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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 03/03/2025 04:31
A Solas con Sergio Lapegüe Seguramente se oyó a sí mismo más de una vez, pero tardó sesenta años en escucharse “como es debido”. Hasta entonces, y según dice, “no había tenido los huevos” o, posiblemente, demasiada pasión que replegar. Y un día, en la mesa de algún bar, dijo “adiós al noticiero”. Los treinta y cuatro años de historia en Artear (TN y eltrece) pasaron como un flash durante los veinte minutos que quedó “solo, inmóvil y en silencio” después de despedir con un abrazo a quien ya era su exjefe. Entonces le escribió a su mujer: “Ya está”. Y lloró con ella recién al llegar a casa. Sergio Horacio Lapegüe dice haber “dejado la casa de los viejos” para pechear el tiempo de “caminar solito” y, por sobre todo, serse más fiel de lo que tantas veces creyó haber sido. Sergio Lapegüe junto a Marina Calabró, Mauro Zeta y al gran equipo de Lape Club Social Informativo, desde el 5 de marzo a las 10 por América Claro que Lape Club Social Informativo (desde el 5 de marzo a las 10 por América) definió la partida. Sin embargo asegura que de no haber contado con tal suerte “hoy estaría, quizás, cumpliendo el viejo y siempre vigente sueño de recorrer el mundo junto a ”Bochi” (Silvia Todaro) con la intención de vivir un mes en distintas ciudades”. Lapegüe sintió que se “apagaba”. Se aburría. Se acotaba. Necesitaba “salir a jugar”. Como el del barrio. Con los del barrio. Una necesidad que se ligaba a un nuevo modo de “recibir, interpretar y abrazar” la vida. Cuenta que sus seis décadas llegaron con “el clic” pero coincidiremos luego que al menos tres han sido los hechos puntuales en su historia que ya habían activado la detonación. Y es precisamente respecto de ese “largo proceso” tan personal que hablaremos en este encuentro. Sergio Lapegüe y su mujer, Bochi, junto a Ramón Palito Ortega, quien sembró en el conductor la frase que comenzaría a cambiar su vida Sergio Lapegüe y su LapeBand: Javier Benítez (guitarra y voz), Hernán Palazzo (bajo) Claudio Galesi (bateria), Rubén Mederson (saxo), Annie (coros) y Dani Vila (teclados) Sergio Lapegüe en acción durante un show de su LapeBand Fue el mismísimo Ramón Palito Ortega quien clavó el planteo inicial. “Invitado a cantar en mi fiesta de 50, levantó sus manos mostrándome siete de sus dedos. Y me dijo: ‘Ya está. Ya no veas cinco… Y cerró su puño. ¿Qué te falta?’ No dudé. ‘A mí me gusta la música’, respondí”, cuenta Lapegüe. Con tan solo 16 había sido manager de Los Valiants, banda rockabilly con la que editó el disco La chica de las ligas (1988), conformada por sus “amigos de siempre”, por supuesto, presentes en esa celebración. “¿Tenés la guitarra? ¿Tenés el contrabajo? Nos preguntamos. Y volvimos”, relata sobre el origen de la Lapeband, hace tan solo días ovacionada por veinticinco mil cordobeses. Tiempo después, “un gran amigo sobreviviente de un cáncer” le daría la estocada final a esa reflexión bien germinada. “Fue un boom en mi cabeza. Mientras navegábamos por uno de los mares más lindos, me preguntó: ‘¿Cuántas vacaciones nos quedan? ¿Cuántas podremos disfrutar físicamente plenos? ¿Cuatro? ¿Cinco? Ojo, el futuro es ahora’”. Y así dice haber “comenzado a recorrer el camino que siempre soñé. Que no predije, pero que de algún modo busqué”. Sergio Lapegüe y su padre, Roberto Orlando Lapegüe, fallecido en 2010 a sus 80 años La ausencia de su padre fue crucial en el trayecto. Sergio Lapegüe recuerda las “caminatas con abrazos” que aún extraña, las visitas cotidianas de diarios y café con leche, pero mucho más “la entereza” con la que Roberto Lapegüe transitó una década de batallas contra un cáncer de colon demasiado encaprichado. “La metástasis le costó el hígado y después medio intestino. Fue una locura lo que padeció. Y él nunca, pero nunca, se quejó del más mínimo dolor”, cuenta. “Mi viejo se negaba a dejar su casa, su barrio, su gente. Y así fue enseñándonos que no hace falta tener para tener, ni tener para tenernos”. Así y todo, don Lapegüe surfeaba una diaria más o menos afable hasta esa mañana de 2010 que jamás imaginó. “Papá había salido a comprar el diario. En ese momento, tres delincuentes, de no más de quince años, muy decididos, se metieron en casa y mantuvieron secuestrada a mamá durante más de una hora. Buscaban guita. Y mientras uno de ellos la quemaba con una plancha, decía: ‘¡La guita! ¡La guita! Yo a vos vieja te mato porque sé que no va a pasarme nada!’”, finalmente se llevaron los diez mil dólares que ellos habían podido juntar durante toda su vida”, relata Sergio Lapegüe. “Cuando mi viejo llegó ya se habían ido, pero la vio salir a mamá tan vulnerable, tan asustada, con la cara tan hinchada… Eso lo destruyó.” Él tenía ochenta años y estaba conviviendo más o menos bien con su cáncer. Pero esa angustia bajó sus defensas y, al mes, se fue. Se murió”, remata quebrado. Sergio Lapegüe junto a sus hermanas, Patricia y Sandra, en Paso de los Libres (Corrientes) Sergio Lapegüe en su casa natal Sergio Lapegüe con su camiseta de Boca, otra de sus pasiones Roberto fue militar, “amante de la patria como pocos”, de hecho, solía regalar veinte banderas por mes a diferentes colegios, y “un tipo, por sobre todo, honrado y solidario”, define Sergio. “Siempre me decía: ‘Tenés que ir a dormir tranquilo. Cada vez que apoyes tu cabeza en la almohada preguntate: ‘¿A quién ayudé hoy? ¿A quién ayudaré mañana?’” Un hombre con raíz. De su gente, de su barrio. De pies sobre la tierra, describe. Supo desempeñarse, además, como Ministro de Economía de Tucumán durante la dictadura. “Él era de las armas de la intendencia, de los números, de la contaduría. De ese sector”, explica. Una carrera que convirtió a los Lapegüe en una familia rica en itinerarios. “Viví en Tucumán, luego en Tandil (Buenos Aires) y hasta en Paso de los Libres (Corrientes), donde nació una de mis hermanas.” Es por eso que conozco tanto el mal llamado ‘interior’ de nuestro país, centro de mi crecimiento y lo que me inspiró a impulsar el Prende y apaga (marca registrada por él) para mostrar que hay mucha gente más allá de la General Paz. Sergio y Patricia Lapegüe junto a tres amigas, las hermanas María Eugenia, María Fernanda y María Paula Villegas El niño Sergio Lapegüe Sergio Lapegüe en su etapa escolar “Yo sé bien quién fue mi viejo. Y eso para mí es más suficiente”, resume Sergio Lapegüe. “Viví su honestidad y estoy muy orgulloso de él.” Es así que desenfunda otro recuerdo. “Él, siendo ministro, venía al Ministerio de Economía a pedir guita para su provincia pagando los gastos de su propio bolsillo. Comprando un pasaje o manejando su autito. Tal vez de ahí saqué su forma de ser. Porque yo lo vi. Yo era muy chiquito, pero lo vi. A mí nadie me lo contó“, suelta. “Y la verdad es que lo extraño. Lo extraño aunque lo vea todo el tiempo. Porque lo veo. Yo me despierto y lo saludo. Hablo con él”, revela. Sí, Lapegüe cree en las señales. “Esas que busco, que aparecen y que me dan la fortaleza para seguir viviendo”, supone. Es entonces que abre su celular para certificar eso que dice. Tres generaciones. Sergio Lapegüe entre su padre, Roberto Orlando Lapegüe (fallecido en 2010), y su hijo Franco La clara señal que me envía papá es un número, dispara Sergio. “Un número que se me aparece en los momentos más fuertes de mi vida para darme seguridad. Por ejemplo, el día en que me dispuse a presentar mi renuncia en Artear, me lo presentó. Yo salía del correo, donde había redactado el telegrama, y lo vi en la patente del primer auto que se me cruzó. Mi mirada fue directamente a esa cifra. ¿Qué significa eso?, se pregunta quebrado. “Yo creo que es mi viejo diciéndome: ‘Tranquilo, vas bien. Es por ahí’. Yo sé que me acompaña”. De hecho, de camino a esta entrevista (y en vísperas de su estreno televisivo) volvió a toparse con la señal. “Y mirá lo que se lee al lado del número…”, invita mostrándome celoso la pantalla de su celular. “‘Fe’, dice ‘Fe’”. La aceptación, la honra a las raíces y el servicio son “lecciones del viejo” que Lapegüe dice haber atesorado sin perder de vista. “Papá me enseñó que no hace falta tener para tener. Que no hace falta tener para tenernos”, subraya. Y no ha sido casualidad la publicación de Prende el optimismo (Planeta, 2011), libro que publicó un año después de ese dolor y con prólogo de Palito Ortega, naturalmente. La espiritualidad, responsable además de sus creencias en las señales, ya había comenzado a despuntar. “Hoy soy un estudioso en materia de las energías”, cuenta este seguidor del estadounidense Joe Dispenza, doctor en quiropráctica y conferencista internacional especializado en neurociencia, epigenética y física cuántica, difusor de prácticas de meditación que proporcionan las herramientas necesarias para quebrar limitaciones, lograr la conexión cuerpo-mente y la coherencia cerebro-corazón. “En estos días estoy muy interesado en El sistema de la llave maestra (Charles F. Hannel, 1912)”, comparte. Un texto referido a la filosofía del Nuevo Pensamiento, una de las fuentes que inspiraron a Rhonda Byrne en la edición de El secreto (2006). “Y así elijo vivir. En positivo. Convencido de que una crea lo que cree”, concluye. Sergio Lapegüe en 2020, tras los veintiún días de terapia intensiva cuando los efectos del COVID tuvieron su vida en vilo Cuestiones como la finitud o los propósitos encontrados se agudizaron con otro hecho bisagra que cambiaron el modo con el que Lapegüe aprendió a ver la vida. Nos referimos a los veintiún días en los que el anfitrión de Lape Club Social Informativo (América) permaneció internado en terapia intensiva. Cinco años después, Sergio asegura que aquel tránsito “me sirvió para empezar a hacer el gran clic definitivo”. Inevitable fue la incertidumbre mientras “veía pasar las bolsas negras con la gente que había estado acostado muy cerca de mí”. Todo resultaba “tan tremendo” que dice haberse preparado para morir. “’¿Y si ya llegó mi hora?’, pensaba. ‘¡Estúpido! ¡Estúpido!’, me repetía. ‘No me despedí de nadie. No hablé con Bochi. No abracé a mis hijos. No hice. No dije… Me sentí fatal ante un supuesto ‘punto final’”. Porque estuvieron a instantes de intubarme. Y en el momento en que los enfermeros corrían hacia mí con la máscara y los equipos, un kinesiólogo sugirió: “Démosle una chance”. Sí… ‘A vos te salvó un milagro’, me dijo un médico. Así lo creo”, reflexiona. Sergio Lapegüe junto a su mujer, Silvia Bochi Todaro, y sus hijos, Micaela y Franco Sergio Lapegüe, Silvia Bochi Todaro y la pequeña Mica, 1994 Sergio Lapegüe y su hija Micaela, hoy de 31 Sergio Lapegüe y su hijo Franco, 1997 Sergio Lapegüe y sus hijos, Micaela (31) y Franco (27) Sergio Lapegüe y sus hijos, la actriz Micaela Lapegüe (31) y Franco (27), licenciado en Administración de Empresas Lo peor de mi COVID fue que yo no lo viví, sino que lo padeció mucho más mi familia”, argumenta. En medio de “aquella nube en la que estaba”, como describe a esa semi inconciencia, dice haber conectado con “energías” por demás sanadoras. Habla del íntimo ritual de sus hijos, la actriz y humorista Micaela y Franco, Licenciado en Administración de Empresas (UADE), hoy Analista Senior de Planificación y Finanzas en Mercado Libre. “Habían colgado un crucifijo bendecido en la gigantografía de una foto mía que había traído del canal, recuerdo del Prende y apaga (TN)”, recopila. “Y no había día en la que no pegasen sobre ella carteles de aliento diciendo en voz alta: ‘Vamos, papi’, ‘Vas a curarte’, ‘Vos podés’…”, relata con voz floja por el llanto. “¿Sabes que todavía no pude leerlos? ¡No pude… ¡No puedo!“. Sergio Lapegüe y Silvia Bochi Todaro dieron el “sí, quiero”, el 24 de abril de 1992 Sergio Lapegüe y Silvia Bochi Todaro el día de su boda, hace casi treinta y tres años Valora “los huevos enormes” que tuvo Bochi (Silvia, su mujer). “En algún momento, y tal vez a modo de despedida, la dejaron entrar. Apareció vestida con los atuendos médicos y con su mano enfundada tomó la mía. Me acariciaba… ‘Vas a curarte, vas a sanar’, repetía. Yo la sentí. Yo recibí esa energía y horas después volví a respirar”, relata acongojado. Entonces trae a colación las palabras de Vanina Pérez, quien hoy es su maestra de meditación. “Durante esos días tan tristes, ella se había comunicado con Bochi para decirle: ‘Estoy haciéndole Reiki a Sergio. Tiene mucho miedo. De algún modo transmitile que todo esto no duele para sufra. Sino que duele para que cambie. Esa es su misión’. Y creeme que así fue”, declara anticipándose a la conclusión de su relato sobre aquel tránsito. De repente abrió los ojos y preguntó: ‘¿Qué día es hoy?’ ‘Domingo’, respondió el mismo enfermero que, abriendo la ventana, dijo: ‘Sale el sol. Y creo que está saliendo para vos’. Ese mensaje de optimismo bien valió una canción. Así parió Sale el Sol con su guitarra. Sergio Lapegüe y Silvia Todaro, compañeros de ruta desde hace 35 años “Hasta entonces, yo me despertaba a las cuatro de la mañana y volvía a casa a las nueve y media de la noche. Al fin de cuentas pasaba más de diez horas al aire entre la tele y la radio. Todos los santos días. Esa locura era mi modo de vida”, cuenta el ganador de tres Martin Fierro, dos por sus ciclos y uno por su propia labor. A decir verdad, y a propósito, nunca durmió demasiado. “Me preocupaba tanto el aburrimiento que llegué a tenerle miedo”, dijo alguna vez. “Cuando era productor de Bernardo Neustadt (1925-2008) –en Radio América– terminaba de tocar a las 2 de la mañana y a las 4 ya estaba en la oficina leyéndole los diarios. Siempre fui de horarios locos”, recuerda. En fin. “Y tan firme me propuse el cambio que al salir de la clínica dejé el noticiero del mediodía (Notitrece, eltrece). A partir de ese momento todo se hizo algo más sencillo”, dice sin dejar de señalar que, así y todo, el despertador seguiría sonando a las cuatro para presentar Tempraneros (TN). “A la distancia entendí que lo vivido me sirvió para entender lo efímero que resulta el mundo. Para bajar un cambio. Para intentar el equilibrio. Para no correr tras el llamado ‘éxito laboral’. Para mirar hacia adentro y reconfirmar lo que me enseñó papá: ‘Lo más valioso es eso que espera en casa’.” Sergio Lapegüe y Silvia Bochi Todaro, de paseo por Grecia Sergio se adentró a la aventura del Mindfulness, la corriente que promueve la conciencia plena de cada instante, aceptando, tal como son, las experiencias que se presentan. “Entonces me volví un tipo que atiende y disfruta de lo que hace. Si tomo un helado, tomo el helado. Si veo una película, veo la película. Y si charlo con vos, solo charlo con vos. Ya no hago ni pienso en veinte cosas a la vez”. Hoy sabe que “la vida es un rato”, que “hay que abrazar más y más seguido” y que “está bueno parar para seguir caminando.” Un compendio de instrucciones que no solo le valieron la edición de su segundo libro, Parar, tocar fondo, resetear y volver a empezar (Planeta), sino también algo de sabiduría para afrontar otro, el más reciente capítulo de dolor en su camino. Sergio Lapegüe y su madre, Elba Palermo (90), quien padece Alzheimer Elba Palermo fue una artista “en silencio”. Tocaba el piano puertas adentro y solo alguna, y remota vez, se animó a compartir sus pinturas en una exposición. A los 84, juraba que tenía 82. Una confusión que al principio pudo haber sabido a gracia. Hoy lleva 90 y varios misterios. “Mamá tiene Alzheimer”, dice Lapegüe. “Vive en su casa, muy bien atendida por un equipo de cuidadores y enfermeras, y no hay día que no pase a abrazarla. Cuando llego, toma mi mano y la sostiene bien fuerte. Nunca sabré si sabe quién soy cuando la visito, pero me cuentan que solo al verme en televisión pronunciaba mi nombre”, relata. “El Alzheimer afecta al entorno todo de quien la padece. Es tremendo lo que se vive en la intimidad familiar. Principalmente en el inicio de la enfermedad. Porque nadie sabe bien cómo atajarla. De repente se enojan, intentan agredirte… Recuerdo cuando la llevamos a la clínica para una cirugía que necesitaba. Gritaba: ‘¡Quieren secuestrarme! Soy la mamá de Lapegüe. ¡Me secuestran!’ ¿Sabés qué angustiante se hace?”, comenta. “En el inicio, el único teléfono que se acordaba era el mío, entonces me llamaba a cada rato: ‘¡Quiero morirme!’, me decía. Y por ahí yo estaba al aire. Entonces terminaba el noticiero como podía y salía volando… ¡Es tremendo, realmente tremendo!” Sergio Lapegüe y su mujer, Silvia (Bochi), junto a Elba Palermo (90), madre del conductor Hoy, Elba está “en equilibrio” y todos “en paz”, describe. “No habla. No se mueve. Pero encontramos un punto de conexión maravilloso en la música. De hecho, mamá siempre fue fanática de mi banda. Venía a los shows, se ubicaba bien adelante y alentaba: ‘¡Bravo, bravo!’”, cuenta. “El otro día estaba enojada. Así que decidí ir a tocarle el piano. Y mientras yo tocaba, canciones inventadas o alguna melodía de blues aprendida de niño, acercaron su silla de ruedas para que escuchase. Y al verme, empezó a marcar el ritmo con el pie. Levantó su mano y dijo: ‘¡Sergio!’… No pude contenerme. Tocaba y lloraba… Yo, lloraba. Muchísimo ¡Claro, estaba haciendo algo que hacía cuando era pibe! Pero cuando me acerqué, no… No me reconoció”, relata conmovido. “Estoy convencido de que la música sana. ¡Sana! Tiene el poder de llevarnos. De transportarnos a momentos, emociones, personas. Por eso, en la radio (Atardecer de un día agitado, La100), le doy tanta importancia. Para que quien nos escucha regrese a casa bien abrazado”. “¿Qué pasará conmigo? ¿Y con mis hermanas? ¿Esto sigue?”, son interrogantes que también plantea el Alzheimer en el entorno afectado: el tan temido fantasma de la salud mental, “que siempre está dando vueltas”, asegura. “Después del COVID, yo empecé a olvidarme nombres… ¡Pero nombres importantes! Me puse como loco. Los médicos me explicaron que son situaciones lógicas del estrés postraumático. Aun así, la duda existe”, argumenta Lapegüe. “Yo estoy jugando al ajedrez todos los santos días como para obligarme a ejercitar el cerebro”, dice. “Hace poco me enganché en un torneo mundial. A determinada hora dejo todo lo que estoy haciendo para dedicarme a eso.” Lo mismo mis hermanas, una de ellas está obsesionada con los rompecabezas. Sí, estamos preocupados… ¿Y si nos toca?”. Sergio Lapegüe y Silvia Taredo, a quien solo él apoda Bochi Finalmente “entendés que la vida es aprendizaje”, concluye Sergio. “Uno va aprendiendo a aceptar y a convivir con lo que nos toca”. Entonces habla de su admiración por Bochi, su “gran maestra” en la resiliencia. Silvia no sólo lidia con casos de problemas psiquiátricos en su familia más cercana sino también es compañera incondicional de una hermana a quien le detectaron deficiencia mental a la edad de cuatro. “Hoy mi cuñada tiene cincuenta y pico, y aunque es chiquita mentalmente, hace sus compras y hasta participa de un taller protegido en el Municipio de Lomas de Zamora... ¡Es un gran ser humano!”, comparte. “Juntos estamos atravesando momentos muy duros, durísimos. Y sin embargo no nos permitimos caer. Ahí vamos caminando, siempre con una sonrisa”. Sergio Lapegüe en tiempos de su adolescencia Los ochenta estaban recién naciendo cuando en ronda de amigos, todos se preguntaban: “¿Cuál es tu sueño?”. Sergio, por entonces estudiante de Ciencias Económicas (aún debe cuatro materias) y “tímido” por demás, como es recordado por sus compañeros del ENAM (Escuela Normal Antonio Mentruyt, de Banfield), dijo: “Yo quiero trascender”. Y contra todo pronóstico, ese chico inquieto pero demasiado introvertido como para ser tomado en cuenta, hoy sigue caminando por “el Lomas de mis amores”, corriendo por los mismos circuitos con “los mismos amigos que todavía pasan a buscarme a las ocho”, entrenando en “el mismo gimnasio a dos cuadras de casa” y “saludando a los afectos de siempre, que saludan al del barrio; y a los nuevos, que saludan al de la tele”. “Me llena de tranquilidad, porque significa que eso de caminar consciente hacia los sueños, volando bajito, realmente es efectivo”. Sergio Lapegüe en su juventud, aún apodado René por sus amigos, en honor al futbolista holandés René van de Kerkhof Dice que si nunca se creyó “el cuentito de la estrella” es por “la bendición” que resulta la familia y esos “pibes” para quienes Sergio Lapegüe nunca dejó de ser “René”. Así lo apodaron a fines de los 70 en honor al holandés René van de Kerkhof. “En el Mundial del 78, él tenía la mano quebrada y yo, que además para jugar usaba una camiseta anaranjada como aquel seleccionado, también corría esa suerte. Qué se yo… Boludeces de chicos”, explica con gracia. “Ellos mantienen mis pies sobre la tierra”, una frase que encapsula su profundo vínculo con los suyos. Y los trae a la conversación porque también esto “de no olvidarnos de la raíz” (como decía “el viejo”) tiene mucho que ver con Lape Club Social Informativo (desde el 5 de marzo a las 10, por América), ciclo al que no solo rotula como “mi más fiel definición” sino también “el sueño cumplido”. Qué tema el de ‘los sueños’ en su vida. Tanto que vale la pena este paréntesis. En 2022, cuando la necesidad de soltar su energía lúdica del mezquino corset de las noticias, Lape estrenó Chicas en el aire sobre el escenario del Broadway. ¿Fue su debut actoral? Podría ser, si obviamos su participación en el film Arregui, la noticia del día (de María Victoria Menis), que antecedió a sus papeles en El niño pez (de Lucía Puenzo) o Delirium (de Carlos Kaimakamian Carrau). En aquella obra no solo se rodeó de sus músicos, sino también de veinte mujeres, de entre 50 y 80 años, que siempre habían soñado dejar por un rato sus profesiones habituales para actuar, cantar y bailar frente a una platea. “Ayudar a cumplir sueños es mi centro de expresión”, afirma, subrayando su compromiso emocional con los demás. Humor, arte y su tan ansiado rol de host de un vero Late Night Show, que dos años después llevaría a El galpón (eltrece). Quizás, claras antesalas de su “salir a volar”. Sergio Lapegüe y el equipo de Lape Club Social Informativo: Marina Calabró, Mauro Zeta, Leo Paradizo, Bicho Gómez, Mica Lapegüe, Martín Salwe y Mai Pistiner Vuelve al medio que alguna vez lo dejó un sabor ambiguo. “Por entonces, Neustadt (1925-2008) me echa de su programa pero tiene la generosidad de decirme: ‘No vas a quedarte en la calle; ¿Qué te gustaría hacer?’ ‘Yo quiero ser movilero’, le respondí. Te hablo de la América de Eduardo Eurnekián, que también oficiaba de fábrica o depósito de calzado e indumentaria”, relata respecto de esos tiempos de primeros pasos frente a un micrófono como notero suplente. “Y un día, en términos de alguna conversación que ya ni recuerdo, una mujer muy importante del grupo (alta ejecutiva a la que prefiere no mencionar) me dijo: ‘Vos no servís para la tele’”, recuerda. “Pasados los años, durante una entrevista que le hacían, volví a escuchar a esta mujer decir que se había equivocado conmigo. Que no me vio. Nunca conservé algún tipo de encono con ella. Ojalá podamos volver a trabajar juntos el día de mañana”, refiere. Hace poco, Coco Fernández, que laburó conmigo, (testigo de su llegada a Canal 13 como productor de FAX), pronunció una frase que me dejó pensando: ‘Naciste en América, te fuiste a hacer carrera como quien entra al Barcelona, y hoy volvés a cerrar el círculo’. Qué loco, ¿No?”. Sergio Lapegüe, a sus 2, en un disfraz de Nerón para la competencia del carnaval del 66 en el Club Atlético Los Andes, de Lomas de Zamora Sí, a esta altura de la soirée, Lape aprendió que “la vida es demasiado corta”. Que hay que “parar para escucharse”. Que “nada que nos divierta merece ser resignado”. Y, principalmente, que “hoy estoy ocupando el lugar que debo ocupar”, donde ningún jefe le pondrá coto a su juego ni las noticias lo obligarán a la solemnidad. Es así que linkea la última memoria en esta charla impresa en la imagen más elocuente. “Yo tenía dos años cuando mamá me disfrazó de Nerón para la competencia de disfraces con el que el Club Atlético Los Andes celebraba el carnaval del 66”, dice. “No me canso de mirar esa foto. Porque siempre me disfracé. Porque nunca me fui de ese lugar. Porque no dejamos de ser chicos”, argumenta. “Y si el programa se llama así es porque hoy elijo mirar la vida como un gran club: Con viejos amigos y con gente que se quiera sumarse, y siempre con abrazos, los valores del barrio y el sabor a la familia. Vamos a informarte, por supuesto, pero sin correr a un lado las carcajadas. Porque un día sin reírnos es un día perdido”, infiere. “Vení a hacerte socio. Juguemos un rato. Yo invito”.
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