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» La Capital
Fecha: 15/04/2025 10:17
En un mundo donde cada vez hay más gente que no lee libros, hacer referencia a la desaparición física de uno de los mayores escritores de la lengua española —ocurrida ayer— puede carecer, acaso, de importancia. Y sin embargo, pese a la irrelevancia que tal vez tenga la muerte de Mario Vargas Llosa para las vastas mayorías que se limitan a la distracción proporcionada por cualquier pantalla disponible, el gran narrador peruano fallecido a los ochenta y nueve años fue autor de una serie de novelas inolvidables, inaugurada por la magistral “La ciudad y los perros” (1963) y continuada por “La casa verde” (1966), “Conversación en La Catedral” (1969, tal vez la cumbre de su obra), “Pantaleón y las visitadoras” (1973) y “La tía Julia y el escribidor” (1977). A partir de “La guerra del fin del mundo” (1981) el oficio parece ir de a poco ocupando el sitio del talento y la producción de Vargas Llosa comienza imperceptiblemente a opacarse, aunque la calidad no lo haya abandonado nunca, ni los destellos tampoco. Aunque esta es una simple opinión personal de alguien que admira sin reservas al limeño, autor también de ensayos excepcionales, como “La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary” (1975), de lectura imprescindible para quienes valoren la literatura francesa y, en general, la literatura. Integrante insoslayable del llamado “Boom” hispanoamericano de mediados del siglo pasado, en compañía de ilustres colegas como García Márquez, Cortázar, Carpentier, Onetti, Donoso, Cabrera Infante y Fuentes, entre otros, su figura adquirió proyección global y durante décadas fue leído de manera multitudinaria. Cada uno de sus libros era esperado en la Argentina como un acontecimiento, consumido con fruición y debatido por muchos, y no solo intelectuales. Otras épocas, claro, cuando la literatura ocupaba el centro de la escena cultural y la banalidad aún no presidía el escenario en las devaluadas sociedades occidentales. Sin embargo, la figura de Vargas Llosa adquirió nueva y más intensa proyección a partir de su incursión en política, como representante calificado de la ideología neoliberal, que desembarcaba en el sur de América con intenciones de conquista (hoy, parcialmente plasmadas). Tia Julia.jpg En efecto, tras haber roto con la Revolución Cubana tras el recordado caso Padilla, el ya consagrado Vargas Llosa dio un giro de ciento ochenta grados para posicionarse como uno de los más conspicuos referentes de las derechas continentales. Su aventura como candidato presidencial de su convulsionado país culminó sin éxito tras la derrota electoral que sufriera en segunda vuelta contra Alberto Fujimori en 1990, aunque esa caída no hizo mella en el creciente prestigio que fue ganando como abanderado de las posturas conservadoras. BXw7UX78n_720x0__1.jpg El peruano junto a Julio Cortázar. El flamante y tal vez sorpresivo rol asumido por “Varguitas” se erigió, como resulta lógico, en causa del repudio unánime de las izquierdas y progresismos vernáculos, que al disparar contra él solían confundir el blanco, porque al expresar su discrepancia incluían en la misma bolsa de repudio al creador de innegables, incontrastables obras maestras. Una pena: en estos casos, lo ideal es deslindar. Por supuesto que tal tarea resulta espinosa, y a modo de simple ejemplo puede recordarse la triste visita de Jorge Luis Borges al Chile dictatorial, donde fue homenajeado por Augusto Pinochet. ¿Puede anular ese gesto el valor de la obra del argentino? Debate eterno. Es factible evocar, también, al fascista Ezra Pound o el antisemita Louis-Ferdinand Céline: tan atroces posiciones políticas, ¿logran invalidar su genialidad literaria? Quien firma estas líneas no experimenta simpatía por las posiciones filosóficas y políticas de Vargas Llosa pero cree que durante el período ya mencionado el peruano se erigió en una auténtica cumbre de la literatura universal, un notable novelista al que corresponderá volver una y otra vez si lo que se busca es toparse con una de las formas supremas de la experiencia humana: la de sumergirse en la ficción literaria, uno de los más grandes consuelos y también razones para vivir que nos ofrece este mundo.
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