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» Diario Cordoba
Fecha: 30/03/2025 05:23
José Antonio tiende a imaginar figuras bÃblicas en los rostros con los que se cruza. Es deformación profesional. En sus inicios, con veinte años escasos, se topó en una discoteca con un perfil idóneo para un trabajo. También le pasó con un camarero en la feria, a quién dejó su tarjeta por si estaba interesado en posar para él (era un buen San Juan). Esa especie de don no solo emerge al observar los rasgos humanos; con los animales le sucede algo parecido. Le pasó con el caballo de un jinete, y también quedó inmortalizado. En otras ocasiones, cuando no puede permitirse dejar la inspiración en manos del azar, busca los modelos. Y, si lo que hace falta es un burro, se planta en el zoológico para tomar apuntes. El de imaginero es un oficio curioso. "Se aprende, pero tienes que tener la mano", aclara José Antonio Cabello, quien suma más de dos décadas con su taller en un local del Pasaje Escritor Pérez Rivas de Córdoba. Tiene claro que "lo más importante es tener dotes escultóricas". Sin embargo, hay algo más. Y no parece fácil de explicar. José Antonio intenta hacerlo: "La imaginerÃa necesita tener una sensibilidad". En otras palabras: "La imagen está pensada para que sirva de nexo de unión entre el pueblo y Dios". Por tanto, el fruto de modelar la arcilla, tallar la madera, lijar los detalles, pintar y dorar debe dar un «pellizco» a quienes posan sus ojos sobre las obras. "La escultura religiosa tiene que atraerte", recalca. ImaginerÃa, un nexo entre Dios y el pueblo / Ramón Azañón La pasión de un niño Algo parecido sentÃa él cuando, de niño, acudÃa cada año a la salida del Amor del Cerro, cofradÃa de su barrio, del Campo de la Verdad. En su familia, no habÃa cofrades ni artistas, pero cuando llegaba la Semana Santa y sus padres se hartaban de procesiones al ver a dos o tres pasos, el pequeño José Antonio pegaba los ojos a la televisión municipal. "Yo me las veÃa todas", dice echando la mirada atrás. Y no era un mero espectador: "Me fijaba en cómo se hacÃa un varal, una corona...". Eso es lo bonito, que tú estás copiando o interpretando del natural y lo estás llevando a la figura Aunque se sentÃa atraÃdo por el mundo cofrade, José Antonio tuvo que descubrir su pasión en la escuela. En clase, en el colegio Santa Rosa de Lima, les pidieron que hicieran un Nacimiento en arcilla. "Me envalentoné para hacer el pesebre; vi que me gustaba el trabajo con la arcilla y ahà empezó mi vocación por la imaginerÃa", cuenta. En aquel entonces, no se imaginaba modelando 500 kilos de arcilla para un conjunto escultórico de más de dos metros de altura que le encargaron de AlmerÃa. O que su obra cumbre -para él, por supuesto- serÃa precisamente un Nacimiento, que ese Nacimiento tendrÃa por hogar el lugar más importante que puede pensar un imaginero, como es la catedral de su ciudad, y que, para mayor orgullo, su hija, en la figura de un angelito, quedarÃa allà eternamente representada. Calcos vivos Mientras define las venas de una mano con una lija o dora el paso del Cristo del Amor con un pincel, José Antonio sigue tratando de explicar el oficio del imaginero. "Trabajo en dar ilusión a los que tienen ilusión", añade. Empezó en casa de sus padres, en un pequeño local que tenÃan en la planta baja y, desde entonces, tras haber pasado por la Escuela de Artes y Oficios y haber sido alumno de Antonio Bernal y Francisco Romero Zafra, a sus 45 años, su vocación no se ha resentido lo más mÃnimo. Ni cuando, como en estas fechas, próximas a la Pascua, el tiempo apremia. ImaginerÃa, un nexo entre Dios y el pueblo / Ramón Azañón La parte más creativa del trabajo es el modelado. En el taller, un Resucitado casi listo para embarcar a Tenerife ocupa buena parte del espacio. Para llevarlo a cabo, José Antonio tuvo que tallar 1,70 metros de madera, tras haber moldeado con sus propias manos la arcilla que previamente se usa para el boceto. Este último, a menor escala. Tan importante es el artista como el modelo: "No puedo hacer una figura sin ver una anatomÃa, por mucho que yo sepa de anatomÃa". José Antonio dirige la atención a los detalles: un tensor, un giro, la forma del músculo en cierto movimiento. "Eso es lo bonito, que tú estás copiando o interpretando del natural y lo estás llevando a la figura", cuenta. Por tanto, cada imagen, cada figura, es un calco vivo. El estudio del imaginero está lleno de ellos, de bustos de arcilla que solo él es capaz de identificar: su padre, su abuelo, una Virgen de la Dolorosa realizada para Filipinas, ángeles... A la capacidad de reproducir la expresión humana, se suma luego la llamada sensibilidad del artista. Una costilla más acentuada puede darle mayor dramatismo, por ejemplo. Todo con tal de pellizcar a quienes se encuentran cara a cara con la imagen divina. SuscrÃbete para seguir leyendo
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