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    » Diario Cordoba

    Fecha: 13/04/2025 18:42

    Un amigo, a quien me resulta difícil negarle nada, me ha pedido que escriba sobre este tema. No solo por la famosa serie de Netflix que casi todos hemos visto, sino porque es profesor de secundaria y vive con preocupación algunas de las situaciones inquietantes reflejadas en la serie. Adolescencia muestra un crimen perpetrado por un chico de trece años, un muchacho de cara angelical en la que encontramos más rasgos infantiles que atisbos de pubertad. A través de cuatro episodios, se explora el ámbito policial, el instituto, la entrevista psicológica y la familia (que no se ajusta a ese perfil que llamamos desestructurada), y se intenta desvelar los motivos que llevaron a este niño a matar a una compañera y, a la vez, destruir su propio futuro. Una excelente puesta en escena, el enfoque descriptivo y no moralista y su exquisita sensibilidad explican su gran acogida. Cuando pregunto a adultos cómo fue su adolescencia, pocos sonríen, la mayoría tuerce el gesto antes de responder y para describirla utilizan términos del tipo tormentosa, desapacible, angustiosa... como si hablaran de una borrasca inclemente que hubiera atravesado sus vidas. Sin embargo, también ven en ella una etapa importante en su desarrollo, el momento en que delinearon su identidad, supieron en qué se querían convertir y en qué no. El adolescente necesita saber quién es y hacia dónde le dirige ese cuerpo que crece no siempre en armonía. Sus conductas, tan diferentes a las de la infancia, no derivan solo de las hormonas, también cambia la anatomía y la química del cerebro que intenta prepararlo para afrontar la vida adulta. Necesita una identidad que le permita integrarse en el mundo al que aspira y necesita que esa imagen (física y mental) sea aprobada por el entorno. Pero la aprobación de los padres, tan importante en la infancia, deja de ser útil ahora. De hecho, su papel en la configuración de la personalidad y la conducta de los hijos es un tema controvertido en psicología. Mientras unas escuelas dan gran importancia al ambiente (sobre todo a la familia), otras lo relativizan y resaltan la genética. Solo hay un acuerdo unánime: durante la adolescencia, la opinión del grupo de iguales pasa a ser mucho más valiosa que la de los padres. El problema viene cuando la imagen que exige el grupo se basa en el odio y para pertenecer y ser aceptado hay que asumir que los otros -mujeres, emigrantes, homosexuales o distintas ideologías- son los responsables de su malestar y de sus carencias. Si no piensa igual, carecerá de reconocimiento y de sentido de pertenencia. Ha de ser muy fuerte para mantener su propio criterio, no integrarse y seguir buscando. Mi amigo, al que me cuesta tanto negarle nada, no ha tenido ningún alumno como el protagonista, pero sí chicos que ven a las chicas como un grupo rival, que utilizan en su relación con ellas la burla y el desprecio, admiran a héroes autoritarios, aunque sean incapaces de definirlos y, sobre todo, ostentan estas actitudes como rasgos de esa identidad tan buscada. ¿Qué pueden hacer los adultos, padres o educadores? No lo sé, pero empezaría por evitar que la distancia con los adolescentes sea cada vez mayor. Es preciso reconocer que, de ser los protagonistas en la vida de sus niños, han pasado a ser personajes secundarios, aceptar que ya no forman parte de su presente, que los ven como su pasado y aceptarlo sin romper todos los puentes. Pero sobre todo -dice mi amigo- hay que inocular pequeñas semillas de pensamiento crítico en la comunicación con ellos. Quizá ese pensamiento germine y les proteja como una navaja suiza frente a los mensajes de superioridad y odio, frente a las mentiras que les impiden, aunque no lo sepan, desarrollar una auténtica identidad. *Psiquiatra

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