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» Diario Cordoba
Fecha: 14/03/2025 04:15
Julian Álvarez durante el partido contra el Real Madrid en el Metropolitano durante el partido de vuelta de octavos de la Champions. / AP No hay mayor patraña en el fútbol que el VAR. Una trola mayúscula si se rebobinan sus orígenes. Un invento “solo para errores flagrantes”, se dijo por activa y por pasiva por parte de la nomenclatura arbitral. Tras el sonado derbi del Metropolitano, cabría preguntar si entre toda la marabunta de colegiados que abarrotan el fútbol hay alguien que considere “flagrante” que el polaco Szymon Marciniak no advirtiera el supuesto de que Julián Álvarez rascara mínimamente la pelota con los dos pies al lanzar el penalti. Una nonada que no quedó claramente testada en ninguna repetición televisiva. El VAR se ha convertido en un antojo del infiltrado de turno en esa sala videográfica con mucha mordaza y poca transparencia. Tan poca que no se sabe si se auscultó el golpeo de La Araña por iniciativa del guardaespaldas arbitral o por las quejas de Courtois y Mbappé. Un día el comisario de guardia revisa hasta el pelo de una mosca. Otros colegas son más condescendientes. A veces, el juez de campo echa un vistazo al monitor. Otros se hacen los lonchas. Un sindiós. El accidentado resbalón del futbolista argentino marcó el partido por tratarse de una decisión insólita. Al menos, no hay precedente con tal polvareda. Con todo, de haberse concedido el gol quién sabe si el Atlético hubiera aireado confetis. A los colchoneros hay que concederles una duda más que razonable. Una pupa más en su fatídico historial europeo con el vecino. Los madridistas invocarán la literalidad del reglamento una vez que el vigilante del VAR tiró los dados. En la demoscopia popular, unos y otros con argumentos defendibles. Quienes tienen poca defensa son aquellos que ahora juzgan el fútbol como les da la gana, ajenos a su naturaleza. Toda una trapisonda. Como diría Sabina, en estos tiempos futboleros hay que vacunarse doblemente contra el azar. Antes, con el ojo clínico o no del árbitro de campo. Ahora, con el de corto y sus “csi” del camarote VOR. Justo quienes hace unos días cantaron un penalti favorable al Atlético cuando Alderete (Getafe) solo pretendía preservar sus dientes y no estrellarse con su guardameta. Hasta la sentencia a Julián Álvarez, el duelo presentó a dos equipos “agradecidos”. El Real obsequió al Atlético con un gol a los 29 segundos. Correspondientes, los de Simeone les donaron la pelota. Un guiño que poco tenía de hermandad. Un engorro para los de Ancelotti. Lo suyo es el vuelo a campo abierto, no escanear a un adversario tan apiñado, con rivales como ventosas. Solo una vez pudo tuvo horizontes el Madrid, y Mbappé acabó en la lona de Oblak. Vinicius pateó el claro penalti al segundo anfiteatro. En dirección a Courtois, el cuadro local sí que tuvo paisaje para correr, la suerte que más le gusta. Hubo más foco sobre el portero belga que sobre el esloveno. Pero el Real resistió a lo Real, a la espera de su momento en su torneo fetiche. Un equipo raso con el balón y sin apenas picante de sus célebres delanteros. Lo mismo da, es el Madrid, estúpido, se diría más de uno. Y así fue, para tormento colchonero, cuya condena con el conjunto más cesarista de Europa se perpetúa. Y siempre al límite. Paradojas de la vida. Fue Simeone uno de los principales oponentes contra el valor doble de los goles en campo contrario. En junio de 2021 la UEFA eliminó la norma. Un precepto que de seguir en vigor hubiera clasificado al Atlético antes del tercer tiempo y del patinazo de La Araña para la posteridad.
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