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» Diario Cordoba
Fecha: 10/03/2025 09:18
¿Cómo son realmente los espías? ¿Se parecen a Tom Cruise en Misión Imposible, esa serie de películas de física imposible y frenesí cinemático? ¿Viven ocultos de tapadera en tapadera para desorientar al enemigo, como ‘El espía que surgió del frío’ de John Le Carré? ¿Se trata en realidad de meros informáticos, piezas de un enorme engranaje como el que describe Edward Snowden, que desveló la gran trama de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense, en sus memorias? Hilando más fino, ¿cómo son los agentes de inteligencia españoles, una potencia media con recursos limitados? La novela ‘El Balcón del Führer’ (Editorial Funambulista), de Enrique Criado, presenta una foto creíble de los espías españoles y europeos, sus tareas y sus métodos. Está protagonizada por una mujer espía del CNI, Silvia, de sesenta años que lidia al mismo tiempo con sus problemas personales (su separación, la vuelta a casa de su hija y su nieto, revelaciones sobre el pasado filonazi de su padre) y con una trama internacional cuyos detalles no se revelan en este artículo para no aguar el apasionante desenlace del libro. Criado (Madrid, 1981) atiende a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA desde Frankfurt (Alemania), la ciudad donde ejerce como cónsul general. Tras leer su libro queda la sensación de que los agentes de los servicios secretos españoles son gente normal, sin los superpoderes que asociamos a los de la CIA, aunque hacen cosas grandes… No sé si quería quitarle épica, me siguen pareciendo héroes. Pero sí quería humanizarlos. Una de las cosas que siempre me ha escamado es que a los espías de novela se les suele presentar o bien como gente de cuyas vidas privadas no se sabía nada y hacía un trabajo excepcional, o bien con una vida privada desarticulada, dominada por el alcohol, que sin embargo no tenía impacto alguno en su trabajo y que siempre iban bien planchados. En mi novela se retratan distintos tipos de espías, no es lo mismo un analista que un agente de campo, pero que todos tienen en común que tienen vidas privadas y que éstas lógicamente impactan en su trabajo. ¿Ha leído muchas novelas de espías antes de escribir la suya? Como género, las novelas de espías siempre me han gustado. Voy a ser muy poco original en mis referencias: el gran maestro me parece John Le Carré, del que he leído casi todo. O el estadounidense Daniel Silva. En España se ha tratado con más desdén el género, al menos hasta que alguien tan respetado como Javier Marías publicó sus libros Tomás Nevinson y Berta Isla. ¿Está su novela inspirada en hechos reales? La respuesta canónica es que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. En la práctica, por mi trabajo como diplomático en Exteriores y en Defensa, en Madrid y en el exterior, he tenido contacto personal y profesional con espías. Para mí era importante que todo fuera ficción, pero verosímil, que los espías hablaran como espías, los empresarios como empresarios y los políticos como políticos. Alguna de las cosas que he escrito han tenido lugar después. ¿Por ejemplo? Los atentados terroristas con determinado formato, tramas de espionaje económico… ¿Se refiere a la trama del libro relacionada con los trenes? La novela comienza con una misión de inteligencia económica encomendada a la protagonista para desencallar un contrato del suministro de trenes de un fabricante español en un país europeo que acaba teniendo ramificaciones en inteligencia de otro ámbito. El libro está escrito antes del asunto de Talgo, que recibió una OPA de un gobierno extranjero, y el gobierno de España vetó basándose en un informe del CNI que consideraba que era contraria al interés general, por motivos de seguridad nacional. Al escribir la novela lógicamente yo no era consciente de este tema, que es posterior, pero da una idea de hasta qué punto las tramas son verosímiles. Hay más de esos que no vamos a desvelar para no estropear el final… También habla de la diplomacia económica. ¿Qué es? No se circunscribe solo a los diplomáticos, es esfuerzo colectivo de la administración y de empresas privadas defender nuestros intereses económicos y comerciales. Por centrarnos en la parte pública: son, por supuesto, los diplomáticos, pero también los técnicos comerciales y economistas del estado. El CNI tiene una división importante de inteligencia económica. ¿Cómo de importante es la diplomacia económica? Hay sitios donde el énfasis del trabajo diplomático es precisamente el económico. De mis puestos en el exterior, el de más relevancia económica fue el de consejero de la embajada en Australia. Aunque en teoría mi labor era de consejero político, se daba la circunstancia de que los ámbitos más importantes para las empresas españolas eran la industria defensa, las infraestructuras y las energías renovables. En todas ellas el cliente final es una administración, por lo que la decisión puede tener un componente político tan importante como el económico. Usted es diplomático y escritor, ¿qué referentes históricos conoce de esa combinación? Hay una tradición de siglos de diplomáticos que escriben. Desde Juan Valera a Ángel Ganivet, ya en la generación del 98. Por centrarnos en la época más reciente, hay algunos diplomáticos de mi generación, como Juan Claudio de Ramón, que escriben magníficamente, aunque siguen siendo mayoría los que lo hacen ya jubilados o cercanos a la jubilación. Supongo que porque entonces encuentran el tiempo necesario, pero también la libertad para poder expresarse sin cortapisas. Es una de las dificultades de combinar ambas: ser siempre leal y no decir nada que no debas, y asegurarte de que nada de lo que dices puede ser malinterpretado. Ha publicado tres ensayos. El primero, de 2016, sobre Congo, llamado ‘Cosas que no caben en una maleta’. El segundo, de 2019, sobre Bulgaria, ‘El paraguas balcánico’. El tercero, de 2021, como coautor, ‘Muchas vidas y un destino’. ¿Cómo los escribió? Aunque son no ficción, no los llamo ensayos ni biografías, sino narrativa de viajes. Combinan, por un lado, la experiencia personal, la biografía; por otro, vincular esa experiencia personal con la documentación sobre su historia, su música, su gastronomía, etc. No te puedes pasar de lo primero, porque nadie tiene tanto interés en mi vida; ni de lo segundo, porque se convierte en un texto académico. La clave es encontrar el equilibrio justo entre estos dos elementos y hacerlo con algo de gracia, partir de la experiencia personal para introducir los temas de los que quieres hablar: la economía, la guerra, etc. ¿Qué límites se puso como diplomático en esos libros? No usar ningún conocimiento que haya adquirido gracias a fuentes restringidas.. A partir de ahí, hay que aplicar el sentido común. Tengo dos profesiones. Me gusta tomarme la literatura con la misma seriedad que la diplomacia, pero no puedo permitirme que la primera entre en conflicto con la segunda. Ese es el último filtro que debo aplicarme como escritor. De los ensayos a la novela, ¿por qué? De algún modo, me parecía el siguiente paso natural. Es cierto que encontré más sencillo escribir primero no ficción. Para escribir una novela he tenido que estudiar mucho y adquirir una serie de habilidades nuevas en lo que se refiere a la construcción de personajes, dar con el tono adecuado de los diálogos o crear escenas que funcionen. Mi sensación es que no habría podido escribir esta novela sin mi experiencia anterior con la narrativa de viajes. Aunque todo es ficción, me he apoyado en asideros firmes de la realidad. Los personajes son inventados, pero las localizaciones son sitios donde he vivido. Las historias son inventadas, pero los tonos de las conversaciones los conocía. Para que todo sea verosímil he tenido que describir ubicaciones con el mismo rigor que cuando he hecho no ficción. Finalmente, la ficción es un engaño que el lector permite al escritor. Pero hay un acuerdo: yo voy a hacer que me creo esta historia, pero para ello cuéntame cosas que suenen naturales y verosímiles.
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