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» Diario Cordoba
Fecha: 24/02/2025 05:07
La obra de la calle Alfaros ha aguantado dos meses y medio sin resquebrajarse: ha llegado el momento de quitarse el sombrero. Teniendo en cuenta las circunstancias de la vía, tiene mérito. La calle es fascinante, siempre al límite de lo inverosímil. Da gusto ver a los vehículos encarándola; después de una cuesta por la que suelen circular a demasiada velocidad, giran noventa grados para adentrarse en una recta caracterizada por los desniveles y las estrecheces. Los autobuses se balancean y besan las fachadas de los edificios. Los coches frenan de golpe al encontrarse con semáforos inimaginables. Es un verdadero espectáculo. Después de la obra, algunos pensaron que esperarían a que la alfombra de asfalto se asentase; otros imaginaron que solo serían los autobuses de línea pequeños, tan coquetos, los que circularían por allí. Pero nada de esto sucedió. La reforma tuvo que aguantar el tráfico de siempre, el peso de siempre, y ha perdido la batalla, como es lógico. No puede negarse su entereza, su dignidad; no se le puede reprochar nada. Porque todos sabemos que la calle Alfaros no perdona. Es un enemigo invencible, implacable. Su naturaleza prevalece. A mitad de camino hay un semáforo que parece pedir perdón, que se excusa diciendo que solo es un mandado. A partir de ahí comienza un repecho que culmina con el mayor estrechamiento de la calle. Es un placer detenerse en esa cima a observar. Del hotel Alfaros salen a pasear algunos extranjeros despistados cuando, de pronto, ven venir un autobús de línea que, flanqueado por paredes tan próximas, se les revela mastodóntico; en ese momento pegan sus espaldas a la pared como suicidas arrepentidos; los espejos retrovisores les peinan el flequillo; luego la ventolera que deja la mole verde a su paso los despeina por completo; finalmente, suspiran: la vida les ha dado otra oportunidad. La calle tiene, además, una doble vida. Llega la noche y se convierte en un abrevadero de noctámbulos. El Automático y El limbo abren sus puertas, y los socavones inundados del asfalto les sirven como ceniceros a los que se sientan a fumar en las aceras. Los repartidores duermen en sus casas, así que la zona cobra un espíritu peatonal, gracias al que los borrachos pueden entregarse gustosamente a su vaivén de vuelta a casa. Amanece con las primeras furgonetas. Al final de la travesía, el ayuntamiento. Allí no preocupan los desperfectos, puesto que la obra tiene una garantía de tres años. Al parecer, empieza ahora una etapa de parcheo. En cuanto a lo que viene después, hagan sus apuestas. *Escritor
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