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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 30/03/2025 04:48
Javier Milei y Luis Caputo Poco antes de hacerse famoso y dedicarse a la política, Javier Milei compartía su tiempo con dos amigos muy queridos, ambos economistas. El más cercano a él era Diego Giacomini, con quien escribió media docena de libros. Giacomini se transformaría en uno de los críticos más duros y ácidos de la gestión de Milei. El otro amigo era un profesor de la Universidad del CEMA llamado Mariano Fernández, de muy baja exposición mediática. Fernández nunca tuvo un conflicto público con su viejo amigo. Pero en marzo del año pasado publicó un texto que es muy útil para entender la crisis que el Gobierno atraviesa en estos días. Fernández fue uno de los primeros que advirtió sobre los problemas del atraso cambiario y de los mecanismos elegidos por Luis Caputo para anclar el dólar. “La caída de los tipos de cambio financieros (dólar MEP, CCL) respondería a un movimiento transitorio de capitales que, aprovechando que la regla cambiaria es insuficiente (devaluación mensual del 2 por ciento), obtienen ganancias de bajo riesgo en dólares, que cuando perciban que el programa muestra signos de debilidad, procederán a dolarizar sus carteras e invertir el flujo de capitales refugiándose en activos externo”, pronosticó. “Pese a que muchos economistas quieren disfrazar el cambio de precios relativos como una oportunidad, la realidad es diferente. La apreciación cambiaria, como se dijo, no es fruto de entrada de capitales permanentes (inversión) sino que es el resultado de mantener el cepo y brindar condiciones de bajo riesgo para hacer rápidamente ganancias en dólares”. Con el correr de las semanas, muchos economistas de primera línea repitieron ese diagnóstico, con distintos enfoques y variantes. Sobre cada uno de ellos se puede trazar una historia de su relación con Milei. Domingo Cavallo había sido calificado por él como “el mejor ministro de la historia”. Carlos Rodríguez había sido designado como jefe del equipo de asesores del propio Milei. Miguel Ángel Broda había empleado en su consultora al líder libertario. Uno de los casos más relevantes y menos conocidos es el de Joaquín Cottani, debido a su breve historia en el equipo económico. Cuando se supo que Milei designaría a Luis Caputo como ministro, muchos economistas y periodistas especializados señalaron que el equipo tenía muchos financistas y ningún macroeconomista de jerarquía. En ese contexto, Milei designó a Cottani, que había sido secretario de Hacienda de Cavallo en los noventa y era un hombre con consenso entre los economistas. Pero Cottani renunció a las pocas semanas. El Gobierno explicó que la decisión se había debido a cuestiones personales. No fue así. La renuncia era producto de discusiones profundas. Joaquín Cottani En su único pronunciamiento público posterior a la renuncia Cottani se refirió a la política cambiaria de Caputo, en el marco de una crítica general a su plan. “La unificación del tipo de cambio ‘hacia abajo’ no resuelve el problema del atraso cambiario o, al menos, el de la percepción que sobre este tema hay en el mercado”, explicó. “Que haya o no atraso cambiario no depende de la existencia de un ancla monetaria o cambiaria, sino de variables reales, incluidos los impuestos y regulaciones que determinan el nivel de competitividad externa. Si estos no bajan, el tipo de cambio, tanto nominal como real, debe subir para compensarlo”. Cottani abogaba por una unificación del tipo de cambio “hacia arriba”, es decir, por un mayor ritmo de devaluación del dólar oficial. “Si bien la unificación hacia arriba va a tener necesariamente un efecto sobre la inflación, dicho efecto será temporario y el ajuste cambiario es necesario para despejar la incertidumbre...Si para implementarla hace falta interrumpir momentáneamente la reducción monotónica de la inflación, en buena hora. Los beneficios de mediano y largo plazo lo justifican con creces”. Al pasar, Cottani ironizó sobre cierta volatilidad teórica del Presidente: “Entre las excentricidades a las que nos tiene acostumbrados nuestro Presidente –con quien comparto una gran afinidad ideológica a pesar de no haber hablado nunca con él– está la de querer desafiar constantemente la sabiduría convencional de los economistas supuestamente ‘serios’, entre los que me incluyo. Tras haber hecho campaña prometiendo la dolarización total de la economía, Javier Milei migró temporalmente hacia la ‘competencia de monedas’ como el nuevo paradigma monetario a adoptar, para inmediatamente después descartar de plano esta idea en favor de lo que él y el ministro Luis Caputo ahora llaman ‘dolarización endógena’”. Aunque nunca mencionó ni a Fernández ni a Cottani, ya en esos meses Milei se regodeaba con imitaciones, humillaciones y agresiones contra casi todos los economistas que lo criticaban. De allí surgen, por ejemplo, términos como “mandriles” o “mandrilandia” o variantes muy creativas sobre el punto. O sea que Milei no escuchó ninguno de esos planteos, aunque provinieran de personalidades cuya jerarquía intelectual y técnica él había destacado. Además, reaccionó violentamente contra quienes se atrevían a marcar diferencias. Esa furia se trasladaba en agresiones concretas en las redes sociales contra los disidentes. En algún momento, en un discurso en Italia, explicó que ese criterio lo aprendió de haber leído a Lenin, el primer jefe de Estado soviético. Los sucesos financieros de las últimas semanas habilitan a pensar que los críticos tenían sus razones, que hubiera sido inteligente contrastar las posiciones de Caputo con la de otras personas que pensaban distinto. Milei no quiso, no supo o no pudo hacerlo. Esos antecedentes sirven, claro, para evaluar la gestión económica presidencial, que en estos días exhibe toda su vulnerabilidad. Pero, además, abren una pregunta central sobre lo que sigue. ¿Milei habrá aprendido algo de esa experiencia? Le advirtieron mil veces que iba hacia una ratonera y él despreció a quienes decían eso. Ahora, ¿será capaz de escuchar? La entrevista que el Presidente concedió el jueves habilita a pensar que Milei sigue siendo el Milei de siempre. La frase más impresionante, entre una andanada de frases impresionante, fue la siguiente: “Hablar del tipo de cambio es irrelevante”. ¿Eh? En un país que hace décadas no habla casi de otra cosa, y se mueve en función de lo que ocurre con esa variable, y en medio de algo muy parecido a una corrida, Milei subestimó el tema. “Es irrelevante”. Además, el Presidente se alegró porque la máxima líder de la oposición esté a punto de ir presa, calculó que tendría en pocos días USD 50 mil millones de reservas sin explicar la manera en que se produciría ese salto, y desplegó una teoría conspirativa muy ingenua y carente de datos para explicar por qué le pasa lo que le pasa. La percepción de los inversores sobre esa intervención se reflejó en los tremendos números de jueves y viernes. Era lógico. Aquel que maneja fondos ajenos está pendiente de los detalles concretos de los anuncios. Si lo que encuentra es un presidente que acelera con sus “excentricidades” tal vez le agarren unas ganas bárbaras de salirse del lugar donde ese hombre tiene jurisdicción. Hay algo realmente muy difícil para Milei en este asunto. Quienes lo han conocido bien saben que durante toda su vida sintió como un desprecio que el resto de los economistas destacados no le reconocieran la jerarquía que él cree que tiene. Por eso, cuando se sintió fuerte dejó de elogiarlos y empezó a cobrarse las cuentas pendientes que tenía por su orgullo personal. Desandar ese camino, debe ser realmente complicado. El ministro de Economía, Luis Caputo Pero no es el único actor protagónico de este drama. El otro es el ministro de Economía, Luis Caputo. Sus dos intervenciones desde que se aceleró la fuga de reservas son muy difíciles de entender. En medio de una crisis de confianza realizó anuncios que fueron desmentidos inmediatamente por todos los involucrados, incluidos sus subordinados. El jueves por la mañana anunció la inminencia de una serie de acuerdos con organismos internacionales que elevarían las reservas internacionales de la Argentina de 26 mil a 50 mil millones de dólares. El anuncio fue de tal magnitud que, en condiciones normales, la respuesta inmediata de los mercados hubiera sido eufórica. Pero el Fondo Monetario aclaró rápidamente que no tenía decidido el monto que prestaría a la Argentina, y que, en todo caso, sería entregado en cuotas. Luego del discurso del ministro, aparecieron en los medios múltiples referentes económicos del oficialismo. Cada uno decía una cosa distinta. Algunos ni siquiera pudieron realizar una operación de suma y resta muy sencilla. En medio de la desesperación, desde la Casa Rosada un funcionario muy cercano al Presidente, difundía en off que el total del crédito sería de USD 34 mil millones, 20 mil de libre disponibilidad y 14 mil para repagarle al Fondo. Por eso, al día siguiente el Fondo emitió otra declaración donde explicaba que la Argentina había pedido USD 20 mil millones por todo concepto. Diez días antes, Caputo había aparecido en otro reportaje en el que habilitó la posibilidad de una libre flotación. Luego no volvió a hablar del tema. ¿Qué podría salir mal? El Gobierno se enfrenta ahora a un dilema clásico. Si no modifica rápido el esquema cambiario, la crisis se puede acelerar y eso derivaría, como mínimo, en una devaluación brusca. Si lo modifica, enfrentará un aumento de la inflación, que ya se venía recalentando antes de la corrida, y su correspondiente costo político. Hay, claro, un atajo para resolver el problema en el corto plazo: que el Fondo Monetario le conceda al Gobierno un crédito monumental e inédito, para controlar el tipo de cambio y con ello la inflación. En ese caso, vale recordar cuatro declaraciones que se produjeron en 2018, cuando Luis Caputo consiguió un crédito de USD 44 mil millones que no sirvieron para calmar a los mercados. José Luis Espert dijo, por entonces: “A vos el Fondo no te da la plata que te da para que Caputo le ponga precio al dólar para que sus amiguitos lo compren barato. Usar la plata del Fondo para ponerle techo al dólar es asegurarle la ganancia a los especuladores”. Milei: “La forma que usa el político más desalmado y más populista y más mentiroso es el endeudamiento. Es una forma absolutamente inmoral de enfrentar la situación”. Y Lilia Lemoine: “Con la izquierda tenemos una cosa en común. Es la siguiente: el FMI es una entidad que se dedica a prestar dinero a gobiernos corruptos. A diferencia de la izquierda sabemos que es la casta política la que genera el problema. Pero sí tenemos esto en común: no nos gusta el FMI. Si tenés un amigo zurdo, mandale este mensaje y hagamos un acuerdo. Cortemos con el FMI”. Mientras tanto, si el Gobierno quiere tranquilizar la situación, debería encontrar métodos alternativos a los que ha utilizado hasta ahora. Si quiere acercarse al abismo, en cambio, está visto que dispone de las herramientas adecuadas.
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