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Concordia » El Heraldo
Fecha: 01/03/2025 13:51
La escuela de la placita fue la escuela de mi padre. Él fue cuando estaba por calle Alvear y los recreos se hacían en la Plaza España y a mí de chico, escucharlo, me emocionaba imaginar un patio tan grande, florido, tan libre y sin muros. Esa escuela tan querida fue mi Escuela. En sus acogedoras aulas, ubicada ya frente a LT15, aprendí las primeras letras, aprendí la “i” una tarde asombrosa en la que Hilda Bahler entró brincando con la cabeza llena de coloridas plumas, desplegando una danza telúrica, con sonidos guturales tapándose alternativamente la boca, como se suponía de los verdaderos aborígenes. Hilda, mi maestra de primero, segundo y tercero, que recuerdo, ella, firme, todos los días, parada en la robusta puerta de entrada, esperándonos, uno por uno, con su sonrisa de sol, preguntándonos, uno por uno, como estábamos y uno por uno, diciendo nuestros nombres, estampando con un beso el celestial saludo. ¿Cómo no aprender las letras, como no aprender la ternura?. En esa escuela aprendí, como todos los niños, las primeras experiencias de la vida, cuando todo es nuevo, único, deslumbrante, en sus pasillos y patios, cuando todo empieza, los amores de niños, los más graves, las vergüenzas, las tristezas, los misterios y alegrías, los desasosiegos y los amigos, aquellos amigos, muchos humildes y leales amigos que quedaron para siempre en esa Memoria que aloja prolífica esos momentos fugaces, intensos, inolvidables, esos recuerdos añorados de la Patria de la infancia. Es por eso que me da tanta tristeza. Siento como propia la indignidad y la frustración que sentirán los docentes, los chicos y las familias que no pudieron comenzar las clases, la frustración de ese anhelo esperanzado, por la escuela inundada e indignada. Sé que muchos edificios escolares están en mal estado, claro, pero esta escuela, reclamaba, dicen sus directivos, desde 2023 que se llovía, que el agua caía a torrentes, que necesitaba reparación. Enviaron pedidos a las autoridades, papeles, burocracias inútiles que duermen los cajones de la vergüenza, del abandono de los responsables, dejadez, despreocupación, desprecio. Todo eso llueve, llueve cinismo y mentiras en los discursos gubernamentales, hiperbólicos, falsos sobre el valor de la educación. Esos discursos que se hunden en los cacharros que absorben la lluvia, palabrerío banal y falaz, sobre la importancia de la educación. Nos evitaron al menos el patético show del año pasado cuando “invitaban” a la comunidad, brocha en mano, a realizar trabajos de pintura y mantenimientos que a ellos corresponde. La escuela llueve como las mentiras políticas. Si la educación tuviera una verdadera importancia, no tendríamos ninguna escuela destruida, sin arreglar, si la educación fuera realmente esencial, no tendría que haber docentes ganando salarios por debajo de la línea de la indigencia, ni niños y familias que no pueden, ya no comprar los útiles, sino llegar a la subsistencia. Cuando las clases comienzan y algunos pueden ir a la escuela y otros, se patentiza las desigualdades sociales, esa brecha inmensa que el sistema promueve, de las diferencias económicas brutales que condenan a los pobres a la falta de educación, de salud, de vivienda, de vida digna. En el medio, las escuelas se inundan, y se hunden.
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