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» Diario Cordoba
Fecha: 09/03/2025 15:17
Se cumplen cinco años de la epidemia de covid 19 y otra pandemia, aunque sin virus, se expande como una nube invisible y tóxica en este mundo que, como entonces, creíamos tan seguro. La pandemia del covid afectó a la salud mental de la población mundial: aumentaron los estados de depresión y ansiedad y, entre los jóvenes, los comportamiento suicidas y las autolesiones. El miedo al contagio y a la muerte, la soledad, el duelo y la precariedad económica se atribuyeron como causas principales. Desde la llegada de Trump al poder en Estados Unidos, el miedo ha vuelto. Las medidas que no deja de anunciar nos sumen en un estado de perplejidad, temor e incertidumbre. Parece que cada día nos despertara una nueva réplica de un terremoto que hace tambalear nuestra vida. Abarca desde los principios que la vertebran y hemos asumido con la Ilustración (el progreso frente al inmovilismo, la ciencia frente a la superstición o la verdad frente a lo falso), hasta aspectos de la vida cotidiana, como tener un criterio propio o vivir una sexualidad libre. Si vemos una divertida e irreverente serie de televisión del tipo de Shameless, nos decimos: ahora no se podría hacer; igual que hace un año habríamos pensado que era imposible ese video sobre los planes urbanísticos de Gaza emitido por Trump, o la pelea de matones que se escenificó en la Casa Blanca con Zelenski en el papel de humillado forastero que recibe los golpes. ¿A qué tenemos miedo? A que todas las relaciones se mercantilicen (aún más), a que los ricos sean más ricos y los pobres aún más pobres, a la pérdida del respeto por los derechos humanos (y hasta por las fronteras) y, sobre todo, a retroceder en la historia porque lo que considerábamos progreso se ha convertido en peligroso. Quizá lo peor son las mentiras: el país invadido pasa a ser el invasor; el desfavorecido, un claro delincuente; la minoría excluida, los nuevos agresores. No hacen falta pruebas, basta la palabra del poderoso. Son mentiras unidas a amenazas que, lanzadas un día y otro con tanta rapidez como los proyectiles de una ametralladora, nos inmovilizan sin darnos tiempo a reaccionar, como si estuviéramos cercados en un asedio. Durante la pandemia del covid-19 se demostró que las mentiras sobre su origen y propagación tenían un efecto negativo en la salud mental de la población que las recibía. Los mensajes de odio, tan frecuentes, incidían negativamente en aquellos a los que iban dirigidos, sobre todo si eran niños o adolescentes. En los años 60 del siglo XX, el psicólogo conductista Martin Seligman describió un fenómeno al que llamó indefensión aprendida. Tras una serie de experimentos con perros que no sé si ahora estarían autorizados (y que les voy a ahorrar) postuló que ante la repetición de situaciones negativas en las que el animal percibe que no tiene escapatoria ni posibilidad de modificar el estímulo, entra en un estado de desmotivación y pasividad muy similar al de los cuadros depresivos en humanos. Con el tiempo, Seligman abandonó estos experimentos y se dedicó a la Psicología Positiva, una búsqueda de la felicidad mucho más alegre centrada en el individuo y que deja de lado el contexto de donde parten los estímulos molestos. Pero el concepto de indefensión aprendida perdura. ¿Nos puede pasar a nosotros algo parecido? ¿Las mentiras actuarán como estímulos paralizantes que nos envuelven y no nos dejan huir? Durante la pandemia del covid llegué a detestar, de tanto oírla, la canción Resistiré. Ahora me viene a la mente y sigo su ritmo con la cabeza. Con suerte, quizá me dé ideas para luchar contra la indefensión. *Psiquiatra
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