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  • El triste y enigmático final de Mariano Moreno: los mensajes macabros a su esposa y las sospechas nunca esclarecidas

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 04/03/2025 02:31

    El retrato del protagonista de esta historia: el abogado que tuvo un papel clave en el primer año de la revolución A fines de 1810, Mariano Moreno estaba acorralado. La incorporación de los diputados del interior fue un paso delante de los saavedristas, que no logró contrarrestar. Moreno quería, tal como estaba especificado en el acta firmada el 25 de mayo de 1810, que esos diputados se reuniesen en un Congreso y se diera una constitución, y no sumarlos al gobierno. Sus grandes aliados, Juan José Castelli y Manuel Belgrano, embarcados en sendas campañas militares, no estaban en Buenos Aires. Y en la sesión del 18 de diciembre quedó casi en soledad cuando se votó que esos diputados no se reunirían en ningún congreso. Ese mismo día presentó su renuncia y propuso ser enviado al exterior en misión diplomática. Saavedra, que en la intimidad de refería a él como “el malvado Robespierre”, se alegraba de la caída en desgracia de quien lo había calumniado de todas maneras posibles. A su esposa María Guadalupe Cuenca la conoció en sus tiempos de estudio en Chuquisaca Afuera del gobierno, preparó el viaje. Para que su esposa María Guadalupe y su hijo Marianito no estuviesen solos, arregló que su hermana María Micaela Wenceslada fuese a vivir con ella. La familia Moreno Es que los Moreno eran una familia grande. El padre era Manuel Moreno y Argumosa, quien tuvo unos inicios por demás accidentados en estas tierras. Nacido en Santander y de familia de labradores, en viaje a Lima su barco naufragó en el Cabo de Hornos y quedó varado en Tierra del Fuego. Con los restos de la nave hicieron una precaria embarcación, con la que se salvaron. Desechó ir a Lima y se quedó en Buenos Aires. En 1766 tenía 20 años, se las arreglaba con la escritura y la aritmética y se empleó en la Tesorería de las Cajas Reales en Buenos Aires, donde ingresó como empleado subalterno, con un módico sueldo de cincuenta pesos mensuales. Con una posición económica ni holgada ni ajustada, en Buenos Aires se casó con Ana María Valle, que era de las pocas mujeres en la ciudad que sabían leer y escribir, algo que supo transmitirles a sus hijos. Tuvo catorce, de los que sobrevivieron cuatro varones y cuatro mujeres. Al mayor lo llamaron Mariano y nació a las cuatro de la tarde del miércoles 23 de septiembre de 1778. Dos días después fue bautizado en la iglesia de San Nicolás. Su principal rival en el gobierno fue Cornelio Saavedra. Enseguida surgieron las diferencias entre ambos Vivían austeramente en el barrio de El Alto, a unas cuadras del Fuerte. En la casa no se toleraba el juego y nunca se lo practicó. Su hijo Manuel recordó que nunca hubo en su casa una fiesta o un baile. Por la noche organizaba reuniones siempre con los mismos amigos, y los hijos estaban autorizados a participar. En invierno estas reuniones terminaban a las diez y en verano, a las once. Al finalizar, se servía la cena y media hora después todo el mundo debía ir a dormir. La educación de Moreno Mariano fue a la Escuela del Rey, con maestros cuyos sueldos eran pagados por el erario real. Se enseñaba a leer, escribir y contar. El niño se concentró en las dos últimas actividades, ya que la lectura le había sido fomentada por su madre. Tenía 8 años cuando lo atacó la viruela, en tiempos en que no existía la vacuna y donde el tercio de los enfermos morían. En su rostro le quedarían vestigios de esa enfermedad. Casa del canónigo Terrazas en Chuquisaca, donde vivió el joven estudiante Mariano Moreno A los 12 años entró a estudiar gramática latina en el Colegio de San Carlos, fundado en 1783 por el virrey Juan José Vértiz. Parece que Mariano le agarró la vuelta al latín porque, según su hermano Manuel, lo hablaba con facilidad. También se destacó en filosofía y teología, a tal punto que fue el elegido para exponer sobre estas materias en un acto público, al que asistieron todos los profesores de la ciudad. Su padre, de trato riguroso, lo obligaba a regresar a la casa luego de la escuela, y no irse a distraer con otros chicos de su edad. Eso lo llevó a dedicarse a la lectura y lo hizo con tal pasión, que hasta hubo que impedirle que leyera en las horas dedicadas al descanso. Se las arregló para relacionarse con personas que poseían bibliotecas, los que le prestaban libros. Entre ellos estaba Fray Cayetano Rodríguez, del convento de San Francisco, quien le abrió las puertas de su casa. El padre trabajaba desde las 9 a las dos de la tarde. Por la mañana, Mariano estaba autorizado a visitar a aquellas personas que había conocido por su interés en los libros. Ningún hijo podía faltar al almuerzo, en el que el padre aprovechaba para educarlos en moralidad y costumbres. Después de comer, el progenitor nunca dejaba la casa, y solo lo hacía para atender algún asunto de último momento. No era afecto a los paseos. Moreno agonizando en el camarote del barco que lo llevaba a Gran Bretaña De cura a abogado Al padre le había alcanzado para comprar una casa y tener algunos esclavos, pero no ganaba lo suficiente como para costear una carrera universitaria. De 20 años, Mariano no tenía muchos caminos: o seguía la carrera eclesiástica o la del foro, que se sabía que recién a los años podía obtener ganancias suficientes. A los padres les entusiasmaba la idea de que fuera cura, además era conocida la inclinación del joven hacia todo lo piadoso. El chico, afecto a la religión pero no fanático, se tomó un año para pensarlo. Se decidió por un doctorado en teología en Chuquisaca. Pero se necesitaban mil pesos, suma que el padre no tenía y por ningún motivo se los pediría a sus amigos y quedar endeudado. Se dio la casualidad que estaba en Buenos Aires un prelado del arzobispado de La Plata, que tenía recursos. No faltó quien le presentara a Mariano y el cura terminó como su protector, que se encargaría de costear su viaje y estudios. El padre, recién ascendido a contador ordenador del tribunal de cuentas colaboró con la ropa y equipaje y con doscientos pesos para solventar los gastos de las postas. Tomás Guido era un joven cuando acompañó a Moreno en su viaje. Luego, siempre estaría cerca de José de San Martín. La urna con sus cenizas están en el mausoleo donde descansan los restos del Libertador (Archivo General de la Nación) El viaje fue por demás accidentado, donde enfermó. En Tucumán sufrió una fuerte de crisis de reumatismo y fiebre alta, que nadie supo cómo se recuperó. En Chuquisaca se alojó en la casa del canónigo Matías Terrazas. Allí leyó obras que no estaban al alcance de todos, como las de Montesquieu, D’Aguesau y Reynal, entre otros. Estudió en la Universidad Mayor, Real y Pontificia de San Francisco Xavier. Primero se graduó en doctor en teología y luego entró a la academia a estudiar Derecho, una carrera de dos años, en que se le otorgó el título de bachiller, que lo habilitaba para ejercer. Claro que antes fue preciso cumplimentar una práctica en el foro, asistir por otros dos años al estudio de un abogado y concurrir a los juicios del tribunal, requisitos para dar un examen final ante los jueces de la Audiencia para ser reconocido como abogado. Flechazo en Chuquisaca Cuando los padres se enteraron de que había estudiado abogacía, no les cayó para nada bien, ya que descontaban que sería sacerdote. Mientras tanto Mariano tuvo otros ataques de reumatismo, uno fue tal fuerte que nadie dio esperanzas de que fuera a recuperarse. Estuvo dos meses en cama, en el que hubo que darle de comer, ya que no podía mover sus brazos. Un sirviente solía leerle y algunos amigos lo visitaban. Cuando se recobró nunca más volvió a padecer esta enfermedad. En la casa de Terrazas, se codeaba con lo mejor de la sociedad, y acostumbraba a participar de las charlas y discusiones políticas. Moreno fue secretario de la Primera Junta y llevó adelante una intensa labor de gobierno Por qué no creer la historia de que en una oportunidad Mariano pasó por la puerta de un local que se dedicaba a hacer retratos y vio uno de una chica que le llamó la atención, a tal punto que preguntó de quién se trataba. Fue así que se casó con María Guadalupe Cuenca, una chica de 14 años, que su madre viuda mantenía en un monasterio, con la idea de que fuera monja. La unión fue a espaldas de sus padres, a sabiendas de que no aprobarían la relación. Se casaron el 20 de mayo de 1804 en la catedral de Chuquisaca, y el 25 de marzo del año siguiente nació su único hijo, Mariano. Abrió su propio estudio y se hizo de una clientela, pero un entredicho con un magistrado lo motivó a hacer las valijas y junto a su esposa y su pequeño hijo de ocho meses, regresó a Buenos Aires, donde llegó en septiembre de 1805. Ocupó una casa en las cercanías de la actual Mitre y Diagonal Norte. Se sumó a último momento a la Revolución de Mayo y se transformó en un secretario polifuncional que trabajaba sin respiro. Los miembros de la Junta nunca habían trabajado juntos. Muchos recelaban de los privilegios de su presidente Saavedra, empezando por su sueldo de 8 mil pesos contra los 3 mil del resto. Además, a Moreno le parecía demasiada ostentación que Saavedra -que había fijado su residencia en el fuerte, como lo hicieron los virreyes- usase la calesa que había pertenecido a Cisneros, y ni qué decir que su esposa se trasladase por la ciudad con escolta. Para él, la igualdad ante todo. El decreto del 6 de diciembre de 1810 de supresión de honores fue una muestra de ello. El brindis durante el banquete por el triunfo de Suipacha, en donde el oficial Atanasio Duarte, pasado de copas, comparó al presidente de la junta con un emperador, fue demasiado. El fin El 24 de enero de 1811 el capitán Robert Ramsay lo llevó en su buque Misletoe a Ensenada, donde el 25 por la tarde trasbordó a la fragata inglesa Fama, anclada en las proximidades. Hacía ocho días que su hermano Manuel, de 29 años y Tomás Guido, de 22, lo esperaban a bordo. Ellos serían sus secretarios en la misión diplomática. El 24 de diciembre la Junta había enviado un oficio al ministro de Relaciones Exteriores inglés, el marqués Richard Wellesley, anunciando la misión de Moreno y sus objetivos. Mariano Moreno hijo. Ayudado por su tío Manuel, ocupó diversos cargos. Diseñó el ejido urbano de Avellaneda Apenas partió de Ensenada, la fragata debió sortear una sudestada que duró días. Moreno, quien no se sentía bien, presagió: “No sé qué cosa funesta se anuncia en mi viaje”. A poco tiempo de la partida, su esposa recibió un pequeño cofre, que contenía un pañuelo negro, un velo y un abanico de luto, con una nota que indicaba que eran accesorios que se vería obligada a usar por su próxima condición de viuda. Fue una navegación muy trabajosa por los vientos en contra que siempre tuvieron. El capitán Ramsay quiso escoltar a la fragata unas 100 leguas, hasta que estuvo lo suficientemente lejos de Montevideo, ya que temían un posible ataque de los realistas. Estaba contrariado y deprimido por los sucesos que rodearon su alejamiento del gobierno, lo que repercutió en su salud. Un mareo muy fuerte lo obligó a hacer reposo. Pasaba el tiempo traduciendo del inglés El viaje del joven Anacarsis a la Grecia, de Juan Jacobo Barthelemy, trabajo que dejaría inconcluso. Cuando llegase a Londres, tenía pensado publicar una suerte de balance sobre su carrera política y su papel en la Primera Junta. Al verlo en semejante estado, su hermano y Guido le pidieron al capitán del barco, George Thomas Heverson hacer puerto en Río de Janeiro o en el Cabo de Buena Esperanza, pero se negó. Lo que sorprendió a su hermano es que, sin su conocimiento, el capitán le dio a Moreno un emético, un medicamento que se usaba para provocar el vómito. Según Manuel, el capitán “lo suministró imprudentemente y sin nuestro conocimiento”. Su hijo contaría años después que se le dio cuatro gramos de antimonio tartarizado. Cuando el capitán lo hizo, Moreno estaba solo. Lo que entonces Manuel ignoraba, y que alimenta la teoría conspirativa, es que a los pocos días de la partida la Junta Grande había acordado con el comerciante David de Forest un contrato de compra de armas. Y se aclaraba que para cerrar la operación, De Forest debía ponerse en contacto en Gran Bretaña con Moreno, y que si éste hubiera fallecido o por alguna circunstancia no se hallase en ese país, se debía arreglar con Aniceto Padilla. Para los que sostienen la teoría conspirativa resultó extraño que en un contrato se hubiera contemplado una cláusula que hiciera mención a su posible muerte. Sufrió violentas convulsiones, que hasta lo hicieron caer de su catre. Desde la agonía que sufría, en el piso mismo del estrecho camarote, les dio instrucciones a sus jóvenes secretarios sobre cómo debían manejarse en el destino diplomático. También tuvo fuerzas para llamar al capitán, y encomendarle el cuidado de sus acompañantes. A su hermano le solicitó que cuidase a su “esposa inocente”. Sus últimas palabras, según su hermano, habrían sido: “Viva la Patria, aunque yo perezca”. Entró en una agonía de la que no se recuperaría. Murió en la madrugada del 4 de marzo de 1811, frente a las costas de Santa Catalina, en Brasil. Su cuerpo permaneció durante todo el día en la cubierta de la nave. La bandera inglesa estuvo a media asta y la descarga de los fusileros anunció a los otros barcos que una desgracia había ocurrido. Tenía 32 años. Ese lunes, en la casa de los Moreno, todo era alegría. Festejaban el cumpleaños número 19 de José Eusebio Teodoro Manuel. Era uno de los hermanos de Mariano. Nadie imaginó que a las cinco de la tarde de ese día su cuerpo, luego de permanecer durante el día de cara al cielo y cubierto con la bandera inglesa, era arrojado al mar. Repercusión en Buenos Aires Cuando Manuel y Guido llegaron a Gran Bretaña el 1 de mayo de 1811, informaron a la Junta sobre la muerte del ex secretario. La noticia se conoció en Buenos Aires a fines de agosto. Durante dos meses, Lupe le escribió a su marido siete cartas y una esquela. La primera de ellas lo hizo dos días después de la muerte de su marido, que obviamente desconocía. “Se me aumentan mis males al verme sin vos y sin tu amable compañía. Todo me fastidia, todo me entristece, las bromas de Micaela me enternecen porque tengo el corazón más para llorar que para reír…”; “… yo extrañándote cada día más, y deseando con ansias recibir carta tuya, saber de tu salud y sentir los trabajos que habrás tenido en un viaje tan largo, ya que no te los he ayudado a pasar”;”… se cumplen 4 meses y 18 días de tu salida, y todavía no tengo el consuelo de recibir carta tuya”. La última carta que escribió fue el 29 de julio. “Me alegraré que estés bueno, gordo, buen mozo y divertido pero con ninguna mujer, porque entonces ya no tendré yo el lugar que debo tener en tu corazón por tantos motivos…”. Su hijo Mariano, luego de un empleo en la Biblioteca, se enroló en el Ejército, peleó en la guerra con el Brasil, fue profesor de matemática y física en la UBA y diseñó el plano de la ciudad de Barracas al Sud, actualmente Avellaneda. Durante el rosismo se exilió en Montevideo y luego en Santa Catalina, en Brasil, cerca de donde habían arrojado el cuerpo de su papá al mar. Fue ayudado económicamente por su tío Manuel y se destacó por los cuadros que pintaba. Al año siguiente de la muerte de Moreno, el gobierno asignó a su esposa una pensión de 30 pesos mensuales, y la Asamblea del Año XIII le otorgó una suma de mil pesos. Murió el 1° de septiembre de 1854 atesorando aquellas cartas que su amado Moreno nunca pudo leer.

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