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» Diario Cordoba
Fecha: 27/03/2025 20:51
Las sociedades organizadas se regulan por grandes marcos legislativos que aceptamos como norma general de convivencia. Los estados democráticos por constituciones o carta magna; las autonomías por estatutos, las asociaciones por ordenanzas, reglamentos o estatutos que contextualizan el marco de relaciones de esa comunidad. El legislador consciente que habrá quienes no respeten esas reglas de convivencia, se dotó del Tribunal Constitucional o Defensores del Pueblo ante un evidente atropello de derechos y deberes reconocidos. Las sociedades privadas pueden ser golpeadas por individuos que desean contravenir la convivencia pacífica y el buen nombre de las instituciones. Entonces se alzan las voces de la mayoría silenciosa y educada exigiendo un código ético que regularice la convivencia y el respeto al prójimo. La cultura democrática está sufriendo unos envites impensables hace muy poco. Ciertamente, siempre han existido grupos antisistema, pero hoy han aflorado con una fuerza inimaginable gracias al poder alcanzado por ambiguos autoritarios que apelan con mucha energía a la Constitución y Democracia que no defendieron ni, sinceramente, defenderán. Véanse las trayectorias de Putin, Trump, Netanyahu y otros más cercanos. Visto lo visto, y el indiscutible apoyo de fuerzas poderosas de la economía, de ricos ambiciosos y algún que otro desnortado en las cloacas de las redes sociales pretenden imponer un orden que es el desorden y desbarajuste, quebrar la armonía social menospreciando la convivencia. Entonces se impone la necesidad de códigos éticos y reglamentos para que reine la paz y el desarrollo programático de las instituciones públicas o privadas. Todo el mundo debe conocer que nos regimos por un código de conducta, una declaración de principios y valores. Las asociaciones, sean del carácter que sean, requieren de un código deontológico que establezca la normativa interna de comportamiento moral. Los redactores de la Constitución de 1978 no pudieron imaginar los enormes y profundos cambios en las mentalidades de un país, bien distinto, casi cincuenta años después. Incluso, los redactores de normativas muy recientes no alcanzaron a pensar que era necesario establecer códigos éticos en una sociedad moderna, plural, dialogante y consciente que el respeto al prójimo es la base fundamental, para que, aun pensando distinto, las personas nos entendamos y caminos juntos hacia un destino común, la felicidad. Confiemos en que triunfe la verdad. *Doctor en Historia
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