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» El litoral Corrientes
Fecha: 06/04/2025 19:12
“Una muerte es una tragedia, un millón de muertes una estadística” José Stalin Con la baja del índice de pobreza, a decir verdad el gobierno metió un golazo a lo Martín Palermo, de cabeza y desde media cancha. De un primer semestre de 2024, con un 52,9%, bajó a 38,1%, 14,8 puntos menos. No por esperado, luego de un primer tramo de una devaluación tremenda, deja de ser clave el dato, que se sustenta, principalmente, en la baja de la inflación. Como era de suponer, Milei festejó a lo Milei, con una expresión futbolera. Instalado en el paravalanchas, escribió en su cuenta de X: “Saquen del medio, mandriles”, dedicado “a econochantas, el club de los devaluadores seriales, los políticos miserables y los periodistas ensobrados/ignorantes (desde esos que se autoperciben como el centro bienpensante -zurdos no asumidos- hasta la izquierda más rancia”. Desestimó todo análisis, crítica, o interpretación contraria a su pensamiento. De allí, el título del artículo, que puse en el teclado de Milei: ¡A quejarse al VAR, mandriles!, como en el fútbol, vio? Independientemente de la pulsión insultadora y sexista del presidente (está obsesionado con el culo de los mandriles), cierto es que el dato del Indec le significa a su gestión una buena bocanada de aire. Entre otras, la utilidad de una estadística de pobreza es mensurar el éxito o el fracaso de las políticas públicas, por lo que la administración libertaria tendría luz verde. Pero las estadísticas son las estadísticas, sirven para el discurso de quién las menciona, de un lado y del otro. Ahora bien, si esos números se ven reflejados en el duro escenario de la realidad, eso es harina de otro costal. La estadística, entonces, debe ser tomada con pinzas. “Bajar casi quince puntos el índice de pobreza, es un número, aunque la base de cálculo esté tomada de un primer semestre con una devaluación tremenda. ¿Le sirve al gobierno’?: sí. ¿Le sirve a la gente?: Mmm”. A Cristina, por ejemplo, le sirvió para su discurso en la FAO, dónde sostuvo que en la Argentina hay menos pobreza que en Alemania y Dinamarca. Y cuando los números no daban, estaba Moreno para digitarlos, o Kicillof para no publicarlos. No resisto las ganas de parafrasear a Stalin: un pobre es una tragedia, varios millones de pobres una estadística. Me temo que, con ser un descenso importante de la temperatura social, la sensación térmica no acompaña, o por lo menos es lo que siento. Creo que, con la gran mayoría de jubilados por debajo de la canasta básica, una clase media que paulatinamente se pauperiza y apenas llega a mediados de mes, el número sirve poco más que para el discurso oficial. “La pobreza, como la belleza, está en el ojo de quien la percibe”, es una frase de Mollie Orshansky, economista y experta en estadísticas estadounidense que se especializó en el estudio de los umbrales de la pobreza. Esta expresión es en sí riesgosa, puede verse como la relativización del concepto. Pero está significando que la definición de la pobreza tiene múltiples ángulos de abordaje y que la variabilidad de componentes para la determinación del nivel de corte es muy amplia y puede llevar a confundirnos si no estamos atentos. De acuerdo al “apartado metodológico” utilizado por el Indec, en la Argentina pobres son aquellos que no pueden alimentarse adecuadamente y carecen de los servicios no alimentarios elementales. Que casi el 40% de la población no llegue a esos mínimos para la vida, no es para festejar. En los países desarrollados, entre los que se encuentran Alemania y Dinamarca (los dos países supuestamente con más pobres que el nuestro, Cristina dixit), se adopta el índice de la Ocde (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), mediante el cual la pobreza es comparativa con el ingreso promedio de la población, si se gana menos del 50% de ese promedio, se es pobre. “El índice de pobreza es la temperatura, el sentimiento social la sensación térmica. Con casi la totalidad de jubilados por debajo de la línea de pobreza, y una clase media que no llega a fin de mes, parece que no equipararlas”. La otra forma de medir en esos países, es la de considerar pobres a aquéllos que no alcanzan a cubrir por lo menos cuatro de los siguientes rubros: pagar los servicios, mantener el hogar adecuadamente caliente, encarar gastos inesperados, comer carne, pescado o una proteína equivalente día por medio, tener una semana de vacaciones fuera de casa, tener un auto, un lavarropa, un televisor color y un teléfono. La Oficina de Censo de los Estados Unidos, desde hace décadas viene informando que un 10% de su población es pobre, unos treinta millones de norteamericanos, aunque entre los considerados pobres se hallen quienes –según un estudioso del tema James Q. Wilson- tienen vivienda propia, automóvil y otras comodidades propias de una familia de clase media de estas latitudes. En el tema de la pobreza, estamos con Amartya Sen, el economista hindú Premio Nobel, que objetó el concepto exclusivamente utilitario de la economía y propuso integrarla con bienes como la libertad y la justicia en el cálculo del desarrollo. En sus trabajos contras las “hambrunas”, sostuvo que el hambre no es consecuencia de la falta de alimentos, sino de las desigualdades en los mecanismos de distribución. Definió a la pobreza por el lado de las “capacidades”. Se es socialmente “capaz” de salir de la pobreza, si se tiene la “libertad positiva” de ser o hacer algo, en vez de la “libertad negativa” que se centra simplemente en la no interferencia. Sin embargo, hay que prestar especial atención a lo que sucede en muchas partes del interior del país, el interior profundo, olvidado por las realidades del centrismo porteño. “El índice deja lecciones para ambos lados: para el progresismo, que el equilibrio macroeconómico no es un privilegio burgués; para los libertarios, que sólo con equilibrios sociales se puede conseguir estabilidad”. Por caso, la medición en centros poblados coloca a muchos pueblos a la cabeza de la pobreza: Resistencia 60,8%; Concordia 57,1%; Santiago del Estero-La Banda 48,6%; Formosa 46,2%. Considerado por regiones, de más está decir que el Nordeste sigue liderando la estadística. Cualquiera sea la lectura de los números y la sensación térmica de las personas y sectores sociales, lo cierto es que la disminución del índice de pobreza deja lecciones a diestra y siniestra. El denominado progresismo que gobernó el país durante dieciséis de los últimos veinte años, debe entender que el equilibrio macroeconómico no es un “lujo burgués”, sino un supuesto a partir del cual deben construirse las políticas públicas. La redistribución de los ingresos, no puede sostenerse en el tiempo a costa de un incremento irracional del déficit, porque eso no es keynesianismo sino populismo barato. El gobierno, por su lado, que la estabilidad se logra con equilibrios sociales, y que tomar atajos son pan para hoy y hambre para mañana. Los signos de agotamiento del programa económico, el principal es el atraso cambiario, pueden hacer volar por los aires los buenos números en un solo acto. Crucemos los dedos, entonces, para que las fuerzas del cielo y el FMI mediante, nos mantengan a salvo de una nueva decepción.
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