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» Tumisiones
Fecha: 26/02/2025 09:43
Hasta que desapareció, el pequeño desaparecido vivía junto a sus hermanos y padres en un humilde hogar con necesidades básicas insatisfechas. Una vida de trabajo con los ladrillos, entre la pobreza y el silencio. Lian, el niño de 3 años que falta de su hogar desde el pasado sábado a la siesta, vive en un páramo rural separado por cuatro kilómetros de la localidad más cercana: Ballesteros Sud, en el departamento Unión. Su patio de juego es un cortadero de ladrillos donde su padre trabaja de sol a sol y, a veces, también su madre. La familia, proveniente de Bolivia, llegó a trabajar hasta este cortadero tras alquilarlo –según fuentes de la localidad– al administrador del corralón municipal de la zona. En la tapera donde viven sin baño (tienen una pieza con letrina a metros de la vivienda), las cosas se organizan según el calendario del ladrillo y de la escuela. “En enero se prendieron los hornos por última vez para hacer la cocina”, dijeron. Todas las familias que comparten el predio -unas 20 personas nacidas en Bolivia- custodian los hornos. La tarea fue encomendada a las mujeres que pusieron especial atención a los hijos. Los fuegos no se volvieron a encender. “No puede ser que Lian se haya caído en un horno encendido. Estaban apagados”, comentaron fuentes allegadas a las familias. Tampoco creen que pueda haber caído al pozo. Ese sábado, cuando Lian no volvió a ser visto en su hogar, toda la familia se había guarecido en la construcción donde vive con la esperanza de cubrirse un poco de las altas temperaturas. Encendieron un ventilador. Es lo poco que tiene la familia, entre la nada, como artefacto eléctrico. Al despertar –y siempre según el relato de los padres de Lian– el niño ya no estaba en la vivienda. La madre rompió en llanto. El padre salió a buscar a algún vecino. “Ella lloraba y permanecía en silencio. Fuimos a caminar. Nos metimos en los pozos de unos 20 centímetros, donde sacamos el material para hacer los ladrillos. Había agua. Lian no estaba”, dijo uno de sus vecinos. La vida de la familia de Lian El resto del tiempo, cuando los padres y los niños no trabajan, a veces van a la escuela. Caminan cuatro kilómetros para ir y volver. Cuando llueve, el barro complica todo. Los chicos faltan a la escuela y los hombres no fabrican ladrillos. Las casas se inundan. Los palos endebles que sostienen la conexión precaria a la red eléctrica no aguantan los embates del clima. “Cada dos por tres nos quedamos sin luz”, dijo un vecino. Las docentes que los conocen también hablaron. “Hemos ido en varias oportunidades a traer y a llevar a los chicos. Cuando solicitamos algún material, apenas si los padres pueden comprarlos. Pero cumplen. Están presentes”. Según las seños del jardín y la escuela donde van los hermanos de Lian, se trata de una familia que “responde a cada llamada de la escuela”. “El padre es el que se hace cargo. La mamá casi no habla, pero el papá siempre pide saber si hace falta algún material. A veces hay que llamarlos”, dijeron. Cuando salen de la escuela, según los comentarios de la comunidad educativa, vuelven a sus viviendas donde continúan el trabajo. Los chicos más grandes colaboran. “Viven en condiciones imposibles”, evaluaron las docentes. Otro punto de preocupación es que las casas de esta comunidad de ladrilleros están rodeadas por maizales y plantaciones de soja, donde cualquier niño de 3 años, como Lian, podría perderse. Pero también no es menos cierto que el niño casi no caminaba solo. “Tiene apenas 3 años. Había empezado a caminar recién. Nunca se despegaba de su mamá”, contó otro de los vecinos. Según el relato vecinal, que se va soltando con mucho esfuerzo (y no menos desconfianza), Lian jugaba sólo con una hermanita más chica que él. De todos modos, hablan poco, igual que el papá del niño desaparecido. Es el único familiar al que se le conoce la voz, porque habló con la prensa. Miran para abajo cuando hablan y afirman que “sus condiciones de vida son muy difíciles”. Hacen silencios impropios de los tiempos televisivos. Por eso ninguno se explica por qué las sospechan se dirigen, desde un principio, al grupo familiar. “Acá trabajamos de sol a sol. Es muy raro que pasen cosas malas”, expresó, sin ahorrar preocupación, otro vecino. Les genera más enojo que preocupación el hecho de estar conviviendo, en los últimos días, con perros que entran y salen de las precarias viviendas. Los perros huelen las letrinas, todos los rincones de las casas. No encuentran nada. Y al enojo se suma un señalamiento. “Busquen en la camioneta blanca de la que se habla”, dijo un vecino. “Las únicas camionetas que entran acá son viejas. Vienen por los ladrillos. Esta era diferente”, aseguró uno de los vecinos, aunque no pudo afirmar que el chico hubiera sido subido a ese vehículo. Fuente: LV
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