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Parana » AIM Digital
Fecha: 26/02/2025 01:52
En un mundo donde las certezas se desmoronan, los jóvenes rechazan las instituciones tradicionales sin encontrar aún una alternativa clara. No es apatía, sino una búsqueda de nuevas formas de participación y resistencia en un escenario de precariedad, desigualdad y cambios acelerados. A lo largo de la historia, la juventud ha sido protagonista de grandes transformaciones sociales y políticas. Desde el mayo del ‘68 hasta la Primavera Árabe, pasando por las luchas estudiantiles en América Latina, la rebeldía juvenil ha sido un motor de cambio. Pero en el siglo XXI, la relación entre la juventud y la política parece haber entrado en una crisis profunda. Los partidos tradicionales pierden credibilidad, las instituciones generan desconfianza y las formas clásicas de militancia ya no convocan como antes. Sin embargo, esto no significa que los jóvenes hayan abandonado el compromiso social, sino que buscan nuevas formas de participación, más horizontales, descentralizadas y adaptadas a la era digital. Las encuestas a nivel global reflejan un fenómeno preocupante: la mayoría de los jóvenes siente que el sistema no los representa. En América Latina, el desencanto con la democracia ha crecido de manera alarmante en la última década. Según datos solo el 35% de los jóvenes entre 16 y 30 años considera que la democracia es el mejor sistema posible, mientras que el resto duda o está directamente a favor de modelos autoritarios si estos garantizan estabilidad económica. Esta cifra refleja una fractura generacional que no es casual: el neoliberalismo, la crisis climática, la desigualdad social y la falta de oportunidades han marcado a una juventud que no se siente parte de los relatos políticos tradicionales. Pero si los jóvenes desconfían de la política institucional, ¿dónde canalizan su malestar? Una de las respuestas está en las redes sociales y en las protestas callejeras espontáneas. Movimientos como Fridays for Future, la marea verde por el derecho al aborto o las movilizaciones en Chile y Colombia han demostrado que la juventud no es indiferente, sino que rechaza los viejos formatos de militancia verticalista. En lugar de afiliarse a partidos, los jóvenes prefieren sumarse a causas concretas, con demandas claras y acciones directas. Sin embargo, esta nueva forma de activismo también tiene sus límites. La falta de estructuras organizativas sólidas hace que muchas luchas queden en el aire, sin estrategias de largo plazo. Además, la sobreexposición digital y la lógica del trending topic pueden diluir la profundidad del debate, reduciendo las problemáticas a consignas virales sin impacto real. Otro desafío es la fragmentación del descontento juvenil. Mientras que algunos sectores se inclinan hacia movimientos progresistas que promueven la igualdad de género, la justicia climática y los derechos humanos, otros encuentran refugio en discursos reaccionarios que canalizan su frustración a través del odio y la polarización. La extrema derecha ha sabido captar parte del malestar juvenil con un discurso que promete orden y certezas en un mundo incierto. Figuras como Javier Milei en Argentina, Marine Le Pen en Francia o Giorgia Meloni en Italia han logrado captar el voto joven con una retórica antiestablishment que desafía a las élites políticas y mediáticas. El gran interrogante es qué pasará en los próximos años. ¿Podrá la política tradicional reconectar con la juventud? ¿O serán los propios jóvenes quienes terminen construyendo nuevos espacios que rompan con los modelos agotados? La respuesta aún no está clara, pero lo que sí es seguro es que el sistema no podrá ignorarlos por mucho tiempo más. Porque, aunque desconfíen de la política tradicional, los jóvenes siguen siendo el presente y el futuro de nuestras sociedades. Y cuando encuentren la herramienta adecuada, el cambio será inevitable.
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