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Concordia » Diario Junio
Fecha: 27/03/2025 02:31
Tratando de ser optimista respecto a la resolución—harto difícil—de una paz consensuada entre los protagonistas primarios y secundarios de esta nueva tragedia, muchos se plantean cómo y por qué se llegó a esta conflagración que pone en peligro la paz mundial. Más allá de entrar en el maniqueo ejercicio de víctima y victimarios, es necesario profundizar desde el punto de vista de la geoestrategia política y visualizar los hechos como formas concretas del movimiento de la relación social que regula la totalidad del «orden» mundial. Esta guerra—ya lo hemos mencionado anteriormente—comenzó con la revuelta del Euromaidán, que terminó con un golpe de Estado en Kiev en 2014. A partir de ese hecho, se sustituyó al presidente en ejercicio por el títere de Volodímir Zelenski, adiestrado por el MI6 británico. Su gobierno inició un ataque feroz contra la región del Dombás, donde tres pequeñas repúblicas en la frontera con Rusia se habían declarado, mediante un referéndum, parte de la Federación Rusa, debido a su origen ruso y su idioma. Esta región fue asolada por Ucrania, dejando un saldo de 14.000 muertos. Fue entonces cuando Putin consideró que estaba en juego la seguridad de su país, ya que ese ataque, orquestado y financiado por los «halcones» de Joe Biden—con Francia, Reino Unido y Alemania participando como asistidores de Ucrania en cuanto a armamento, operadores tipo comando y colaboración satelital—se convirtió indirectamente en un choque entre bloques geopolíticos. Las disputas entre bloques no resultan de divergencias morales o ideológicas, como la libertad, la democracia, la seguridad o la fraternidad. Los motivos se resumen en dos palabras: hegemonía e intereses económicos. Es decir, los intereses que nutren la acumulación de sus respectivos capitales: materias primas o recursos naturales, fuerza de trabajo, mercado, transporte y comunicaciones. Ucrania ofrece muchos de estos factores, ya que es potencia en cereales, recursos energéticos, tierras raras y tiene una posición estratégica clave. Pero hay algo más que no debe escapar a nuestra mirada: esta guerra es una forma concreta de medición de fuerzas entre la OTAN y la Federación Rusa. La historia, vertiginosa, nos hace olvidar que este enfrentamiento no se limitó a Europa del Este, sino que se extendió por todo el planeta. Y este es el marco que nos permite entender las «revoluciones naranjas», las «primaveras árabes» y los golpes suaves que han marcado la historia desde los años 90, ejecutados por la CIA por encargo de EE.UU. y el Reino Unido. Basta recordar: Irak en 1991, la invasión en 2003 y su ocupación hasta 2011; Irán y Chechenia entre 1994 y 2005; Libia en 2011 y 2014; Siria desde 2011 hasta 2024; Afganistán hasta 2019; y otros casos como Líbano, Argelia y Venezuela. La implosión de la Unión Soviética sumió a Rusia en una depresión económica y un desorden político. En los años 90, el incipiente capital ruso intentó integrarse al sistema imperialista anglo-europeo y, en ese marco, se ofreció a formar parte de la OTAN. Pero fue rechazado, un hecho que ahora Occidente lamenta, ya que teme y vive aterrorizado por la capacidad armamentística de Rusia. Donald Trump ya no puede hacer lo que quiere porque los neoconservadores, tanto del Partido Demócrata como del Republicano, le advirtieron que no le aprobarían elevar el techo de deuda si no da lugar a Reino Unido y Francia en la fijación de las regiones que quiere acordar con Rusia. En estos momentos, EE.UU. y Rusia están discutiendo las «segundas líneas» de Ucrania y las garantías que exige Moscú para reanudar el llamado pacto alimentario sobre la navegación del Mar Negro. Zelenski, sin embargo, violó dos veces la prohibición de atacar estructuras energéticas, buscando provocar a Rusia y escalar el conflicto, como desea Europa. Aun así, Moscú manifiesta su interés en no apartarse de los mercados de cereales y fertilizantes que abastecen a África. El deseo de conquistar Rusia fue el de Napoleón y Hitler, y así les fue. Trump se niega a ser la garantía del cumplimiento del pacto porque, de hacerlo, perdería protagonismo como figura diplomática en caso de lograr la paz total. Mientras tanto, el tiempo juega a favor de Rusia, que está recuperando los distintos distritos ocupados por Ucrania en su alocada «contraofensiva» en Kursk, donde perdió 60.000 soldados y varias decenas de militares de la OTAN disfrazados de soldados de Kiev. Como dato ilustrativo de la desastrosa campaña de la OTAN contra Rusia, hasta la fecha, han sido derribados 659 aviones militares de Ucrania y de la OTAN, 283 helicópteros, 48.404 drones, 801 sistemas de misiles antiaéreos, 22.490 tanques y otros vehículos de combate. También fueron eliminados 1.531 vehículos de sistemas de lanzacohetes, 22.961 cañones de artillería y morteros, así como 33.347 vehículos militares especiales. En estos momentos, mientras escribo este informe, me llega la noticia de que en Riad (Arabia Saudita) se ha llegado a un consenso sobre la libre circulación en el Mar Negro, pero con la intención de inspeccionar los buques, ya que por esa vía llegaban armas de la OTAN y EE.UU. a Ucrania. Rusia, por su parte, exige como condición el levantamiento de las sanciones comerciales impuestas a los bancos rusos y otras instituciones financieras implicadas en el comercio internacional, así como la reconexión al sistema SWIFT, la red mundial de transacciones bancarias. Además, Moscú reclama el levantamiento de las sanciones impuestas a empresas productoras de alimentos y las restricciones a las compañías de seguros. Este acuerdo debió entrar en vigor el 18 de marzo, pero los ataques de Zelenski a compañías energéticas—por orden del Reino Unido—impidieron su anuncio. Por supuesto, esto no es la paz duradera. Habrá que ver cómo se comportan las élites europeas, que no soportan aparecer como vencidas por el «oso ruso». Ellos lo despertaron. Aténganse.
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