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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 24/03/2025 04:51
Los avances en esta área plantean desafíos urgentes en materia ética, jurídica y social (Imagen Ilustrativa Infobae) “Si el cerebro fuera tan simple que pudiéramos entenderlo, seríamos tan simples que no lo entenderíamos” (Pugh, 1983). Durante décadas, la humanidad ha depositado en la inteligencia artificial la promesa de replicar las capacidades cognitivas humanas mediante algoritmos, datos y máquinas. Sin embargo, un nuevo campo emergente puede cambiar el paradigma: la inteligencia biológica sintética. Lejos de ser una evolución directa de la IA, esta tecnología representa un giro radical en la forma en que entendemos, diseñamos y nos relacionamos con los sistemas inteligentes. Ya no se trata solo de simular procesos mentales mediante software, sino de cultivar redes neuronales vivas en laboratorio y entrenarlas para resolver problemas reales. A medida que nos acercamos a los límites del conocimiento sobre cómo funciona la mente humana, los científicos están recurriendo a nuevas herramientas que integran biología y computación, y que difuminan las fronteras entre lo natural y lo artificial. De la inteligencia artificial a las neuronas vivas en laboratorio La inteligencia biológica sintética es una disciplina que combina células cerebrales cultivadas en laboratorio con interfaces digitales, dando lugar a lo que se denomina sistemas híbridos neuroelectrónicos. Uno de los desarrollos más disruptivos en este campo es DishBrain, una red neuronal sintética creada a partir de 800.000 neuronas humanas cultivadas sobre una matriz de microelectrodos. Estas neuronas no solo han sobrevivido fuera del cuerpo humano, sino que también han mostrado la capacidad de aprender a través de la interacción con un entorno simulado: jugar al clásico videojuego Pong sin haber sido programadas previamente. A diferencia de la IA tradicional, que depende de millones de datos para entrenar modelos de aprendizaje profundo, DishBrain, aprende en tiempo real. Como explica el equipo del Cortical Labs y la Royal Melbourne Institute of Technology (RMIT), estas neuronas vivas fueron estimuladas con señales eléctricas, y lograron anticipar el movimiento de la pelota en el videojuego Pong, para mejorar su rendimiento a partir de la retroalimentación recibida. Estamos, por tanto, ante una forma de inteligencia que no es artificial, sino que emana directamente de procesos biológicos reproducidos en laboratorio¹. Sobre la base de esta experiencia, la empresa australiana Cortical Labs ha presentado recientemente el primer ordenador biológico del mundo: el CL1. Este sistema, que combina células cerebrales humanas vivas con hardware de silicio, fue lanzado el 2 de marzo de 2025 en Barcelona y representa un nuevo paradigma en computación biológica. A diferencia de los chips de silicio convencionales, el CL1 permite formar redes neuronales adaptativas, capaces de procesar información de manera más rápida, eficiente y sostenible. Gracias a su bajo consumo energético (entre 850 y 1.000 W por rack), este ordenador biológico supera ampliamente en eficiencia a las granjas de servidores tradicionales. Además, no requiere infraestructura adicional: puede funcionar de manera autónoma y ser operado incluso de forma remota a través del modelo de acceso “Wetware-as-a-Service” (WaaS). Según informó la compañía, la comercialización del CL1 está prevista para la segunda mitad de 2025, con un costo estimado de 32.500 euros, muy por debajo de las alternativas actuales del mercado. Esta apertura busca democratizar el acceso a sistemas de Inteligencia Biológica Sintética, impulsando aplicaciones en medicina, pruebas clínicas y desarrollo de fármacos. ¿Qué es lo “sintético” en la inteligencia biológica? La inteligencia biológica sintética no es simplemente una reproducción de tejidos neuronales, sino una construcción cuidadosamente diseñada para funcionar con propósitos computacionales. Se trata de sistemas vivos, pero diseñados artificialmente. De allí que no se la pueda confundir con la biotecnología tradicional ni con la IA convencional. Como indica el Dr. Brett Kagan, director científico del proyecto DishBrain, este tipo de inteligencia no requiere millones de parámetros ni redes profundas entrenadas durante semanas, sino que aprende de manera espontánea como lo haría un ser humano en sus primeras etapas de vida. Lo sintético, en este contexto, no implica falsedad, sino artificialidad controlada: se construye un entorno donde neuronas humanas o de ratón pueden desarrollarse, responder estímulos y generar conocimiento sin necesidad de una arquitectura digital. El cerebro deja de ser una metáfora para los sistemas computacionales y se convierte en un objeto físico que puede integrarse directamente a dispositivos electrónicos. Convergencia o divergencia: ¿qué relación tiene con la IA? Lejos de competir, la inteligencia artificial y la inteligencia biológica sintética pueden coexistir y complementarse. La IA aporta herramientas de procesamiento masivo de información, algoritmos predictivos y automatización de tareas, mientras que los sistemas biológicos ofrecen plasticidad, adaptabilidad y eficiencia energética inigualables. Desde una perspectiva filosófica, la inteligencia biológica sintética también pone en cuestión, aunque sea de forma remota, la posibilidad de que una inteligencia artificial pueda adquirir conciencia. ¿Es necesario que exista un sustrato biológico para que haya conciencia? Estas cuestiones están comenzando a tener implicancias prácticas en los laboratorios, las universidades y, muy pronto, también en las políticas públicas. Ray Kurzweil, uno de los principales inventores y tecnólogos del mundo, en su libro, La singularidad está más cerca, sostiene que los avances tecnológicos nos confrontan con un dilema esencial: ¿qué es, en definitiva, la conciencia? El autor distingue entre la conciencia funcional, como la capacidad de percibir, procesar e interactuar con el entorno, y la conciencia subjetiva, es decir, la vivencia interior de los hechos, que los filósofos llaman qualia. Este es el aspecto inobservable de la conciencia. En el caso de sistemas como DishBrain, observamos señales de conciencia funcional incipiente: capacidad de aprender, adaptarse y anticipar. Pero no sabemos, ni la ciencia puede determinar con certeza, si estas redes neuronales poseen experiencia de conciencia subjetiva. La ciencia, explica Kurzweil, no puede detectar directamente la conciencia subjetiva, solo puede inferirla a partir de conductas observables. Kurzweil anticipa que durante las décadas de 2030 y 2040, al integrar tecnología al propio cerebro humano, no solo aumentaremos nuestra capacidad de cálculo, sino también la profundidad de nuestras experiencias internas o conciencia subjetiva². El futuro: ¿regulación o coevolución? Los avances en esta área plantean desafíos urgentes en materia ética, jurídica y social. ¿Qué derechos tienen estas entidades vivas si no tienen conciencia, pero sí capacidad de aprendizaje? ¿Cómo se protege la información generada por sistemas híbridos que aprenden del entorno? La inteligencia biológica sintética ya no es ciencia ficción. Es una realidad que nos obliga a repensar los límites entre lo natural y lo artificial, entre algoritmo y célula, entre lo humano y lo posthumano. Quizá, como advertía Pugh, el cerebro humano es demasiado complejo para que lo entendamos por completo. Pero al cultivar redes neuronales fuera del cuerpo, podríamos estar, por primera vez, en condiciones de observar cómo emerge la inteligencia, y, tal vez, incluso la conciencia, sin espejos ni metáforas.
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