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  • El color púrpura no existe, lo inventa nuestro cerebro

    » El Ciudadano

    Fecha: 09/04/2025 10:16

    La luz es una forma de radiación electromagnética que se mueve en ondas, y la mayor parte proviene del sol. Estas ondas tienen diferentes longitudes, es decir, la distancia entre una cresta y la siguiente. Todo el conjunto de estas longitudes forma el espectro electromagnético. Nuestros ojos, sin embargo, solo pueden ver una ínfima parte de ese espectro: un 0,0035 %, para ser exactos. Esta fracción se llama el espectro visible, y va aproximadamente desde los 350 hasta los 700 nanómetros. Dentro de esta gama se encuentran los colores que conocemos como rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta, y los podemos observar en un arcoíris o cuando la luz pasa por un prisma. Todos conocemos los colores del arco iris, y cada uno de ellos tiene su propia longitud de onda: el rojo está alrededor de los 650 nm (nanometros) y el azul en los 470 nm. Los colores como el verde y el amarillo se encuentran en el centro. Pero el púrpura es una excepción: no tiene su propia longitud de onda. Es un “color no espectral” que aparece cuando nuestros ojos detectan simultáneamente longitudes de onda largas (rojo) y cortas (azul). Como no hay una sola longitud de onda que lo represente, el cerebro se ve obligado a improvisar una solución creativa para “inventarlo”. No hay que confundir el púrpura con el violeta, que sí tiene su propia longitud de onda (alrededor de los 400 nm). El color púrpura, además de una famosa novela, es un color magenta oscuro que está entre el violeta y el carmesí, y se encuentra en cosas cotidianas como las berenjenas chinas o la remolacha. Aunque el violeta sí forma parte del espectro visible, el púrpura no. Violeta y púrpura no son lo mismo, aunque se parezcan, pero la forma en la que nuestro cerebro los procesa es muy distinta. Los colores y los ojos Ver colores comienza en los ojos, que están recubiertos en la parte posterior por células sensibles a la luz llamadas conos. La mayoría de las personas tiene tres tipos de conos, conocidos popularmente como rojo, verde y azul, aunque en realidad se clasifican por las longitudes de onda que detectan: largas, medias y cortas. Los conos que responden a las ondas largas captan lo que llamamos rojo; los que responden a las medias, el verde; y los que responden a las cortas, el azul o el violeta. Cuando la luz entra en los ojos, activa una combinación específica de conos, y nuestro cerebro traduce ese “código” en un color. Por ejemplo, si la luz activa los conos de longitud larga y media, pero no los cortos, percibimos el color naranja. Si estimula sobre todo los conos de longitud corta, vemos azul o violeta. La luz verde activa principalmente los conos de longitud media. Hasta aquí, todo bien. Pero hay un problema: no existe ninguna longitud de onda que, por sí sola, active los conos de longitudes largas y cortas al mismo tiempo. Y sin embargo, cuando vemos algo púrpura, como una remolacha o unas uvas, exactamente eso es lo que sucede: se activan los conos de ondas largas (rojo) y cortas (azul), mientras que los de longitud media (verde y amarillo) apenas se inmutan. Esto confunde al cerebro. Si las señales indican rojo, ¿por qué también hay señales de azul? Estas longitudes de onda están en extremos opuestos del espectro visible. ¿Cómo puede algo estar cerca de los dos extremos a la vez? La respuesta es ingeniosa: el cerebro se inventa un atajo. En lugar de interpretar el espectro como una línea recta, lo curva en forma de círculo. De ese modo, los extremos —el rojo y el azul— acaban juntos. Y en ese punto de unión, donde la física se queda sin explicaciones, el cerebro crea el púrpura para “rellenar el hueco”. Así nace el círculo cromático que todos conocemos. Esta creación mental hace que el púrpura sea un color no espectral, es decir, uno que no proviene de una sola longitud de onda. Los colores del arcoíris —los colores espectrales— se pueden producir con un solo tipo de onda. El púrpura necesita al menos dos, y además de extremos opuestos. Eso es lo que lo hace especial. Este curioso fenómeno nos recuerda que, al final, todos los colores son una construcción cerebral. En realidad, todos los colores los inventa el cerebro. Son una interpretación de las señales que los ojos envían, pero aportan un significado enorme a lo que percibimos. El color de un moratón me dice cuánto tiempo tiene. El de una fruta, cuán madura está. El de una prenda, si se ha lavado muchas veces o acaba de salir de fábrica. Así que, la próxima vez que veas un ramo de lilas o una berenjena reluciente, recuerda: lo que ves no es real. Es el cerebro haciendo lo que mejor sabe hacer: convertir datos caóticos en belleza visual.

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