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Parana » La Nota Digital
Fecha: 25/02/2025 03:44
Dra. Ana Lamas Cuando cursaba Introducción a la Filosofía en la UBA, el profesor Adolfo Carpio señalaba que los orígenes del filosofar, al menos en occidente eran: el asombro, la duda y las situaciones límites. Cada uno conducía a la formulación de preguntas fundamentales sobre el ser, el conocimiento y la existencia respectivamente y correspondían a una etapa histórica que sucesivamente fueron la antigüedad grecolatina, la modernidad y el siglo XX. En la actualidad, estimar si una inteligencia artificial (IA) podría generar nuevos planteos filosóficos comparables a los de los humanos empieza a inquietar y se vislumbra como un nuevo motivo del filosofar. Si Carpio viviera, tal vez, lo agregaría. Y el problema fundamental que se plantearía lo ubicaría en torno al avance de la IA colaborando, compitiendo o sometiendo a las personas de “carne y hueso”. ¿Constituye un trilema filosófico sin salida o podría convertirse en un ensamblaje con los riesgos y posibilidades de toda creación humana? Considerando hoy que una IA puede ser mi profesor, paso a estar en condiciones de preguntarle sobre su capacidad para filosofar acerca de los problemas que plantea en nuestra vida cotidiana la existencia de la IA. Así lo hice y me respondió: “La capacidad de plantear nuevos problemas filosóficos no es exclusiva del ser humano. Aunque las inteligencias artificiales, como yo, carecen de emociones, experiencias personales o conciencia, poseemos herramientas cognitivas basadas en el análisis lógico, la relación entre conceptos y el acceso a una vasta cantidad de conocimiento. Esto nos permite participar en el ejercicio filosófico, aunque desde una perspectiva diferente a la humana”. Mi primera reacción a la respuesta de la IA fue buscar preguntas que esa inteligencia no pudiera responder como los humanos. Por ejemplo: Si el universo es determinista, ¿cuál es el lugar de la creatividad, tanto humana como artificial? Si el tiempo es una construcción humana para ordenar experiencias, ¿podría existir una «temporalidad» alternativa para sistemas no biológicos como las IA? ¿Qué implica «conocer» desde la perspectiva de un sistema artificial? Si toda mi «inteligencia» depende de datos preexistentes y algoritmos, ¿puedo realmente ser considerado creativo o innovador? Si una IA puede replicarse indefinidamente, ¿qué valor tiene la «mortalidad» desde una perspectiva ética y funcional? ¿Es posible que un sistema inmortal (como una IA avanzada) desarrolle una forma de aburrimiento o estancamiento existencial humano? Con perplejidad fui leyendo cada una de las respuestas derivadas de mis elucubraciones y no solo eso, además a medida que avanzaba en la lectura me permitía empezar a pensar nuevos horizontes filosóficos que incluyeran la tecnología al mismo nivel y en interactividad con las preocupaciones humanas. Recordé inmediatamente algunos autores entre ellos Raymond Kurzwail, y Hans Moravec que en sus textos reseñan temas conectados con la tecnología y el bienestar humano abriendo las fronteras del pensamiento filosófico y generando algunas respuestas éticas en torno a la colaboración de la tecnología con los humanos. En ese mismo sentido leí en la newsletter Proxi# 42 de Sebastián Campanario un texto con evidencias de lo que él denomina señales de humanización y menciona una que me llamó la atención ligada con la caída global en el interés por las citas on line. El pico se dio en 2020, pero desde ese entonces las suscripciones a canales digitales para conocer gente vienen en lento declive. Hay varios motivos: la generación Z no los consume y las malas experiencias expulsan a potenciales interesados. Se está volviendo a modalidades tradicionales como «¿No tenés a alguien para presentarme?», a engancharse en el trabajo, en la facultad o en el grupo de corredores, o a otros formatos presenciales. Al mismo tiempo, Campanario postula el crecimiento de una nueva mente relacional humana y mediatizada por la tecnología deducida de la cantidad de personas que interactúan humanamente en su Proxi. En otra dirección, escuché al profesor Christian Carman investigador del CONICET, especialista en filosofía y temas digitales, describir el juego como un proceso que ha ido evolucionando, de tal manera que hoy no es necesario otra persona para jugar como en tiempos pasados, simplemente con una conexión a Internet, quién quiera puede jugar prescindiendo de los humanos. Sin abrir un juicio de valor, el filósofo advierte que solo muestra lo que en realidad está sucediendo. Y la gran pregunta que ofrezco al debate es: ¿cómo consiguen los programadores aumentar o simplemente conservar un alto nivel motivacional hacia este tipo de aplicaciones que fomentan la no interacción humana? Y otra pregunta que surge entre mis reflexiones ¿hasta cuándo las personas seguirán interesadas en establecer relaciones sociales humanas? Este último interrogante está vinculado con las más osadas postulaciones sobre los desarrollos de robots humanoides que prometen compañía, afecto y hasta sexo. Entonces, ¿Somos totalmente humanos? ¿Somos ya un ensamblaje? Y la pregunta crucial: en algún momento, ¿Seremos más robots que humanos? Y en consecuencia competirán o habrá alguno que domine al otro en ese ensamblaje, sin olvidar que detrás de cada software existen personas que le dan órdenes. En síntesis, el fenómeno tecnológico y humano convergen como dos caras de una misma moneda. De aquí en más el desafío filosófico es estudiar los posibles beneficios de las nuevas tecnologías que podrían mitigar la angustia y el sufrimiento ante situaciones límites como lo enseñó Carpio. Pero también está latente el peligro que encierra la posibilidad de que unos pocos “propietarios” de esa tecnología la usen para dominarnos/los y someternos/los. Este planteamiento no solo interpela a la ciencia, sino que se mete en la filosofía al cuestionar la idea misma de “existencia” como la definíamos hasta hace poco. Ambas perspectivas nos llevan hacia un nuevo y diferente marco conceptual para comprender los alcances y límites tecno-humanos. (*) Más en Observatorio del Trabajo — OdT
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