que vio entrar a los prisioneros en las cámaras de gas, ejecuciones por fusilamiento y hasta el asesinato a los golpes de un bebé que una madre pretendía ocultar para que no lo mataran. Desde su perspectiva burocrática, sugirió ordenar mejor las cosas a los jefes del campo: “Si el exterminio de los judíos es necesario, entonces, por lo menos, debe ser realizada dentro de cierto marco”, llegó a decir. La guerra seguía su curso y Groening cumplía a conciencia con su trabajo. Pero algo lo molestaba, sentía la necesidad de pelear como un verdadero soldado. Pidió reiteradas veces que lo enviaran al frente y finalmente se lo concedieron en 1944. Lo destinaron a la unidad de la SS que peleaba en Ardenas. Fue herido y enviado al hospital de campaña. Allí estaba cuando los nazis se rindieron a los británicos. Su tarea era contar el dinero que se les sacaba a los prisioneros para luego enviarlo a Berlín y clasificar sus pertenencias para separar los objetos que podían venderse y ser convertidos en efectivo (AP) “Yo estuve allí” Durante los interrogatorios a los que debió someterse, Groening omitió hablar de su paso por Auschwitz. No es que mintiera, sino que nadie le preguntó sobre los campos de concentración. Lo vieron como un combatiente más que había cumplido con su deber. Por eso, en lugar de ser juzgado, fue enviado a Gran Bretaña a hacer trabajos forzados y puedo volver a su tierra natal dos años más tarde para llevar una vida normal. Como ya se dijo, nunca hablaba de los tiempos de la guerra. Si su familia o algún amigo le preguntaba sobre el asunto decía simplemente que no le gustaba tocar el tema. La guerra suele dejar traumas, así que todos respetaban su silencio. Todo cambió bruscamente casi seis décadas después de terminada la guerra, cuando una conversación en el Club de Filatelia donde se reunía con otros coleccionistas de estampillas lo impulsó a hablar. Uno de los habitués se estaba quejando de las leyes que establecían que la negación del Holocausto -el negacionismo- era un delito en Alemania. Sin poder contenerse, pero conservando su habitual tono calmo, Groening lo interrumpió: “Sé un poco más sobre eso, lo deberíamos discutir en algún momento”, dijo. Su interlocutor, neonazi confeso, le dio entonces un panfleto del negador del Holocausto Thies Christophersen para que lo leyera y luego lo discutieran. Días después, Groening se lo devolvió con un comentario de puño y letra: “Yo vi todo, las cámaras de gas, las cremaciones, el proceso de selección. Un millón y medio de judíos fueron asesinados en Auschwitz. Yo estuve allí”, había escrito en el mismo volante. El episodio y el comentario escrito de Groening fueron publicados en una revista neonazi, donde se calificaba de mentiroso al antiguo oficial de las SS. Después de eso, le empezaron a llegar cartas y llamados intimidatorios para que se callara la boca. Lejos de amilanarse, Griening hizo todo lo contrario. En lugar de volver a encerrarse en el silencio, empezó a hablar públicamente del tema, denunciando a los negacionistas. También escribió unas memorias de 87 páginas para su familia sobre su pasado en las SS y en Auschwitz. Sus declaraciones llamaron la atención de los medios. Concedió entrevistas a diarios y revistas alemanas e, incluso, se prestó a un reportaje televisivo para la BBC de Londres. Oskar Gröning tras el anuncio de su sentencia en julio de 2015: fue condenado por el tribunal a cuatro años de prisión por “complicidad” al “haber facilitado con sus acciones” el asesinato de 300.000 judíos en Auschwitz (Reuters) Las confesiones públicas En las entrevistas, “el contador de Auschwitz” -como se lo empezaba a llamar- hizo relatos de alto impacto: “Una noche, hacia fines de 1942, se escaparon unos judíos del campo y nos ordenaron tomar nuestras pistolas y sumarnos a la búsqueda. Cuando llegamos a una granja en el bosque vimos que las SS había atrapado a seis o siete hombres y los habían ejecutado. Y también a un oficial de las SS se puso una máscara de gas y vació una lata de Zyklon B por una escotilla en la pared de la cabaña. Escuchamos gritos desde adentro… y después silencio”, contó. “Había un bebe llorando. El niño estaba tendido en la rampa, envuelto en harapos. Una madre lo había dejado atrás, tal vez porque sabía que las mujeres con niños eran enviadas a las cámaras de gas de inmediato. Vi a otro soldado de las SS agarrar al bebe por las piernas. El llanto lo había molestado. Golpeó la cabeza del bebe contra el lado de hierro de un camión hasta que se quedó en silencio”, relató en otra entrevista. “Vi una gran fosa donde se quemaban cadáveres y un kapo me contó cómo los cuerpos se movían mientras eran quemados por los gases que contenían”, describió también. Por lo general, cada vez que hablaba con un periodista terminaba la conversación con una afirmación contundente: “Créanme, yo vi las cámaras de gas, vi los crematorios, vi los fogones. Yo estaba en la rampa cuando tuvieron lugar las selecciones. Quisiera que me creyeran, estas atrocidades sucedieron, yo estuve allí”. Cuando la BBC de Londres le propuso participar de un documental, aceptó sin dudarlo y frente a las cámaras explicó la razón por la que había tolerado las atrocidades que se cometían en Auschwitz. “Estábamos convencidos de nuestra visión del mundo de que habíamos sido traicionados… y que había una gran conspiración de los judíos contra nosotros”, dijo. "Yo vi todo, las cámaras de gas, las cremaciones, el proceso de selección. Un millón y medio de judíos fueron asesinados en Auschwitz. Yo estuve allí”, dijo Groening (Auschwitz Museum/Handout via Reuters) “Solo moralmente responsable” Oskar Groening sostuvo siempre que se decidió a contar lo que había visto en Auschwitz y el papel que él mismo cumplió en el campo de exterminio más siniestro de los nazis para que se conociera la verdad histórica. No le gustaban los negacionistas, no toleraba que pretendieran instalar la idea que el Holocausto nunca había ocurrido. No imaginó, sin embargo, que esos relatos lo llevarían a juicio por haber cometido crímenes de guerra. Se sorprendió cuando fue procesado y debió sentarse como acusado ante los jueces de la Audiencia de Lüneburg. El juicio se inició el 21 de abril de 2015 y las audiencias de prolongaron durante casi dos meses. En el tribunal, “el contador de Auschwitz” repitió todas las afirmaciones que había hecho a los medios. Sostuvo también que si bien era “moralmente culpable” era “legalmente inocente”, porque jamás había matado a nadie y tampoco había ordenado hacerlo. “Presuponer que el hecho de pertenecer a un amplio círculo de personas que vivían en una guarnición donde tuvo lugar el exterminio de los judíos ya confiere un aura de criminal es un error. En este mundo las cosas son así. ¿Es que tengo que fustigarme y vivir de raíces como en (el campo de concentración de) Tannhäuser por haber pertenecido a aquella organización?”, se justificó. Y concluyó: “También hay otra forma de verlo, la de que cada uno es libre de hacerlo lo mejor posible dentro de la situación en que se encuentra”. El 21 de julio de 2015, “el contador de Auschwitz” fue condenado por el tribunal a cuatro años de prisión por “complicidad” al “haber facilitado con sus acciones” el asesinato de 300.000 judíos en Auschwitz. “Es la primera vez en la historia reciente en el que un acusado habla públicamente de los horrores de Auschwitz, algo que casi nunca se ha dado”, dijo el “cazador” de nazis Efraím Zuroff a The Wall Street Journal cuando terminó el juicio. Debido a su edad avanzada, le concedieron el beneficio de la prisión domiciliaria. Murió en su casa el 12 de marzo de 2018, a los 96 años. El certificado de defunción dice que su deceso se produjo por “causas naturales”.
Ver noticia original