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  • La noche en que los Oscars tuvieron que rendirse por primera vez a los pies de una directora mujer

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 07/03/2025 02:31

    Bigelow les ganó a cineastas como Quentin Tarantino y James Cameron, que había sido su pareja. Reuters El 7 de marzo de 2010, en el ya tradicional Kodak Theatre de Los Ángeles, se llevó a cabo la ceremonia que, desde hace décadas, concentra la atención de los cinéfilos, el show business y el mundo de la moda: la entrega de los Oscars. Era la 82ª edición del premio de mayor popularidad global en la industria del cine y habían pasado 29.515 días desde el 16 de mayo de 1929. Esa noche, en el lujoso Hotel Roosevelt de la ciudad que alberga a Hollywood, había sido la primera de todas las entregas de los premios Oscar. En el tiempo transcurrido entre la primera ceremonia y la de 2010, el galardón ya se había consolidado como una consagración para actores, actrices, cineastas, productores, músicos y técnicos del cine. Hollywood era la Meca de la industria. Para ese 7 de marzo, Marlon Brando ya había ganado sus dos estatuillas y había rechazado una de ellas. Meryl Streep había logrado también dos y le faltaban apenas dos años para ganar la tercera. Los Beatles habían ganado uno por Let it be, y Martin Scorsese, el director vivo que más nominaciones tuvo en ese rol, ya había conseguido el único que cosechó: fue en 2007 por Los infiltrados. Parecía que había pasado de todo en esa ceremonia que llevaba más de ocho décadas en el imaginario colectivo y en la que la muletilla más repetida es ya un ícono: “And the winner is…” (“El ganador es…”). Y sin embargo, quedaban límites (¿techos de cristal?) por romper: nunca en ochenta y dos ediciones una mujer había ganado el premio a la Mejor Dirección. Kathryn Bigelow, la directora que en 2009 había estrenado con enorme éxito The Hurt Locker (que se tradujo como Vivir al límite o Zona de Miedo), fue la primera en mujer en conseguir ese reconocimiento, reservado a varones por más de ocho décadas de forma absoluta. Al día de hoy, y aunque esa primera barrera se rompió, todavía es una categoría casi exclusivamente masculina: sólo nueve mujeres estuvieron nominadas desde que el premio se creó, y tras la victoria de Bigelow en 2010, le siguieron apenas dos directoras más. Chlóe Zhaeo lo obtuvo en 2021 por la película Nomadland y Jane Campion al año siguiente, por The power of the dog. El fin del absolutismo masculino Fue nada menos que Barbra Streisand, una de las mujeres que delinearon la historia de Hollywood durante el siglo XX, la encargada de anunciar que Bigelow era ganadora y que, entonces, el reinado total de los directores varones acababa de romperse. A Streisand no le daba igual el nombre que encontraría en ese sobre lacrado. Se lo hizo saber a todo el Kodak Theatre cuando, al anunciar a los nominados, dijo entre el entusiasmo y la ironía que esa noche podía ser la primera en la que “finalmente gane una mujer” o, también, la primera en la que un director afroamericano -Lee Daniels, que filmó Precious- rompiera con esa barrera. "The Hurt Locker", situada en Irak, cuenta de cerca el día a día del grupo especializado en desactivar bombas en Irak. Ganó también como Mejor Película. Los otros tres nominados eran Quentin Tarantino, por Bastardos sin gloria, James Cameron, por Ávatar -que acababa de convertirse en la película más taquillera de la historia, con una recaudación de 500 millones de dólares-, y Jason Reitman, por Up in the air. Streisand editorializó apenas abrió el sobre: “El momento ha llegado”, dijo, justo antes del “and the winner is” de siempre. Bigelow respiró hondo: o era ella o era Lee Daniels. Streisand dijo su nombre y la directora californiana abrió los ojos grandes, recibió el abrazo de su guionista y el del protagonista de la película, y subió al escenario. James Cameron, a quien la prensa había instalado como su gran competidor esa noche porque era su ex marido y porque las películas dirigidas por cada uno llegaban a la ceremonia con la misma cantidad de nominaciones, se había parado a aplaudirla apenas escuchó el anuncio. Coronada de gloria “Es el momento cúlmine de toda una vida”, fue lo primero que dijo Bigelow apenas pudo recuperar el aliento, ya sobre el escenario. “No hay otra manera de describir este instante, que quiero compartir con los grandes cineastas que estuvieron nominados, algunos de los cuales admiro desde hace décadas”, dijo también. Como casi todos los ganadores, agradeció a la Academia, la entidad que organiza y otorga los Oscars, y también a Mark Boal, el corresponsal de guerra cuya experiencia en Irak fue la base para el guión que él mismo llevó a cabo y Bigelow rodó. “El secreto de dirigir es el trabajo en equipo, y tengo un grupo extraordinario de colaboradores, a los que agradezco”, dijo también, y agradeció al pueblo de Jordania por su hospitalidad: allí, cerca de la frontera con Irak, había rodado su película. Lo más contundente lo dejó para el final: “Dedico este premio a las mujeres y los hombres del Ejército estadounidense que arriesgan su vida a diario en Irak, en Afganistán y en todo el mundo. Traiganlos a casa a salvo”. Sonrió, entre la incredulidad y la felicidad total, y se dejó acompañar al backstage por Streisand, tan feliz como ella. Barbra Streisand fue la encargada de anunciar que Bigelow era la primera mujer en ganar como directora La guerra por dentro: el film que le valió el Oscar The Hurt Locker, la película que llevó a Bigelow a ganar su Oscar, mira de cerca a tres integrantes de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos que se ocupan especialmente de desactivar bombas sembradas por sus enemigos bélicos. El film, que cuenta cuarenta días en la Guerra de Irak, parece contar el devenir de la contienda a través de ese equipo de elite, pero lo que en realidad hace es narrar de qué están hechos esos tres hombres en medio de ese infierno. Está el que está absolutamente convencido de que va a morirse en esa guerra, y esa fantasía terrorífica lo persigue todos los días y todas las noches, y sólo puede serenarse cuando habla de esos pensamientos intrusivos con su comandante. Pero un día, de un balazo en la cabeza, asesinan a ese comandante y ya no hay manera de serenarse. También está el que intenta cuidar a sus compañeros, los insta a no arriesgarse de más, dice que está enamorado de su novia pero que todavía no quiere tener hijos, hasta que un día dice que cualquiera de ellos puede morirse todos los días. Que es como si se jugaran a los dados la posibilidad de estar vivos o muertos. Que si lo matan, no le va a importar a nadie más que a sus padres y a su novia. Que sí, que quiere tener un hijo. Y está, claro, el protagonista. El máximo especialista en desactivar bombas. El que se pone un traje grueso, gigante, aislante, y camina lento hasta pararse exactamente al lado de los explosivos. Cuenta cuántas bombas son, les indica a sus compañeros a qué radio alejarse y alejar a los que pasen cerca y se queda exactamente al lado de esa amenaza latente para neutralizarla. James, el protagonista de "The Hurt Locker". Ninguna otra cosa en el mundo le genera tanta adrenalina como estar a punto de morirse, una y otra vez. Colecciona las bombas que desactiva -que cuando la película empieza son casi 900- y sabe que se puede morir a cada rato. Y en vez de aterrorizarse, como uno de sus compañeros, o decidir que quiere terminar su misión lo antes posible para volver a casa y tener un hijo, este protagonista vuelve una y otra vez a ese purgatorio en el que algunos cables, un reloj en cuenta regresiva y sus movimientos ágiles y a la vez cuidadosos son los que definen entre la vida y la muerte. “La idea es que sea el primer filme sobre la guerra de Irak que trata de mostrar las situaciones que experimentan los soldados, cosas que viven y que no se ve en CNN y no refiriéndose a un tipo de censura. Me refiero a que las noticias no muestran imágenes de unidades de élite como estas”, dijo el guionista del film cuando quiso describir de qué se trataba el texto que Bigelow convertiría en película. Como corresponsal de guerra, Boal había acompañado la rutina de los detonadores en Irak y esa experiencia fue la base de The Hurt Locker. Bigelow dio con esa historia cuando ya confiaba en el trabajo del corresponsal: había filmado una miniserie basada en un artículo que el guionista había publicado en Playboy. Confió en ese relato y montó en Jordania su versión de la Guerra de Irak. No faltaron las hélices atronadoras de los helicópteros como síntesis de lo enloquecedora que puede ser la guerra, como si el espíritu de Apocalipsis Now hiciera su aparición en cada película bélica. No faltaron tampoco los vínculos entre los soldados y los habitantes del lugar. El más impactante es el de James con “Beckham”, un nene iraquí que ofrece DVDs piratas a 5 dólares y que siempre tiene una pelota de fútbol cerca por si alguien quiere jugar con él. El nene al que un adulto convierte en hombre-bomba: llena sus vísceras de explosivos y su cuerpo de cables para hacerlo parte de esa guerra. Avatar, la película de James Cameron, tenía la misma cantidad de nominaciones que The Hurt Locker. REUTERS/Toby Melville/File Photo La crítica fue contundente en Estados Unidos y en Canadá: la película de Bigelow había deslumbrado a los especialistas y también a los espectadores. Apenas después del estreno hubo que multiplicar las salas en las que se exhibía porque el público la demandaba. El Festival de Venecia fue otra muestra de la contundencia del film: fueron diez minutos de ovación de pie apenas terminó la obra de Bigelow. No fueron tan optimistas los veteranos de la guerra que la cineasta contó en su película. “Groseramente exagerada e incorrecta”, declaró uno de ellos. Otro, Christian Lowe, aseguró: “Algunas de las escenas están tan desconectadas de la realidad que son realmente una parodia”. Pero ninguna de esas observaciones de los verdaderos protagonistas cambió el rumbo de la decisión tomada por la Academia: Kathryn Bigelow sería la ganadora del Oscar a la Mejor Dirección en la 82ª edición del galardón. La primera mujer en meterse en esa larguísima, casi centenaria, lista de varones ganadores. Y una de las únicas tres que lo consiguieron hasta ahora. Por eso, por su película, su premio y esa barrera rota, se escucharon gritos de alegría y una ovación larga en el Kodak Theatre aquel 7 de marzo de 2010. Los más fuertes, tal vez, hayan sido los de Barbra Streisand. Algo empezaba a cambiar, aunque todavía, quince años después, falte tanto.

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