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  • ¿Por qué no nos dan lo que queremos?

    » Comercio y Justicia

    Fecha: 17/04/2025 04:56

    Por Daniel Capello (*) exclusivo para COMERCIO Y JUSTICIA En algún momento de tu vida, alguien te dijo que eso que querías no deberías quererlo. En lugar de admitir con honestidad: “Soy yo quien no quiere dártelo”, esa persona te acusa de pedir demasiado, de desear lo que no tiene sentido, te etiqueta incluso de “tóxico/a” (si se trata de una pareja) y te carga de culpa. Te convence de que lo que querés no deberías desearlo, lo cual, además, erosiona tu autoestima. Sin embargo, puede que encuentres a alguien que no tenga inconveniente en dártelo, que aquello que otro considera desmesurado o tóxico le parezca completamente natural. Por eso, es fundamental tener claro cuáles son tus “no negociables” y no asumir que los de los demás coinciden con los tuyos. La realidad es que no estamos acostumbrados a pedir lo que queremos y necesitamos porque nos han enseñado que desearlo está mal. Por ejemplo, tal vez la pareja de alguien necesite que su novio/a le envíe su ubicación los primeros años de la relación para sentirse segura, porque ha vivido experiencias de desamor muy dolorosas en el pasado y eso es algo válido, pero nos enseñaron que está mal. Entonces, fingimos que no queremos nada, que no necesitamos nada, que podemos con todo. No expresamos lo que realmente nos hace falta y, en consecuencia, empezamos a sentirnos no amados, no valorados o, peor aún, a pedir cosas que en realidad no necesitamos, solo para compensar lo que verdaderamente nos gustaría recibir. Podríamos ahorrarnos este desgaste simplemente diciendo: “Yo quiero esto, esto para mi es no negociable, y esto otro sí lo puedo negociar”. Para mí, puede ser un límite que me pidan mi ubicación cuando salgo con amigos, y está bien que así sea. Debo proteger ese límite. Pero no soy quién para decirle a otra persona qué cosas le hacen sentirse bien, no es mi responsabilidad ni me corresponde decidir qué es tóxico y qué no. Si alguien se siente bien de cierta manera, habrá quien, con amor, quiera brindárselo. Sin embargo, ha surgido hace ya unos años un fenómeno social preocupante: la tendencia a decirles a los demás cómo deben sentirse, qué es tóxico y qué no. Lo más grave es que quienes imponen estas etiquetas también sufren por ser señalados y por no poder expresar qué los haría sentirse bien en sus vínculos. Podemos pasarnos la vida dictaminando qué es tóxico y qué no, tal vez porque también nos lo han impuesto, pero vivir así nos condena a la posición de víctima, sin aceptar lo que realmente nos hace bien. También puede suceder que el otro nos diga claramente que no quiere darnos lo que necesitamos o no quiere hacer lo que nos haría sentir bien. En ese caso, si insistimos en quedarnos ahí, somos nosotros quienes nos volvemos tóxicos con nosotros mismos, aferrándonos a una situación en donde sabemos que nada cambiará. Este año tenemos otra excelente oportunidad para reflexionar sobre lo que queremos y aprender a expresarlo sin miedo, a través de los espacios de mediación. La mediación es una herramienta poderosa que permite a las personas expresar sus necesidades de manera clara y llegar a acuerdos en los cuales ambas partes sean escuchadas y respetadas. La clave del diálogo y la mediación radica en la claridad: saber qué queremos, aprender a poner límites y respetar también los del otro. En un mundo donde el juicio y la imposición de valores externos son moneda corriente, la mediación nos ofrece la posibilidad de recuperar nuestra voz y negociar nuestras relaciones desde el respeto mutuo. Tal vez así finalmente recibamos lo que queremos o, al menos, nos acerquemos a ello, en el contexto de relaciones más sanas y honestas. Porque, al final del día, no se trata de tener razón ni de imponer nuestra visión del mundo sobre los demás, sino de construir vínculos en los que podamos ser auténticos, expresar nuestras necesidades sin miedo y respetar las de los demás con la misma consideración que exigimos para nosotros. (*) Politólogo

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