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  • “Remada Contracorriente…”: un pueblo en marcha para defender al río Paraná

    Parana » AnalisisDigital

    Fecha: 22/03/2025 17:52

    Ya sé que es un trabajo modesto tal vez no sea el mejor, pero es mío y siendo libre, yo elegí ser pescador. Cuando estas cosas comprenda no insistirá en su pedido. Es por eso que le ruego, ¡no me lo cambie a mi río! (Raúl Rocco) Por Mariángeles Guerrero (*) Luis “Cosita” Romero rema suavemente, con sus ojos claros fijos en el sur. Su embarcación, La Yaguarona, se desliza despacio sobre la correntada. En el horizonte, la costa de Paraná se alza con sus cuchillas; sus barrancas altas hacen pensar en una ciudad amurallada. Los edificios, grises y lejanos, no borran la marca de Puerto Sánchez; ni del balneario El Thompson, donde en la arena amarillenta se dibujan las huellas de los gurises, sus últimas andadas antes de que el sol decline y la noche caiga definitiva sobre el río. La “Remada Contracorriente por el Agua y la Vida” lleva veinte días navegando por el Paraná. Comenzó en Clorinda (Formosa), en las orillas del río Paraguay. La travesía de remeros y remeras, que unió a 180 organizaciones costeras, se organizó para frenar el nuevo llamado a licitación de la “Hidrovía Paraná-Paraguay” y su dragado a 44 pies de profundidad, que significará la pérdida de soberanía sobre el río y un ecocidio que pondrá en peligro los humedales y las comunidades ribereñas. El viaje culminará este sábado 22 en Rosario, en el Día Mundial del Agua. El día 16, a Paraná, llegaron más de 50 canoas. Esta historia está hecha de memorias y de pueblos dispuestos a defender su río. En 1996, Luis “Cosita” Romero emprendió junto a su amigo Raúl Rocco (fallecido el año pasado) una remada similar. Estaban en una ranchada de pescadores cuando escucharon por la radio el anuncio del decreto 1609/96, por el que Carlos Menem entregaba el río Paraná a un consorcio de empresas estadounidenses para la construcción de una mega represa en el Paraná Medio, unos kilómetros al norte de la capital entrerriana. Hacía poco que un grupo de pescadores había traído, remando, una imagen de la Virgen desde Goya hacia esa ciudad. La acción había tenido mucha notoriedad, por lo que pensaron en replicarla a modo de protesta. “En esos años empezaban los piquetes. Nosotros no íbamos a cortar el río, pero sí íbamos a remar para demostrar nuestra disconformidad y para llegar a la gente con nuestro mensaje. Si nosotros estábamos desinformados, nos imaginábamos que en el norte la gente iba a estar aún más desinformada”, recuerda Romero. Los dos pescadores salieron desde Ituzaingó (Corrientes) y remaron 1.000 kilómetros hacia el sur. Llevaron folletos y la copia del decreto. Juntaron más de 4.000 firmas y en el trayecto hablaron con 12.000 personas de escuelas, universidades, cooperativas y asociaciones de pescadores. En 1997, junto a otras organizaciones lograron la sanción de la Ley provincial de los Ríos Libres, que frenó la construcción de la represa. Casi 30 años después, esta nueva remada busca concientizar y movilizar a la opinión pública sobre el nuevo llamado a licitación de la (mal llamada) hidrovía. “¿Cuáles van a ser los beneficios de la entrega de nuestro río? ¿Qué va a quedar en cada comunidad y en cada pueblo? ¿Vamos a compensar a los pescadores que van a perder su hábitat de trabajo?”, se pregunta el remero. Actualmente, preside un proyecto ecológico educativo en el Islote Curupí, frente a Paraná. Hasta el momento 22.000 niñas y niños visitaron el islote. “El río es mi vida”, asegura. Luis “Cosita” Romero y Martha Arriola en La Yaguarona. Foto: Agencia Tierra Viva. La amenaza de un ecocidio y la pérdida de soberanía Uno de los aspectos más cuestionados de la nueva licitación impulsada por el gobierno de Javier Milei es el dragado a 44 pies de profundidad (13.411 metros), que se promueve para la circulación de buques de ultramar de 80.000 toneladas. El objetivo es hacer -contrariamente a lo que pasa en otros ríos del mundo, como el Rin o el Mississippi- que el Paraguay-Paraná se adapte a los barcos, y no los barcos al curso fluvial natural. Actualmente el dragado está en 36 pies. Si bien la licitación cayó en febrero, el Gobierno tiene el tema en agenda. Las empresas que se disputan la concesión son la dragadora holandesa Boskalis, la finlandesa Rohde Nielsen, las belgas Jan de Nul y Deme, la argentina Emepa y la china CCCC Shanghai Dredging. El pliego licitatorio propone modificar el curso del río en 130 metros de ancho y 30 metros más de profundidad a lo largo de 600 kilómetros, desde Timbúes (sur de Santa Fe) hacia su desembocadura en el río de La Plata, poniendo en juego 22.558 kilómetros cuadrados de humedales. Así lo confirmó en las últimas horas, el titular de la Agencia Nacional Portuaria, Iñaki Arreseygor. Con la reprivatización del río a través de la nueva licitación, estos ecosistemas estarán en riesgo. “Vamos a tener una intervención del ejército de Estados Unidos, con el argumento de que es una zona de tráfico de drogas. Nosotros debemos despertar porque se van a quedar con el río y lo van a tener por 60 años”, convoca Romero. Foto: Agencia Tierra Viva. “Si se aprueba esto, sería un ecocidio”, agrega Luciano Orellano, integrante del Foro por la Recuperación del Paraná. En los últimos 40 años, las tierras destinadas a la agricultura en la Cuenca del Plata (que incluye a Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay) aumentaron de 70 millones a 140 millones. “El proyecto de la hidrovía es cambiar la traza del Paraná y liberar 22.558 kilómetros cuadrados de isla para volcar a la agricultura, a la ganadería y a los negocios inmobiliarios”, puntualiza. Detrás de estos números están los intereses del agronegocio, de empresas inmobiliarias y de las exportadoras. Una historia que se repite en cada orilla que visita la Remada es la de pueblos fantasmas, donde años atrás hubo puertos nacionales que ya no existen. “Hoy reina sobre la Cuenca del Plata el capital extranjero. Y la Argentina sangra por las barrancas del río Paraná. Es un modelo que deshumaniza y deja en la marginalidad”, afirma. De hacerse el dragado, Romero advierte que se verá aún más afectado el ciclo de reproducción de los peces. “Esos ciclos hoy están interrumpidos porque hace ocho años que el río está por debajo de su promedio mínimo de altura. El estrés hídrico se vincula a la escasez de lluvias en la cuenca alta del Paraná y del Paraguay y a la deforestación del Amazonas”, explica. Otro aspecto crítico para la cuenca, según Orellano, es la sobreproducción de energía en Brasil, que para 2020 contaba con 875 centrales hidroeléctricas y es el que regula el caudal de los ríos de la región. El dragado profundizará el canal principal del río, secando las vertientes, ríos y lagunas que alimentan a las poblaciones costeras y a la fauna y flora de la cuenca. El Paraná circula en una zona que posee el 31 por ciento del agua dulce del mundo. Subterráneamente, fluye el Acuífero Guaraní, el tercero más importante a nivel mundial. El agua es requerida para consumo humano, pero también por la agricultura (60 por ciento) y por la industria (22 por ciento). Según Orellano, producir una tonelada de soja insume 15 toneladas de agua, un kilo de carne vacuna 6.000 litros y un kilo de pollo unos 4.000 litros. Si empieza este proceso, ¿es reversible? Orellano responde con firmeza: “Siempre”. Y amplía: “La primera forma de colonizarnos es hacernos creer que esto siempre fue así y que es irreversible”. El nuevo llamado a licitación también afectará la soberanía nacional. Desde la barranca, Romero ve pasar una barcaza que lleva unos 350 contenedores, de esos que se ven en el puerto de Rosario o Buenos Aires. “Ese barco tiene una tripulación de ocho personas y lleva una carga de 350 toneladas”, observa. Y cuestiona que, siendo el transporte más económico del mundo, no haya una política del Estado nacional para usar las vías de comunicación fluviales y abaratar los costos del transporte. “Menem vendió los barcos de la flota argentina como chatarra y hoy vemos pasar barcos con banderas extranjeras, barcos de empresas como Cargill, Monsanto y Nidera”, lamenta. Pero no se amedrenta. Habla del esfuerzo colectivo que hay que hacer para revertir la realidad. “Somos parte del río y tenemos que incidir en las políticas con mucha valentía. Tenemos que incomodar a los políticos”. Foto: Agencia Tierra Viva. Victoria: tan cerca del río, pero sin agua El remero Javier Núñez es de Victoria, localidad costera del sur entrerriano. Es tercera generación de isleños y trabaja como guía de pesca. El ejido urbano de Victoria incluye las islas que están frente a Rosario, son unas 360.000 hectáreas. Denuncia: “Todos hablan de lo que podría pasar con el dragado a 44 pies, pero nosotros ya venimos sufriendo el impacto del dragado a 36 pies que hizo Menem para meter barcos de ultramar en el río”. El humedal que rodea a la ciudad vive de la deriva de aguas del Paraná. Allí las familias se dedican a la pesca, a la apicultura y a la ganadería de islas. “Mi abuelo fue un islero que vivió de la ganadería y sabía que cada tanto venía la creciente y había que sacar los animales, pero que esa misma creciente traía buenas pasturas y toda la bondad que trae el agua”, recuerda. Hoy ese ciclo está roto. Las dragas que mantienen los 36 pies de profundidad cargan los sedimentos y los liberan en las costas de Victoria, bloqueando la circulación natural de los cursos de agua. La localidad está en emergencia hídrica: en 2020 y 2023 estuvieron a punto de quedarse sin agua. La bajante de los ríos también afecta a la hora de los incendios porque las lagunas y los arroyos hoy secos por el dragado siempre fueron cortafuegos naturales. “Si se lleva el dragado a 44 pies será la sentencia de muerte para nuestra zona y es lo que no queremos. Hay un silencio de la política que aturde”, lamenta Núñez. “La respuesta de algunos funcionarios es que Victoria tiene que hacer pozos para tener agua y eso no es una respuesta para nosotros. No vamos a renunciar al río porque es nuestra identidad”, afirma. Foto: Agencia Tierra Viva. Remar a contracorriente Remar, atravesar el Paraná con sus noches estrelladas y sus tormentas, a veces con el agua tibia y mansa, otras con la espuma blanca del río picado. Poner el cuerpo, compartir saberes, reavivar la memoria. Militar en cada costa, dialogar con quienes esperan en la arena con banderas, con abrazos y carteles. Atravesar urgencias, resolver tensiones, llegar a acuerdos de último minuto. Y seguir remando. Orellano relata: “En esta travesía estuvimos con los pescadores que sufren, con los ignorados, con los marginados que tienen una tremenda pobreza que duele hasta los huesos. Yo no quiero eso para mi patria. Somos libres como los pájaros de defender a la patria y estamos profundamente orgullosos”. Martha Arriola integra el Movimiento Cuidadores de la Casa Común. Con la mirada tranquila, como quien va recordando a medida que habla, relata su experiencia como remera. Y destaca la participación de las mujeres en la travesía. “Somos miles, muchas las que estamos participando. Me parece importante que esté nuestra mirada, desde donde nos paramos existencialmente para vivir, para estar siendo, para construir un proyecto de vida que nos haga libres, que nos haga hermanos y hermanas y que la naturaleza sea entendida en el mismo sentido”. Foto: Agencia Tierra Viva. Durante la remada, dice Martha, pudo escuchar el río, sentirse parte de él, aprender de la sabiduría de Romero en las horas compartidas en La Yaguarona. “Hubo muchos momentos de intercambio, de silencios, de contemplar. Hubo momentos difíciles, donde nos agarró el viento sur. Tuvimos muchos mensajes que tienen que ver con el respeto a la naturaleza y a los tiempos del río”. El Paraná le habló con sus dolores y su belleza. “Vimos muchas quemas, vimos la falta de la última creciente que se hace notar en las islas. Vimos la naturaleza en su esplendor, pero sobre todo vimos un pueblo en marcha”. Y subraya: “Somos un pueblo que se pone en marcha para defender al río en un contexto de apatía y de falta de esperanza”. El nombre que bautizó a la nave insigne, La Yaguarona, responde a una antigua leyenda que describe a un animal fabuloso que habita el Paraná, con cuerpo de serpiente y cabeza de perro. La embarcación fue realizada en el marco del proyecto Canoa, de la fundación Eco Urbano y pintada colectivamente para la remada. “Remar es el símbolo del esfuerzo”. Sentado en la proa de la canoa, Martín “Tincho” Martínez lo explica con una sonrisa orgullosa, con las manos, con el peso del recuerdo. Se rema a contracorriente, aguas abajo, pero contra quienes quieren robarse el río y la vida de los remeros. Desde Clorinda a Rosario, la correntada fluye hacia el sur. La corriente en contra es un Gobierno dispuesto a vender los bienes comunes y es la desinformación que promueven los medios hegemónicos de comunicación. Pero la lucha no terminará cuando las canoas descansen en las costas. Romero anticipa: “La idea es seguir trabajando en un proyecto de sustentabilidad para nuestro río Paraná, que no se lo vea solamente como una vía de comunicación y de transporte, donde poner una tiquetera mientras los pueblos de las riberas vemos cómo se llevan toda la riqueza. Hoy la situación no es favorable, por eso remamos a contracorriente”. Foto: Agencia Tierra Viva. El río Paraná, territorio ancestral charrúa y moqoit ¿Qué dice el rumor pesado del silencio en el río, interrumpido por el golpeteo de los remos en el agua? Sus costas de barro guardan los secretos de pescadores y pescadoras, de hombres que fabrican canoas y les ponen el nombre de sus hijos. La hora del día varía los colores del agua: el sol tempranero le regala un violeta pálido, durante la mañana aparecerán pequeñas lucecitas brillantes; a la tarde los tonos marrones se volverán opacos, violentos. Cuando el sol baje tras la costa santafesina, la oscuridad lo impregnará todo y el Paraná ancho de llanura se volverá un misterio ciego de saltos de peces y de camalotes a la deriva. Cuando la Remada llega a Villa Urquiza —a 45 kilómetros de Paraná— una multitud espera. Allí están Ukaivberá Gladys do Nascimento, yuyera y rezadora de tabaco, integrante del Pueblo Charrúa y Gabriela Ascher, del Pueblo Sanavirón. Ofrecen una ceremonia ecuménica, que invita a compartir las espiritualidades charrúa y cristiana. Ambas llevan en sus rostros líneas azules inspiradas en Remajunem, el espíritu ancestral del agua que identifica a su pueblo. Un pequeño fuego junto al río, sahumos y una imagen de la Virgen de Luján invitan a agradecer a la naturaleza. A compenetrarse con ese paisaje que habitan ancestralmente charrúas, moqoit, chanás y qom. “La cultura occidental ve a los ríos y al agua como un recurso posible de ser explotado, de ser transformado en una mercancía para venderla. Como Pueblo Charrúa no hablamos del río Paraná como algo aislado, estanco, separado; sino como parte de un todo que se entrelaza profundamente con los demás seres, con las demás vidas en una determinada territorialidad, donde somos-con, en este caso con el río Paraná. El Paraná existe como tal porque está inserto en una red de vida”, explica Ukai. Foto: Agencia Tierra Viva. Para el Pueblo Charrúa, las aguas que hoy se nombran Paraná se funden con el agua del mar y de la lluvia y nutren la madre tierra. “El agua es la medicina de la tierra, es nuestra ueanaxi, en forma de materia, de energía, de espíritus. Son las venas por las que irrigan las diversas formas de vida. Es patrimonio bio-cosmovisional y bio-cultural. Sin ella no sería posible la vida en esta dimensión de la madre tierra”, agrega. Y enseña: “Los pueblos de montaña son los pueblos del sol, nosotros somos pueblos de luna y de agua, selváticos, pampeanos. Somos agua, somos luna, somos mar, ríos, humedales, charcos. Somos cuencos de barro moldeados por la tierra y por el agua, los trazos que adornan esos cuencos y las manos que las moldean”. Romina Arapeiz, integrante de la comunidad charrúa Onkaiujmar, agrega: “El río no solamente nos da alimento, sino las piedras y el barro que nos permiten crear y hacer expresiones artísticas sin una mirada utilitaria. De acuerdo al río y a la luna que modifica el agua, se componía nuestra cotidianidad concreta, por ejemplo en las siembras, y eso se sostiene hasta el día de hoy. Sin el agua no estaríamos, pero entendemos que también ella necesita de nosotros y ahí está nuestro compromiso”. El Paraná es territorio ancestral sagrado y también de disputas desde hace 500 años. La comunidad So Icoleq (águila viajera) del Pueblo Moqoit vive en la isla El Letrero, en la costa santafesina. En 2023 obtuvieron la posesión tradicional de esa isla y dos más: El Remanso y Las Torres. Las tres suman unas 250 hectáreas. En la comunidad son 15 familias, pero en El Letrero solo quedan cinco: las otras migraron a Paraná, porque la única forma de llevar a los chicos a la escuela o de ir a un médico era cruzar en canoa todos los días. Llegar a la ciudad de Santa Fe, a cuya jurisdicción pertenece la isla, es prácticamente imposible por la falta de transporte. Las familias que quedan viven de la pesca y de la cría de vacas, gallinas y caballos. Además de las dificultades para acceder a una escuela, a otros trabajos o un centro de salud, viven el asedio de empresarios ganaderos que buscan usurpar sus tierras, de pasturas ricas e impuestos bajos. En El Letrero esperan a las y los remeros con la mesa puesta: asado, amarillos (pescado), empanadas. La comida se comparte como la charla y el sentimiento común de quienes, por distintas vertientes, se entrelazan en una causa común. El río para el Pueblo Moqoit es un medio de vida, pero tiene un sentido espiritual: es donde viven sus ancestros y es fuente de purificación. En la sobremesa, el cacique Hermeregildo Romero expresa: “Nos quemaron las islas, nos quemaron las casas, nos quemaron todo. Pero nosotros seguimos estando. Vamos a seguir luchando por el río Paraná, que nos da la vida. Si no, nunca más vamos a comer un dorado como este”. La cacica se llama Stella Maris Verón. Nació en la isla y para ella el río no tiene precio. “Yo pesco y nuestros hijos van aprendiendo. Sin el río ¿qué hacemos? Sin el río no vive nadie”, sentencia. Su hijo, Julio Romero, tiene 30 años y es el secretario de la comunidad: “Lo único que buscamos es un reconocimiento, que la gente sepa que estamos acá, en nuestro territorio, y que respeten eso”. Tras compartir el almuerzo, se ofrece una ceremonia ancestral: el saludo a los cuatro puntos cardinales y a los cuatro elementos de la naturaleza: agua, fuego, aire, tierra. Después, el representante del Centro Mocoví, Ariel Araujo, lee un documento político de posicionamiento del pueblo indígena contra el llamado a licitación de la hidrovía. Foto: Agencia Tierra Viva. La familia Maldonado y la presión inmobiliaria La familia Maldonado vive hace 80 años en la entrada del arroyo Las Conchillas, jurisdicción de Paraná. Hace un año comenzaron a recibir amenazas por parte de empresarios inmobiliarios (Matías Folonier y José María Armándola). “Nos roban y nos prenden fuego cosas”, denuncian los Maldonado. También les privan de vender pescado, porque pusieron portones y tranqueras envueltas con alambres de púa para que no puedan pasar la mercadería. Debido al encierro, los niños no pueden ir a la escuela. También colocaron cámaras y, si salen, les preguntan para qué salieron y adónde van. La Remada hace un alto en el arroyo para apoyar a la familia. “Estamos perdiendo clientes porque se han roto las manos cuando pasamos el pescado. Nos estamos hundiendo”, denuncia Héctor Maldonado. En su mirada hay rabia y también angustia. Viviana Giménez, la tía de Héctor, nació en el río. Señala con un dedo el punto donde llegó al mundo. Cuenta que un día le pidió a su papá que la lleve a la isla de enfrente, en la margen santafesina. Esa isla la tiraba, dice, sentía la necesidad de conocerla. “Cuando llegamos, me dijeron ‘¿te gusta tu isla? Acá te trajeron para limpiarte cuando naciste, en el medio del río, en una canoa”. Viviana Giménez junto al río Paraná. Foto: Agencia Tierra Viva. Bajo un sauce y con la vista en el Paraná, la mujer -que migró hace algunos años a La Plata- asegura: “Esta es mi tierra y esta es mi gente”. Y cuenta que siempre vuelve, dos o tres veces por año. Sobre los intentos de desalojo, afirma: “Acá están las raíces de la familia y por eso acá tienen que estar”. Para buscar una solución, los Maldonado propusieron mudarse a otro terreno cerca del río, en Villa Urquiza. Pero ni la Provincia ni el Municipio se hacen cargo de facilitarles la compra. “A mi viejo si lo llevan a la ciudad no aguanta un año. Si él no toma mate mirando el río, es como que no está”, dice Maldonado. Cuenta que, cuando tiene que ir a la ciudad para hacer changas, extraña ese paisaje de cielo y agua que lo vio crecer. “Aunque sea de noche, tengo que venir a ver los espineles. El río me trae recuerdos de mi abuelo, él me enseñó a mojarrear, a armar trampas”, comparte. Eusebia Barzola es remera y pescadora, parte de la familia Maldonado. Cortando paja y pescando, ella y su esposo criaron a sus hijos. “Si nos sacan de acá no tendríamos dónde vivir y nos moriríamos, porque lo único que tenemos es esto”. Su hijo de 43 años tuvo un accidente cerebro-vascular después de que le voltearon el galpón y de que le usurparon la casa que tenían para alquilar cuando no hay buen pique. Pero tampoco la policía les dio respuestas. Una red solidaria en la Cuenca del Plata Horacio Enríquez, de la Fundación Eco Urbano, cuenta que para sostener un viaje de 1.200 kilómetros hubo que organizar la logística en las 22 localidades que visita la Remada. En ese trabajo participaron organizaciones de pescadores, pueblos originarios, familias costeras, sindicatos, iglesias, artistas y asambleas socioambientales. Hoy quedan 180 organizaciones mapeadas que colaboraron con la Remada. “Todo esto sirve para pensarnos como cuenca. Es importante sentirnos cuenca y no solamente pensarnos como ese pedacito de río que tenemos, por ejemplo, frente a la costanera”, sostiene. La intención es impulsar la solidaridad entre organizaciones, algo que ya empezó a gestarse durante la travesía. Los pescadores de Villa Ocampo (norte de Santa Fe), por ejemplo, hicieron una colecta de alimentos para los remeros. “Era tanta cantidad de mercadería que necesitábamos llenar dos embarcaciones y no había lugar para que nosotros nos sentáramos. Son familias muy humildes, a las que no les sobra nada. Les dijimos que solamente íbamos a llevar una pequeña parte para cubrir nuestras necesidades durante los días de viaje. Esos gestos de solidaridad, de entrega, nos emocionan mucho”, dice Romero. Foto: Agencia Tierra Viva. “¿Cómo hacemos para esperanzarnos y esperanzar a otros, a otras y a otres?”, se pregunta Arriola. Y responde: “Con esto que estamos haciendo mostramos que podemos construir un nosotros. Esto promete esperanza, está preñado de futuro. Y tiene esta fuerza porque nació del corazón de los más humildes”. Para amar y defender el río hay que conocerlo, saber por dónde van las correntadas, identificar desde la superficie del agua un remanso o un banco de arena, reconocer el aroma mentolado de las riberas, los alisos, los sauces añejos que barren la costa. Desde la canoa, a la derecha se divisan las orillas santafesinas y a la izquierda se alzan las barrancas entrerrianas. Canoas, kayaks y hasta un velero van camino al sur. “Más cerca de la costa”, pide con calma Romero. En el aire fresco y fluvial sobrevuela la emoción de llegar a una parada emblemática. En la ciudad donde empezó esta historia, el Paraná agradece a sus remeros, a los que crió y cobijó desde la infancia, y que llegan cantando que el río no se vende, que el río se defiende. Ya en la noche, con los pies en la arena paranaense, Luis Romero atraca su embarcación tras la segunda remada, 28 años después. Mientras lo llaman para hablar en el micrófono, comparte: “Me recibió mi familia, mi hija estaba muy emocionada y orgullosa. Hoy hizo un día hermoso, hace 28 años llovía cuando llegamos. En ese momento eran 300 personas, hoy somos más de 1.000”. (*) Este informe escrito por Mariángeles Guerrero fue publicado originalmente en el portal Agencia Tierra Viva (https://agenciatierraviva.com.ar/somos-un-pueblo-en-marcha-para-defender-al-rio-parana/?utm_source=brevo&utm_campaign=ANTV_News_228&utm_medium=email)

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