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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 23/03/2025 03:00
Juan Luis Benítez Muñoz estuvo en Buenos Aires por su trabajo en la Red Internacional de Atención Integral al Estudiante, de la que también forma parte la Universidad del Salvador. Desde hace tiempo el bienestar socioemocional de los estudiantes ganó centralidad en el debate sobre educación. Los problemas emocionales y de salud mental de los adolescentes, agudizados tras la pandemia, se impusieron en la agenda de las políticas educativas. Las escuelas tomaron el tema como prioritario, pero ¿qué pasa después que los alumnos egresan? Algunas universidades empezaron también a recoger el guante y a preguntarse cómo acompañar a sus alumnos. Sobre esta cuestión, Infobae conversó con Juan Luis Benítez Muñoz, vicerrector de la Universidad de Granada (España), quien estuvo de visita en Buenos Aires en el marco de su trabajo en la Red Internacional de Atención Integral al Estudiante. Además de Granada, forman parte de la red la Universidad del Salvador (USAL) de Argentina, la de Xochicalco (México) y la Universidad Nacional de Costa Rica. El foco: ofrecer a los estudiantes un seguimiento que abarque lo académico, lo personal y lo social, para garantizar su bienestar integral y reducir la deserción universitaria. –¿Cómo cambió el perfil de los estudiantes universitarios? ¿Qué rasgos definen a los estudiantes actuales, qué nuevas necesidades plantean? –Creo que el tema central en este momento tiene que ver con el avance en las políticas de cuidado. Me permito usar la palabra “cliente”, aunque pueda generar debate, porque, al final, la razón de ser de las universidades son sus estudiantes. Son ellos quienes dan sentido a cualquier institución académica. En este sentido, hemos pasado de universidades enfocadas exclusivamente en la formación científico-técnica a instituciones que también se preocupan por el desarrollo integral de la persona. Este enfoque implica atender las necesidades del estudiantado durante su paso por la universidad. En la época en que yo fui estudiante, este tipo de acompañamiento no existía: uno asistía a clase, rendía exámenes y, al finalizar, obtenía un título. No había una preocupación real por el bienestar del estudiante más allá del ámbito académico. Hoy, en cambio, se ha producido un cambio de paradigma orientado a una formación más integral. Es cierto que los estudiantes de hoy demandan estos servicios de manera mucho más explícita que antes. A esto se suma la necesidad de que las universidades se diferencien y compitan entre sí: hoy la atención integral al estudiante es un factor clave de calidad educativa. Las propias transformaciones sociales han impulsado estas nuevas necesidades. Problemáticas que antes apenas se mencionaban, como la salud mental, hoy ocupan un lugar central en la discusión. Hace veinte o incluso hace diez años, hablar de salud mental en Europa era casi un tabú. La evolución de la sociedad, sumada a una crisis como la pandemia, plantea nuevos desafíos. La diferencia entre la universidad de los años 90, cuando yo estudié, y la de hoy es notable. Antes, la educación superior se limitaba a la enseñanza académica; hoy, en cambio, el modelo ha evolucionado hacia una visión más integral. En España, el acceso a la universidad es cada vez más universal, cada vez más personas pueden estudiar. Antes, quienes llegaban a la universidad solían provenir de hogares con estabilidad económica y ciertas condiciones favorables. Solo estudiaba quien tenía los recursos para hacerlo; quienes no, quedaban fuera. Pero esto cambió. Hoy encontramos en la universidad a estudiantes que acceden con diversos factores de riesgo que ya traen consigo, lo que también implica nuevos desafíos para las instituciones. Los estudiantes universitarios actuales demandan una mayor atención a la dimensión emocional, sostiene Benítez Muñoz. (Pixabay) –¿Cuáles son los problemas de salud mental que están encontrando en las aulas? ¿Qué puede hacer la universidad frente a estas situaciones? –Uno de los principales objetivos de la Red Internacional de Atención Integral al Estudiante es el cuidado emocional del estudiantado durante su vida académica. Creemos que la universidad debe garantizar este bienestar para formar profesionales cualificados y equilibrados. En España, existe una normativa legal que obliga a las universidades a establecer un marco de bienestar emocional, y que proporciona herramientas y recursos para asegurar este cuidado. Es fundamental que existan políticas universitarias que permitan avanzar en esta dirección. En la Universidad de Granada hemos realizado una encuesta de salud mental a todo el estudiantado de la universidad. Hasta ahora, los resultados indican que los problemas emocionales son la principal preocupación: se destacan la ansiedad, la depresión y los trastornos obsesivo-compulsivos. Solo a partir del análisis de estos datos es posible diseñar programas efectivos de intervención. Nuestro objetivo es desarrollar herramientas y recursos que permitan establecer un modelo de prevención. Si logramos identificar los factores de riesgo que afectan la salud mental del estudiantado, podremos diseñar estrategias para actuar de forma preventiva. Estamos avanzando en tres niveles de acción. Primero, administración de instrumentos que nos brinden datos objetivos sobre la situación de la salud mental en la universidad. Luego, diseño de políticas de intervención que orienten a las universidades en la creación de programas de apoyo. En tercer lugar, evaluación del impacto de estos programas a lo largo del tiempo, con el fin de desarrollar un modelo predictivo basado en factores de riesgo. –¿Qué más encontraron en esa encuesta de salud mental? –Algunos de los primeros hallazgos son reveladores: los estudiantes que eligen su carrera por vocación tienden a presentar menos problemas emocionales. También se observa que las mujeres experimentan más dificultades en este ámbito que los hombres. Además, ciertos campos de estudio muestran un índice más alto de riesgos patológicos. Por ejemplo, en la Universidad de Granada, los estudiantes de Artes y Humanidades han mostrado los mayores índices de riesgo psicopatológico, con niveles más altos de ansiedad y otros problemas emocionales. Esto podría sorprender, ya que comúnmente uno pensaría que carreras como Medicina, Ingeniería o Arquitectura, sometidas a una gran carga académica y presión, serían las más afectadas. Sin embargo, ocurre lo contrario. Quienes ingresan a estas disciplinas suelen tener expedientes académicos sobresalientes y una cabeza muy bien estructurada incluso antes de llegar a la universidad. Otro factor que consideramos relevante es la combinación de trabajo y estudio. En España, solo el 16% de los estudiantes trabajan mientras cursan sus estudios. Sorprendentemente, no encontramos diferencias significativas en términos de problemas emocionales entre quienes trabajan y quienes no. En cambio, sí se observan diferencias entre los estudiantes de primer año y los de cursos superiores. Esto tiene sentido: al iniciar una carrera universitaria, es común experimentar mayor presión y dificultad para gestionar el cambio si uno carece de ciertas competencias. Entonces, si la evidencia muestra que los estudiantes de primer año en Artes y Humanidades o en Ciencias Sociales y Jurídicas son quienes presentan mayores problemas emocionales, podemos diseñar intervenciones específicas para ese grupo. Con esta información, es posible focalizar acciones concretas en los alumnos recién ingresados, especialmente en estas áreas. Este enfoque basado en datos también supone un uso más eficiente de los recursos universitarios, que siempre son limitados. En lugar de aplicar estrategias generalizadas para todos los estudiantes, se puede priorizar a los grupos con mayores necesidades. Por ejemplo, en Ciencias de la Salud, los niveles de problemas emocionales son casi inexistentes, mientras que los indicadores positivos se mantienen muy altos. Esto se debe, en gran medida, a que estas carreras suelen ser altamente vocacionales. Los estudiantes que eligen una carrera por vocación presentan significativamente menos problemas emocionales en comparación con aquellos que estudian algo que no era su primera elección. La Universidad del Salvador (USAL) forma parte de la Red Internacional de Atención Integral al Estudiante junto con las universidades de Granada (España), Xochicalco (México) y Costa Rica. –¿Cómo se compatibiliza el cuidado del bienestar emocional con la construcción de la autonomía esperable en un estudiante universitario? ¿No hay un riesgo de que la universidad se convierta en una prolongación de la escuela secundaria? –La pregunta central es qué nivel de calidad queremos para nuestra institución. La calidad no se mide solo en términos de formación académica. Si formamos excelentes profesionales, pero descuidamos su desarrollo personal y emocional, podríamos estar egresando individuos desequilibrados o con graves deficiencias en su desarrollo integral. Esta semana estuvimos trabajando en un protocolo de ingreso universitario, un aspecto clave en la retención de los alumnos. En este sentido, estamos aprendiendo mucho de la Universidad del Salvador. En una universidad privada, perder estudiantes implica una pérdida económica directa, pero en la universidad pública ocurre algo similar: cada estudiante que abandona representa una inversión de dinero público que se pierde. Por lo tanto, si hay impuestos financiando una plaza universitaria, debemos maximizar su aprovechamiento. El protocolo que estamos implementando en la Universidad de Granada replica la estrategia de la USAL para conocer las necesidades de los estudiantes que ingresan y diseñar planes de acción tutorial. Estas tutorías, ampliamente utilizadas en la educación primaria y secundaria, rara vez se aplicaban en la universidad. No se trata de una medida paternalista, sino de ofrecer una orientación estructurada, como ocurre en los sistemas anglosajones, donde el counselling, el asesoramiento académico y el coaching emocional están completamente normalizados. El objetivo es detectar las necesidades de cada estudiante desde el primer año. Con un sistema de diagnóstico adecuado, podemos ofrecerles los recursos pertinentes desde el inicio. Esto no solo impacta en la calidad institucional, sino que también optimiza el rendimiento académico y el bienestar estudiantil. Además, si obtenemos datos sobre habilidades clave como la planificación, la organización y la autorregulación, podemos intervenir a tiempo. Si un estudiante carece de ciertas competencias ejecutivas, podemos proporcionarle herramientas para fortalecerlas. Detectar estas dificultades desde el comienzo elimina de raíz un factor crítico en la salud mental y reduce significativamente el riesgo de abandono universitario. Por el contrario, si dejamos que los estudiantes enfrenten solos estos desafíos sin acompañamiento alguno, estamos apostando a que se las arreglen por sí mismos bajo la premisa de que “son adultos”. Pero la autonomía y la responsabilidad también se enseñan. Pensemos en los estudiantes con altas capacidades. Si bien se pueden destacar en áreas como Matemáticas, muchas veces presentan dificultades en habilidades sociales. ¿De qué sirve un alumno brillante si no sabe comunicarse o relacionarse con los demás? ¿Podemos ayudarlo a desarrollar estas competencias? Por supuesto que sí. Desde ya, son mayores de edad: ellos elegirán si quieren participar o no en los programas que les proponemos. –¿Tienen evidencia sobre el impacto de este acompañamiento en el rendimiento académico de los estudiantes universitarios? ¿Contribuye a disminuir la deserción? –En este momento, estamos sentando las bases para contar con instrumentos que nos permitan detectar y analizar datos de manera más precisa. La idea es realizar comparativas entre universidades, identificar las necesidades específicas de cada contexto, definir vías de intervención y evaluar si las estrategias implementadas son realmente efectivas y eficientes. Por supuesto, esta proyección ya está en marcha, pero aún no contamos con datos concluyentes sobre el impacto de las acciones que estamos desarrollando. ¿Cómo está afectando todo este trabajo a los estudiantes? Aún no lo sabemos con certeza. Sin embargo, nos basamos en experiencias previas de cada universidad. Por ejemplo, en la Universidad de Xochicalco han avanzado en la creación de un modelo predictivo del abandono universitario. Ya han identificado ciertos factores de riesgo y cuentan con datos que muestran una reducción cercana al 22% en la deserción académica, lo cual es un porcentaje significativo. Esto se debe, en gran medida, a que van más avanzados en el tema de salud mental. En la Universidad de Granada, por nuestra parte, contamos con un programa de atención al estudiante en riesgo de abandono, en el que el 90% de los participantes logra mejorar su rendimiento académico y continuar sus estudios. Pero el objetivo de esta red no es solo generar casos aislados de éxito o iniciativas puntuales –como decimos en España, “rayas en el agua”–, sino impulsar políticas universitarias con mayor respaldo científico.
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