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» El litoral Corrientes
Fecha: 30/03/2025 01:50
n Cuan de otro modo pensó un día Rivadavia, “carácter solamente virtuoso y serio, íntegro en todo”, según el lapidario elogio de don Vicente Fidel López: aquel Rivadavia a quien “las debilidades de la vida relajada -transcribo al nombrado autor- le hacían el efecto de un escándalo chocante; aquel que siendo “capaz de sacrificar mucho a la ambición, no era capaz de sacrificar nada, absolutamente nada a la corrupción”. ¡Ah!, pero es que Rivadavia personifica nuestra revolución de Mayo, como Rosas personifica la contrarrevolución, contraste digno de ser mostrado, siquiera sumariamente. Puesto de lado el embeleso monarquista en que hubo de andar metido Rivadavia en época tan crítica que aspirar a un rey era servir a la patria, y aun sin poner de lado el tal embeleso, no trepido en afirmar que Rivadavia es esencialmente republicano porque busca el orden dentro de la coordinación, que es el régimen estructural de las democracias, en tanto Rosas con su sistema gauchesco es esencialmente antirrepublicano, porque sólo busca el orden dentro de la total subordinación, negación de la República. Rivadavia, republicano de verdad, no sabe lisonjear al pueblo; sólo sabe servirlo con desinterés. Rosas, en cambio no hace más que adularlo al pueblo y corromperlo; servirse de él. Dicho de otro modo, Rivadavia es el Presidente, Rosas el Dictador. La primera ley de Rivadavia, siendo Ministro en 1821, es una ley de olvido. Todas las leyes que dictó Rosas pueden intitularse sin error, leyes de odio. Rivadavia Republicano, entrega todos sus actos a la publicidad; Rosas, antirrepublicano, sepulta su conducta en el sigilo. Rivadavia había estudiado en Inglaterra el sistema de las instituciones liberales. Rosas no conocía el mundo, más que la pampa sin hombres y sin fronteras. Sueña ya en 1812 Rivadavia con fundar institutos donde se enseñe Derecho Público, Economía Política, Agricultura, Lenguas, dota, como le es posible la Biblioteca Popular; solemniza con su presencia los modestos exámenes escolares. Es el hombre que abre escuelas. Rosas, dicho de una vez, el que las cierra. Rivadavia educa; Rosas deseduca; bien es cierto que aquel siguió cursos de retórica y filosofía, en tanto que este no pasó de los primeros grados. Rivadavia es polígloto: habla y escribe el francés y el inglés. Rosas vivirá veinticinco años en Inglaterra y dirá mal good morning. Rivadavia es un civilizador; Rosas, un barbarizador. En 1824, el ingeniero Bevans, traído por Rivadavia, honraba la fecha cívica de los argentinos con iluminación de gas. Rosas, hasta 1852, alumbra las calles con velas de sebo. Rivadavia es abogado. Rosas, gaucho. Rivadavia crea la policía de la ciudad, independiente y autónoma. Rosas puso en marcha el espionaje. Rivadavia, la seguridad; Rosas, el peligro. Rivadavia, el guardián, Rosas, el verdugo. Rivadavia intenta la organización de la realidad. Rosas coloca por sobre toda realidad una mitología: su mitología federal. Rivadavia tiene bandera, Rosas, divisa. Y bien se comprende -porque palabras cantan- que la bandera une y la divisa divide. Rivadavia es el gran reformador. Rosas, el restaurador. Rivadavia promueve la reforma eclesiástica. Rosas, la restauración de todos los privilegios del clero. Rivadavia eleva a la mujer, atrayéndola al desempeño de la beneficencia social. Rosas las humilla y la denigra hasta sentarla con Camila O´Gorman en el patíbulo. Rivadavia, decíamos, es el gran reformador. Y aquí tocamos a la cuestión agraria y a la enfiteusis rivadaviana, a cuyo respecto Rivadavia puede llamarse a justo título el Henry George argentino. “Entre los grandes y notabilísimos trabajos de ese tiempo -escribe Vicente Fidel López- es menester señalar la legislación sobre tierras públicas que sirvió para desenvolver la riqueza y la población de nuestra campaña”. “Y el resultado -agrega el mismo autor- fue que esa misma campaña que el régimen colonial había dejado solitaria y bárbara, se civilizó en un tiempo bastante breve”. Esto dice Vicente López. Lamas y Avellaneda llegan al panegírico. Yo he de permitirme añadir que la enfiteusis de Rivadavia hubiera hecho de la República (y aun hoy -1943- se cumpliría el milagro) un país más grande que los mismos Estados Unidos. Rosas, a cambio de la enfiteusis, cuando no confisca tierras, las regala. Es un despilfarrador de la tierra pública. Media provincia de Buenos Aires se da de premio, como en los tiempos de la colonia, a los secuaces y capitanes. No hay que destacar después de todo lo expuesto, que la historia argentina puede abreviarse a las pocas letras de los nombres de Rivadavia y Rosas. Anverso y reverso de la medalla del destino patrio. Cuando todo el cielo está nocturno y toda la tierra envuelta en negra tiniebla, y solamente un punto en el oriente se comienza a aclarar, ese punto luminoso que luego se llamará, la aurora, tiene razón contra todo el resto del orbe. (Arturo Capdevila - 1928). Asesinan a Florencio Varela - El 20 de marzo de 1848, frente a su casa en Montevideo, fue acuchillado por la espalda el distinguido miembro de la causa unitaria. La víctima tenía 41 años y una intensa vida política desarrollada en contra del régimen de Rosas. La Gaceta Oficial de Buenos Aires había recibido orden de atacar al diario “El Comercio del Plata” en su nueva cruzada pero no tuvo éxito y entonces se pensó en hacer algo más efectivo, destruyendo al escritor, ya que no se podía desvirtuar el efecto de su hábil política. De tan sombrío pensamiento, debía necesariamente resultar una víctima y la designada fue el doctor Florencio Varela. Empero, la pluma empapada en sangre, reapareció en manos del doctor Valentín Alsina quien, si no le igualaba en talento y en destreza diplomática le igualaba en patriotismo. La prensa de Rosas intentó negar toda participación política en este trágico acontecimiento y mucho menos que el ilustre restaurador de las leyes se hubiera complicado en aquel homicidio vulgar. Muchos dudaron de las acriminaciones que cayeron sobre Rosas y bien pronto se habían alejado las sospechas de su instigación al asesinato de Varela, si el bárbaro fusilamiento de la desgraciada Camila y su amante, no hubieran recordado al país y al mundo que los tiranos no envejecen ni se humanizan y que si con el tiempo se hacen más frecuentes sus crímenes, son éstos, en cambio, más atroces.
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