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    » Diario Cordoba

    Fecha: 08/04/2025 15:04

    Las distopías vienen a ser como el horror vacui del medievo, salvo que en aquel tiempo de juglares el horror y la morbosa retranca del goce se concentraban en los capiteles, y en nuestros tiempos se traslada a la audiovisión. Orson Welles ni siquiera necesitó de las imágenes para generar un pánico generalizado gracias a su mítica radiodifusión de La guerra de los mundos, nueve años después del crack bursátil que pobló los rascacielos de Nueva York de suicidas, como si fueran clavadistas de Acapulco. Recordarán que en aquella novela de H.G.Wells, la humanidad encontró un insospechado aliado para derrotar aquel ataque alienígena que se mofaba de nuestros carros blindados: los microbios. Lo grande y lo pequeño, la simbología de David y Goliat trasladada al hiperespacio. Ahora, en esta omnipresencia trumpista, el desquite de lo minúsculo parece tener presencia oval. Casi podría citar a otro escritor contemporáneo del señor Wells -dígase Conan Doyle- para apuntar a los huevos: elemental, querido Watson. La gripe aviar ha hecho estragos en los Estados Unidos y los huevos han subido por las nubes. Los tópicos no están exentos de aranceles, y por ende no asociamos a los estadounidenses con la alta cocina; más bien nos tira hacia atrás esa mantequilla de cacahuetes y unas alitas de pollo que son tan imprescindibles como los costosísimos anuncios de la Super Bowl. Y el huevo es un elemento recurrente en su escenografía culinaria, tanto como hacer el momento cumbre de Morning Glory -una película ambientada en los noticieros televisivos- la frittata italiana preparada por un cascarrabias Harrison Ford. La frittata es un sucedáneo de la tortilla, pero ya sabemos que los italianos se venden mejor. Con una escasez casi pandémica y unos precios que emulan un ponedero con los huevos de Fabergé, toca tomar medidas drásticas. Ya se habla de recurrir a la patata como telonera huevera en eso de pintarrajear un huevo de Pascua. Los expositores de los supermercados se ven desde primera hora caninos de este género, para empatizar con la adustez de los estantes soviéticos, ahora que el tornadizo presidente norteamericano está a partir un piñón con los rusos. Los huevos son el Dow Jones del rugido de nuestras tripas. Y eso que los yanquis no conocen bien la tortilla de patatas, pues en ese caso a Donald Trump podía quedársele corto el motín del té de Boston. Su omnipresencia cesarista podría resquebrajarse si se encabalga a una inflación desbocada. Ello le privaría de su desmedido afán de tocar la gloria con la yema de los dedos, precisamente por culpa de esas otras yemas amarillas. Ya hay un cierto rugido de fondo incluso entre sus incondicionales; los mismos que hoy, con una sazón de cinismo e insensatez, solo pueden tomarse los huevos a cuentagotas; pero, eso sí, bien revueltos, marca de la casa de una presidencia narcisista. *Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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