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  • Pascua de dolor y de esperanza

    » Diario Cordoba

    Fecha: 20/04/2025 06:24

    Decía Steiner que Europa era un gran café donde se mezclan personas, periódicos y tertulia, los tres ingredientes básicos de una democracia. Decía también que nunca hay que temer a la Historia; que no elegimos el momento que nos toca vivir, pero sí podemos escoger la actitud con la que afrontamos nuestro tiempo y sus circunstancias. Y decía otra cosa oportuna para estos días: que el Sábado Santo era el día más extraño y misterioso de nuestra cultura. El día más largo. El día, también, que mejor nos explica. Porque, más allá de nuestras creencias religiosas, sabemos lo que significa la Cruz del Viernes Santo como metáfora: la injusticia, el sufrimiento interminable, el enigma del fin. También sabemos lo que representa el Domingo de Resurrección: la liberación, el renacimiento, la utopía. Pero es en el sábado, en esa espera interminable, donde todo ello cuaja y germina. La vida es un largo sábado. Esta es una Pascua de dolor, de sufrimiento, de sangre. Por la cruz que a diario vemos en Gaza –precisamente en Tierra Santa– o en Ucrania, o en las guerras cruentas y olvidadas de Africa. Por la cruz que también está sacudiendo a los trabajadores y a las clases medias del mundo entero con las andanadas arancelarias de aquel magnate que mitineaba por una América grande y que, por el contrario, la está convirtiendo en una caricatura soez de aquel imperialismo despótico de hace un par de siglos. Por la cruz –en suma– que millones de personas ya golpeadas por esa deriva arrogante, inmoral e insolidaria de las gorras rojas. Lo veo estos días en la OCDE, en público y en privado. Hay una enorme desazón por las invectivas de los dirigentes americanos contra la mejor herencia de la Ilustración, con la arbitrariedad arrogante del estúpido que como decía Machdo desprecia cuanto ignora y, sobretodo, con la decisión de Estados Unidos de desmantelar su Agencia para el Desarrollo. El impacto de esta acción inhumana –conducida por el señor más rico del planeta- se traducirá en la pérdida de millones de vidas. Millones de personas vulnerables, refugiados, niños desnutridos que ahora sobreviven gracias a la asistencia de los programas humanitarios van a perder su único recurso para asirse a la vida. Y esta frase, que se escribe pronto, es una bomba de dolor. La Organización Mundial de la Salud ha puesto de relieve que se pederá todo lo que hemos adelantado en los últimos quince años en reducción de la incidencia y la mortalidad de enfermedades como la malaria o como el VIH y que podría multiplicarse por seis su número de infecciones en solo un año. Se está desmoronando parte del sistema que presta tratamiento antirretroviral a los pacientes de la República Democrática del Congo, Sur Sudán y Sudáfrica. Según la revista The Lancet, el corte de esta financiación puede favorecer hasta diez millones de nuevas infecciones de VIH. Es un caos absoluto para la salud global. Pero, mientras tanto, aquí hablamos de si el iPhone quedará eximido de aranceles o no y de cuál será su precio final. Mientras millones de niños quedarán sin alimentos o directamente perderán la vida, Silicon Valley respira. Todo es decepcionante y revelador de una concepción del mundo miserable. Cuándo se jodió el Perú, se preguntaba el maestro Vargas Llosa… Sin embargo, esta también es una Pascua de esperanza. Siempre es tiempo para la esperanza. Aludía antes a George Steiner, cuyos libros son sinónimo de solvencia intelectual, actitud humanista y mirada europeísta. Un largo sábado –quizá el libro que más veces he regalado– es una magnífica puerta de entrada a su universo literario, donde el compromiso intelectual y la defensa de la cultura alcanzan las más altas cotas. En sus páginas narra ese recuerdo infantil tan fecundo para este tiempo. Un recuerdo que le acompañó toda su vida. Steiner tenía solo seis años y estaba en su casa parisina cuando, de repente, escuchó por la ventana a una muchedumbre gritar, repetidas veces, una frase amenazante: “Muerte a los judíos”. Corrían los años 30 y esos gritos de odio constituían, en el corazón de la Europa ilustrada, el antisemitismo que iba a preludiar el nazismo y la devastación de la Segunda Guerra Mundial. Como los gritos no cesaban, su padre –Frederik George, de origen judío– tomó de la mano al pequeño George, lo acercó a la ventana para que pudiera ver la calle y le dijo aquella frase que marcaría la vida del autor: “Eso se llama Historia, y nunca debes tenerle miedo”. Así es como Steiner nos encamina hacia la confianza, en cada uno de nosotros y también en el conjunto de nuestra sociedad. Hoy es Domingo de Resurrección. No hablo de fe religiosa; hablo de ideas y de actitud. En estos días estoy leyendo un ensayo reciente cuyo título no puede ser más pertinente: El espíritu de la esperanza. Lo escribe Byung-Chul Han, el filósofo surcoreano que –entre luces y sombras- invita a pensar y me ha parecido el reverso magnífico para esa idea del largo sábado. Es una larga meditación sobre la esperanza. Cuenta en sus páginas que ninguna esperanza nace donde impera un clima de miedo. Porque el miedo reprime la esperanza. Por eso, se necesita una política de la esperanza que venza el régimen de miedo hegemónico especialmente los últimos meses. Nunca lo había pensado, pero es cierto: donde hay miedo es imposible la libertad. Miedo y libertad son incompatibles. Hay muchas frases que subrayo. Por ejemplo, que la esperanza más íntima nace de la desesperación más profunda. Por ejemplo, que el sujeto de la esperanza es un nosotros, nunca un yo. Y sobre todo: que tener esperanza es mucho más que aguardar pasivamente y desear. Porque la esperanza se caracteriza fundamentalmente por su entusiasmo y por su afán. La acción: ahí está siempre la clave. Y quien no sueña hacia delante, con la mente puesta en el futuro, nunca se atreve a recomenzar. Es esta predisposición la que más echo en falta en la actualidad y en la realidad –dos planos diferentes a veces complementarios– en un mundo polarizado y minado de intransigencias. Soñar hacia delante. Buscar un horizonte de sentido. Evitar ocuparse solo de uno mismo, solo de la felicidad de cada uno, solo del bienestar particular de cada cual, para seguir la vía compartida de la esperanza. Esa es la fuerza que da el Domingo de Pascua como metáfora. Esa es la fuerza que podríamos cobijar en cada uno de los largos sábados de nuestra vida. No se trata de aguardar. Hace falta entusiasmo y afán. Es exigible tomar partido. El mundo necesita un orden multilateral basado en el diálogo y el respeto. Ahora la OMS –desgraciadamente ya sin Estdos Unidos- ha alcanzado un acuerdo histórico para prevenir futuras pandemias y garantizar una respuesta equitativa, coordinada y solidaria. En verano, en Sevilla, la cuarta Cumbre de Financiación Internacional para el Desarrollo nos convocará al acuerdo para una cooperación más ambiciosa por la justicia social en todo el mundo. Hay una oportunidad para valorar lo que algunos quieren romper. La justicia internacional de La Haya, por ejemplo. La noble y necesaria política, por ejemplo. Hay semanas en las que entristece el cenagal en la que algunas personas ineptas, y otras declaradamente ineptas, se empeñan en convertir la política. Hay dolor, por supuesto. También, esperanza.

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