17/03/2025 22:01
17/03/2025 22:01
17/03/2025 22:01
17/03/2025 22:01
17/03/2025 22:01
17/03/2025 22:01
17/03/2025 22:01
17/03/2025 22:01
17/03/2025 22:01
17/03/2025 22:01
» Diario Cordoba
Fecha: 17/03/2025 16:30
El diestro José Antonio Morante de la Puebla en faena. / José Manuel Vidal / EFE Me ha impresionado el vídeo de la entrevista a Morante de la Puebla en ABC. Esta no es la historia de un torero en busca del triunfo, ni la épica poética que describe “Tardes de soledad”, aunque bien podría llevar ese título. Es la historia de una persona que trata de sobrevivir(se) todos los días. La de un hombre enfermo que sufre un trastorno mental que, según sus propias palabras, le hace la vida muy cuesta arriba y le lleva, en ocasiones, a pensar en la muerte, un capricho que no se puede permitir, según dice. Resulta que José Antonio Morante Camacho, la persona -mirada perdida y vulnerable, corazón en la mano, ojos divagantes, dedos nerviosos jugando con la taza de té o el bajo de su pantalón rojo carmesí, como de cadete del Ejército de Tierra-, está disociado de sus emociones, lo que le sume en profundas y recurrentes depresiones, pues siente que se está perdiendo la vida mientras piensa en cómo evitar la muerte. Me atrevo a decir que, a sus 45 años, Morante sólo encuentra un piquito de emoción en su propio arte, en aquello que mejor hace, que es torear. No entramos aquí en el cansino debate entre taurinos y antitaurinos. Esto va de otra cosa. Si no les gusta pensar en un torero, piensen en un músico o en un pintor. Él se refiere en el vídeo a Pessoa y su personalidad múltiple llena de heterónimos, y a cómo hizo de su debilidad una fortaleza y un recurso literario. Lo cierto es que el de la salud mental ha sido hasta ahora un tema tan serio como tabú. Quizá convertimos en prohibido en el debate público todo aquello que no sabemos muy bien cómo abordar como sociedad. Para una pierna rota o una apendicitis hay solución, pero nos volvemos huidizos como grupo humano cuando se trata de hablar de una depresión o de un suicidio. Pese a todo, esa omertà se ha resquebrajado, afortunadamente, en los últimos años, pues con testimonios como el suyo nos hemos dado cuenta de que se trata de un problema mucho más extendido de lo que creíamos, eso que los cursis llaman “la epidemia de las sociedades acomodadas”. El de Morante no deja de tener su importancia, pues viene de un medio que ha representado durante siglos todo aquello que asociamos con el valor y la virilidad. Uno se cree al hombre frente a la cámara, desnudo pese a su atavío de dandi, pues su voz surge trémula en la entrevista, atenazada por la angustia. La misma voz ahogada en la tristeza del recientemente fallecido Gene Hackman, al hablar en otra entrevista en los 90 del trauma que le supuso el abandono de su padre, cuando describe con tanta viveza como nostalgia, media sonrisa que es mohín, el día en que Mr.Hackman se fue de casa con un ligero gesto de despedida con la mano. Busca Morante las palabras con la mirada, en ocasiones sosteniendo el tiempo durante unos segundos que se hacen tan eternos como los que se viven en el tendido cuando, en un lance, la pasa el pitón pegado al muslo. Empatizo plenamente con el maestro, pues no soy ajeno a lo que cuenta: esa lejanía de uno mismo, esa pelea con el alma que seguramente es hija de los miedos irracionales a sentir, a vivir plenamente, pues sintiendo –viviendo- se disfruta, pero también se sufre, o viceversa. Y en esa concepción trágica de la vida, la mente, caprichosa pero lista, cierra frente a ese temor infundado pero real las compuertas a toda emoción que pueda entrar en ella, un mecanismo de supervivencia frente al dolor que creemos nos van a traer. Llegados a ese punto en que las emociones se vuelven puñales, sólo se disfruta con aquello para lo que tenemos talento. Supongo que uno pinta, torea o escribe para sacar ese desasosiego de dentro y para, en ese ejercicio artístico, sentirse querido, reconocido, admirado. Quizá Morante torea porque, al no ser capaz de quererse a sí mismo, busca ese amor del público con lo que él llama “su arte”. Es probable que el ruedo sea el único lugar donde esas emociones contenidas afloran en un torero al que yo he visto verter una lágrima ante una verónica que él mismo acababa de ejecutar. Quisimos pensar que aquello era un alarde algo narcisista. Pero hoy sabemos que esa lágrima era una de muchas que derrama lejos de su público, en esa batalla diaria que, nada más levantarse por la mañana, tiene Morante consigo mismo.
Ver noticia original