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Gualeguaychu » El Argentino
Fecha: 20/04/2025 05:30
Sábado, 19 de Abril de 2025, 21:30 Por Carlos Riera Apenas había arrancado el 2017 cuando sucedió un hecho que llamó poderosamente la atención de los investigadores. Una mujer había sido encontrada por su pareja, tirada en la cocina comedor de su casa, con un fuerte traumatismo de cráneo, en medio de un charco de sangre, pero con la cabeza bien acomodada sobre una almohada y un ventilador que le daba en el rostro. Esta mujer era Beatriz Espíndola, tenía 56 años y vivía en una casa de calles Montevideo y Del Valle. Ese 18 de enero por la noche, su pareja llegó a la vivienda luego de un largo día de trabajo en el Parque Industrial, con cierta preocupación porque desde las cinco de la tarde no había logrado comunicarse con ella y eso no era común. El panorama cuando abrió la puerta fue desesperante. Inmediatamente pidió por una ambulancia y alertó a su cuñada sobre lo que había sucedido. La mujer llegó de inmediato a la vivienda y fue ella quien acompañó a la víctima hasta el Hospital Centenario, mientras el hombre se quedó en la casa para tratar de entender qué era lo que había pasado. Fue allí que se dio cuenta que faltaban dos televisores, una tablet y unos tres mil pesos. Espíndola quedó alojada en la Terapia Intensiva, inconsciente. El médico constató hundimiento de cráneo y debido a la gravedad de la situación, se decidió su traslado a una clínica de mayor complejidad en Concepción del Uruguay, donde permaneció poco menos de una semana en coma farmacológico. Ramón de la Cruz, detenido Afortunadamente logró recuperarse. Cuando despertó, los investigadores quisieron saber detalles de lo que le había ocurrido, pero le dijo al fiscal Martín Gil que no recordaba nada de lo que le había pasado. Había sido atacada por la espalda y de un fierrazo la habían desmayado. Pero lo llamativo fue que le colocaron un almohadón en la cabeza y le prendieron un ventilador a su lado. Era 18 de enero, hacía mucho calor, y la consideración del delincuente despertó muchísima intriga. Todo era muy raro, pero nadie abrió la boca. Debieron pasar seis meses para que el ataque sufrido por Espíndola tuviera sentido para los investigadores. Un femicidio planificado El crimen perfecto no existe, pero es cierto que, si una investigación no se hace seriamente desde un inicio, cae en serios riegos de que nunca de aclare quién fue el autor. Afortunadamente esto no fue lo que ocurrió con Ramón De La Cruz Ortiz, que fue detenido por el femicidio de Susana Villarruel 24 horas antes de que apareciera el cuerpo. Incluso, quedó aprehendido pocas horas después de que hiciera la denuncia por la desaparición de su ex esposa. Acá no hubo dudas. Desde un principio quedó en el ojo de la investigación: había sido la última persona en que la había visto con vida, y nadie cayó en su mala actuación de congoja y desesperación. Pero además hubo otros indicios que marcaron el camino de los investigadores para determinar que había tenido relación con lo que hasta ese momento era una desaparición de persona. Esa fría mañana del 10 de julio de 2017, Ortiz se presentó apurado en la casa de Susana Villarruel en el barrio Toto Irigoyen. La mujer de 37 años todavía dormía cuando su ex esposo de 38 años tocó a la puerta. Le dijo que los estaba esperando un remis en calles Tropas e Irazusta, para ir al centro a realizar unos trámites. Lo extraño de todo esto era que el remis no fue hasta la puerta del domicilio, pero la mujer no desconfió y salió caminando del barrio junto a quien minutos después la iba a matar. Eran entre las 7 y las 7.20 de la mañana de ese frío lunes cuando Ramón De La Cruz Ortiz atacó a Susana Villarruel, a unos pocos metros del puente sobre el arroyo El Cura. La atacó con un arma blanca y le causó múltiples heridas, que terminaron con su vida. Tras la realización de la autopsia, el médico forense Marcelo Benetti, detalló que la apuñaló en el cuello, en la sien y en la mama derecha. Por la forma en la que se cometieron las heridas, es muy factible que la haya tomado por detrás. Mientras caminaban por una desolada avenida Irazusta, esperó el momento oportuno, donde no hubiera testigos y donde a la víctima le resultara imposible una defensa, pedir ayuda o escapar. Según el alegato que meses después realizaría el fiscal Lisandro Beherán en el juicio, “la atacó deliberadamente buscando y aprovechando la situación de indefensión de la señora, a quien agredió y apuñaló hasta dejarla sin vida, para luego ocultar el cuerpo en la maleza, para que no sea fácil su localización, para luego salir huyendo del lugar del crimen”. Susana trató de defenderse, pero las puñaladas fueron mortales. Casi en el acto perdió la vida. Pero sus gritos fueron escuchados por tres personas, que luego declararon que la víctima conocía a su victimario: resultaba ser una persona conocida para quien iban dirigidos esos gritos, porque tenían relación directa con los hijos. "Con mis hijos no te metas, metete conmigo". Nadie le dice eso a alguien a quien no conoce. Y a los investigadores le fue cerrando todo cuando se fueron interiorizando sobre la relación conflictiva que había tenido Villarruel con Ortiz, que había terminado semanas antes porque el hombre no aportaba económicamente en la casa. Ningún familiar se pudo contactar con Susana durante todo el día y cuando por la tarde le preguntaron a Ortiz por Susana comenzó el teatro. Entre las 22 y las 23 del mismo 10 de julio, el asesino hizo la denuncia en la Comisaría Octava. La búsqueda de Susana en el arroyo Fue el propio Ortiz el que se involucró en la desaparición. Era la última persona que la había visto. Dijo que la había dejado en la parada y los colectiveros de la empresa declararon que jamás había tomado pasaje, lo cual indefectiblemente era cierto porque Susana murió en el camino. La tarjeta y el video Las inconsistencias en el relato de Ortiz fueron generando cada vez más sospechas en el fiscal Martín Gil, que al día siguiente de la desaparición ordenó la detención. El hombre de 38 años estaba alojado en la Jefatura mientras todavía se buscaba a Susana con vida, aunque las expectativas de los más realistas era que se estaba ante un femicidio. Otra de las incongruencias en el relato del ex marido de Villarruel, con quien tenían un hijo en común, es que quiso acompañarla "porque en el barrio le gritaban cosas y la molestaban", pero supuestamente la dejó en la parada del transporte público sin ver si efectivamente se subía al colectivo, mientras que él se subió a un remis y se dirigió al centro, a donde debían encontrarse nuevamente. El cuerpo de Susana fue buscado durante todo el 11 de julio. Los rastrillajes se concentraron en el Arroyo El Cura y se practicaron durante todo el día con perros y personal de Prefectura, pero recién apareció al otro día por la mañana. Fue encontrado a un costado del curso de agua, en una zona de pastizales, con golpes y heridas cortantes que habían sido ocasionadas con un arma blanca. Solo una hora se tardó en identificarla oficialmente. “El cuerpo estaba tapado por los matorrales, por lo que a corta distancia no se lo podía ver. El detenido es nuestro principal sospechoso", señaló el fiscal a los medios de comunicación en aquel momento. Con la confirmación de que se estaba ante un crimen y el principal sospechoso estaba encerrado, el fiscal Gil requirió una orden de allanamiento en la vivienda donde se hospedaba Ortiz. Susana no tenía ninguna de sus pertenencias cuando la encontraron y resultó que estaban en poder de su ex esposo. Susana debía ir ese lunes al centro de la ciudad a entrevistarse con un abogado para poner fin al matrimonio entre ambos de manera legal y eso habría sido el detonante del femicidio. Ortiz tomó el teléfono de la víctima y desde ese aparato se envió un mensaje a su personal como coartada mientras la mujer agonizaba tapada entre los matorrales. Pero lo que lo comprometió aún más fue cuando se comprobó que Ortiz había retirado por cajero automático, dinero del cobro de la tarjeta de la Asignación Familiar por Hijo, minutos después de haber cometido el crimen. Esa transacción quedó grabada en las cámaras y sirvieron como prueba fundamental en el juicio. El fiscal Gil le había solicitado al Banco Nación que le informara si estaba vigente el plástico y cuándo se había registrado el último movimiento. La respuesta de la entidad fue reveladora. La tarjeta estaba vigente y había sido utilizada por última vez el 10 de julio a las 9.27, es decir el día que Susana Villarruel dejó la casa y poco después de haber sido asesinada. El Fiscal pidió los registros fílmicos del Banco Nación en ese horario, pero no se encontró nada de lo que se buscaba. Los interrogantes llevaron a descubrir la incógnita. El Banco Nación trabaja con la red Link y la tarjeta de Villarruel pertenecía a la red Banelco, por lo que se encomendó un nuevo trabajo investigativo. Comenzaron a buscar en el resto de las entidades bancarias que trabajan con cajeros automáticos Banelco y la novela llegó a su fin. Cuatro cámaras de seguridad filmaron a Ramón De La Cruz Ortiz retirando fondos de la caja de Susana Villarruel a las 9.27 del 10 de julio. Ortiz trató de defenderse diciendo que Susana le había dado la tarjeta para que sacara dinero para comprarle unas piedritas de Reiki, pero esto fue poco creíble. “La separación del matrimonio fue porque Ortiz no aportaba dinero para la casa. Si esa mañana habían salido juntos para que el acusado le diera plata a Susana, no se puede entender como lógicamente terminó siendo completamente al revés”, señaló el fiscal Beherán en el juicio. Se unifican los casos Fue en ese juicio realizado en noviembre de 2017, es decir cuatro meses después de ocurrido el crimen, que la opinión pública se desayunó que Ramón De La Cruz Ortiz era el hijo de Beatriz Espíndola, la mujer que casi muere a causa del fuerte golpe que recibió en su cabeza a principios de ese año. Para ese entonces los investigadores ya habían unificado los hechos y fue gracias a que Espíndola decidió hablar y contar lo que le había pasado luego de enterarse del femicidio de Susana Villarruel. Ese 18 de enero, su hijo llegó acompañado de otro hombre a la casa de Montevideo y Del Valle, cargando unas herramientas para "arreglar algo". Le pidió gaseosa de la heladera y cuando ella se dio vuelta, le pegó con un fierro en la cabeza. Todo esto se lo dijo con lujos y detalles al fiscal Gil luego del crimen de Villarruel. Antes -y por ser su madre - no lo quiso denunciar. Cuatro días después de ocurrido este hecho, ocurrió otro caso de mucha similitud en el barrio Toto Irigoyen, muy cerca de donde vivía Susana Villarruel. Un hombre de 63 años fue encontrado el domingo por la mañana, tirado en el piso de su casa. Unos vecinos vieron la puerta abierta y apenas ingresaron lo hallaron desmayado, en un charco de sangre, y con un fuerte golpe en la cabeza. El hombre fue trasladado inmediatamente al Hospital Centenario y de allí derivado a una clínica en Concepción del Uruguay debido a que presentaba un edema cerebral. Permaneció en coma inducido hasta que poco a poco recuperó su lucidez y regresó a Gualeguaychú para continuar con su recuperación. En la casa no había signos de violencia. La puerta no estaba violentada y en el interior no había desorden, y además se halló el teléfono celular del hombre. Lo habían golpeado con el contrafilo de un hacha de mano. Por este hecho se involucró a dos jóvenes gracias al testimonio de un testigo privilegiado: Ramón De La Cruz Ortiz. El fin de una historia trágica Este hombre fue condenado a prisión perpetua a fines de noviembre de 2017. Había sido imputado de homicidio triplemente calificado por el vínculo, alevosía y por mediar violencia de género. No hubo claroscuros en la decisión del Tribunal de Juicios encabezado por el vocal Mauricio Derudi. En ese juicio se ventilaron todos los pormenores y no hubo dudas en que el móvil del crimen se debió a la frustración que sintió cuando Susana Villarruel puso fin a la relación de pareja. En un mensaje que envió a Diario El Día el 24 de junio de 2017, que fue incorporado en la causa junto a una entrevista que se le realizó en Radio Máxima antes de cometer el crimen, De La Cruz Ortiz escribió: "Quería contar mi caso. Hace una semana que vivo en la calle. Me echaron de mi casa con lo puesto. Mi mujer me dio 5 días para llevarme mis dos hijos de 9 y 12 años conmigo. Fui al Juzgado y por ser hombre no tengo derechos. No sé qué hacer, ni dónde ir a pedir ayuda". Para los magistrados que fundaron su sentencia a prisión perpetua, les resultó indudable que Ortiz no había logrado asumir ni superar el distanciamiento de su mujer. No toleraba haber sido excluido por su esposa de la vivienda que habitaban, lo cual significaba ni más ni menos que romper con la estabilidad que había alcanzado a partir del vínculo formado con Susana Villarruel. Esa estabilidad fue brindada por el trabajo, por tener una vivienda propia, por dejar de vivir en la incertidumbre de no saber dónde dormir o qué comer, todo lo cual fue logrado por primera vez en su vida desde su relación con la occisa al igual que la conformación de una familia con los hijos de ella, de él, y la hija que tenían en común, conforme lo explicó la licenciada Norma Hermann en el debate. Ortiz sentía frustración no solo por lo ocurrido sino también por lo que se avecinaba que era la separación definitiva de Susana, con la consecuente privación del estado de bienestar que había logrado a partir de su relación, resultándole paradójico que quien le posibilitara acceder a esa dicha y confort sea la misma persona que abruptamente se lo privara. En absoluto estaba dispuesto a tolerar que su mujer sea la responsable de su infelicidad.
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