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  • ¿Es Milei un fascista? La idea de fascismo y su aplicación al contexto político actual – Paralelo32

    Crespo » Paralelo 32

    Fecha: 21/02/2025 08:04

    Si Javier Milei, a título personal, es fascista o no, es irrelevante. Lo que resulta verdaderamente relevante, al menos para quien escribe, es si el término fascista ayuda a caracterizar este gobierno que, como todo gobierno o expresión política más o menos representativa, se nutre de diferentes identidades políticas, incluso contradictorias, al menos en ciertos aspectos. Hay que reconocer que el término “fascista” es una categoría fundamentalmente europea, difícil de replicar en el contexto americano. Sin embargo, es posible que la propia particularidad del mileísmo pueda modificar esta situación y provocar un encuentro de nuevo tipo. Por otra parte, también es cierto que el término es confuso desde el comienzo y puede significar muchas cosas. Puede hacer referencia a un conjunto relativamente vago de características políticas, a un espectro de experiencias delimitadas temporal y espacialmente, o incluso al caso específico que da origen al término: el fascismo italiano. En consecuencia, vistas estas dificultades conviene explicitar algunos de los rasgos esenciales que caracterizan a este tipo de identidad política lo cual es indispensable para distinguir con mayor claridad en qué medida el mileísmo se nutre de componentes que responden a este concepto. Cuáles serían entonces las características esenciales del “fascismo”. Hay particularmente una que va a ser decisiva y de la cual derivan otros atributos que, aunque de segundo orden, tienen un peso decisivo en la dinámica política: Concretamente, se sostendrá que un rasgo esencial del fascismo se encuentra su carácter romántico, es decir, en la afirmación de una mitología premoderna para dotar de sentido a las instituciones que los procesos de modernización han traído al mundo. En otras palabras, el movimiento fascista intenta buscar en una realidad previa a la modernidad el sustrato, o el fundamento, de las instituciones características de la modernidad, en particular, la estatalidad y la organización económica mercantil capitalista. Si bien muchos movimientos fascistas se consideraron a sí mismos como movimientos de modernización, en rigor, proponían refundarlos sobre la base de mitos estrictamente premodernos. Ello no quiere decir que los procesos de modernización no se apoyen en ciertas mitologías, o creencias antropológicas que darían sustento a su organización institucional. Sin embargo, las mitologías modernas tienen un atributo que las distingue. En particular, se trata de mitos universales que adoptan la idea de una humanidad genérica. Son mitos que, por lo tanto, asumen dos rasgos, lo humano y lo genérico a la vez. Es importante aclarar que no existe una única forma en la que este principio se ha desarrollado. Naturalmente, la forma europea noroccidental protestante tan tematizada a partir de la obra de Weber -y muchos otros anteriores y posteriores- es quizá la dominante. Siendo el utilitarismo su filosofía moral más representativa y el pasaje del estado de la naturaleza a la sociedad civil el mito clave de esta tradición. Pero también existen otras formas relevantes como el mito modernista barroco de origen católico o el mito ateo del trabajador universal. O incluso formas combinadas. El mito moderno, no supone necesariamente la ausencia de desigualdades entre los seres humanos, pero estas son desigualdades más bien contingentes o, mejor aún, no necesarias que, 3 de existir, pueden o deben ser reguladas, arbitradas, incluso corregidas. Las particularidades de la vida social, de pueblos, grupos y clases sociales es, para las mitologías modernas, una verdadera tensión incluso resulta ser un catalizador de cambios en las sociedades modernas, precipitando ciclos de crisis y transformación. Así mismo, el fundamento de los mitos modernos también resulta problemático, pues puede devenir con relativa facilidad en el sin sentido, en la falta de fundamento, parafraseando a Ágnes Heller. El romanticismo fascista es una reacción directamente opuesta y contraria a estos principios antropológicos modernos, incluso tienden a emerger cuando estos entran en crisis, cuando sus promesas se incumplen o el nihilismo se convierte en un estado de ánimo generalizado. Por oposición, el particularismo es esencial al mito romántico, y supone la existencia de una realidad humana delimitada previa a la historia común, concretamente, a la era común, es decir, un tipo de comunidad que encuentran su raíz en el mundo precristiano. Algo similar a lo que René Girard expuso en su distinción de los mitos pre bíblicos y en particular previos al nuevo testamento. La variedad de respuestas es amplia dado que pueden buscarse bases sobrenaturales, mitos incluso politeístas, en donde se ven reflejadas las conexiones de pueblos, razas, etnias, cualitativamente distinguidas por su conexión con un orden trascendente. De allí que, en el fascismo, la desigualdad frente a el extranjero, pero también el sistema de desigualdades internas es considerado natural, o mejor, necesario. No importa si ello luego se tramita ideológicamente como desigualdades corporativas, culturales, lingüísticas, etc. Incluso, el sistema de desigualdades que separa al duce o führer o, en general, al líder carismático, del resto de los miembros de la comunidad mitológica, también será decisiva para su propia supervivencia. Hay dos consecuencias fundamentales que se derivan de esta particularidad del mito romántico en el seno mismo de la vida moderna y que son claves para analizar nuestro presente: En primer lugar, y también siguiendo aquí a Girard, el mito romántico restituye la función del chivo expiatorio que los mitos modernos necesariamente tienden a suprimir. La búsqueda de una víctima culpable de todos los males de la sociedad como forma de expirar una situación de crisis es consustancial al proceder fascista. Además, este chivo expiatorio tiende a ser un grupo poblacional débil o más o menos alejado del canon cultural principal de la comunidad. No hay culpa a la hora de ejecutar al chivo expiatorio, pues la culpabilidad recae sobre aquel de modo a priori, por el solo hecho de ser lo que es. A diferencia de las mitologías modernas que renuncian a encontrar un culpable natural, un culpable a priori, el mito romántico sale instintivamente a la caza del mal ominoso alentando la violencia mimética. Es importante aclarar que los mitos modernos también pueden conducir a procesos políticos profundamente violentos, pero la distinción está en el tipo de culpabilidad que recae sobre la víctima. En el mito romántico la culpabilidad es inmanente al ser del chivo expiatorio. En segundo lugar, el mito romántico supone un tipo de autoridad que se ejerce sin mediación, pues encuentra su fundamento en su propia existencia, es, por lo tanto, una autoridad nuevamente inmanente, como adherida a la propia mitología. Se trata, por lo tanto, pura voluntad realizada y su realización es consustancial a su supervivencia. La acción “de prepo”, dicho de un modo coloquial, es uno de sus rasgos típicos. Por lo tanto, no hay lugar para la conversación, la parlamentación, o la pluralidad de voces. Es unánime, con independencia del 4 apoyo popular que tenga. Se trata de un movimiento de vanguardia que se arroga para sí una legitimidad de origen permanente, ya que es previa a las instituciones que gobierna. Es una legitimidad originaria, como el mismo mito en el que se apoya. La voluntad se opone a parlamentos, procesos judiciales, auditorías, división de poderes, procedimientos administrativos, garantías burocráticas, legales o precautorias, o a cualquier cosa que se le parezca. La república como invención moderna le es ajena en su esencia. En este sentido, la autoridad fascista es preestatal, natural e inmediata, derivada del componente mítico. Este componente mítico cambiará de caso en caso, algunos buscarán en Rómulo y Remo, otros en la raza aria y la mitología germana, algunos, quizá, en el orden espontáneo preestatal de comunidades conformadas por individuos, familias y tradiciones, algo característico del anarco individualismo en donde la estatalidad es considerada una forma de perversión del estado natural. Sin embargo, como puede verse, esto es irrelevante al menos a los fines de la distinción aquí propuesta. Incluso resulta particularmente interesante cómo el mito romántico tiende a chocar y a desconfiar en un sentido profundo de instituciones estatales, civiles y eclesiásticas que pueden cuestionar la autoridad derivada de sí. El propio ejército moderno, o el sistema científico tecnológico, todos están sospechados de origen. En todos estos casos se da una particular paradoja: se suele exaltar el militarismo, o incluso el avance técnico, pero todo teñido de una mitología extravagante que linda con lo mágico y lo sobrenatural. Entonces, volvamos sobre la pregunta inicial: ¿hay atributos fascistas que van tomando centralidad entre las ideas políticas que convergen en torno al actual gobierno nacional? Es evidente que sí, incluso como pocas veces en la historia argentina, probablemente la única, una mitología romántica pretende ocupar el lugar de principal significante de la organización institucional de la nación argentina. A modo de resumen, se puede observar: un líder político “pagano”, que se aferra a un mito preestatal para dar fundamento a su identidad y acción política. Que desprecia abiertamente la república, el parlamento, las garantías constitucionales, legales y tramitaciones administrativas. Que es capaz de desobligarse en la aprobación de la ley de leyes administrando un presupuesto doblemente reconducido maximizando la arbitrariedad del poder ejecutivo. Que se arroga una refundación nacional sobre la base de un decreto de necesidad y urgencia. Que lesiona un pacto jurídico esencial del Estado argentino dejando de realizar las transferencias presupuestarias a las Provincias, siendo estas las unidades jurídicas preexistentes a la nación. Que fundamenta su poder y legitimidad sobre la base de la creación de chivos expiatorios en segmentos minoritarios y estructuralmente más débiles de la sociedad. Todo esto, además, proyectando una idea de unanimidad político-cultural de exclusión radical de lo diferente, legitimada por sí y a priori y con total independencia de su base electoral que, hoy, sigue sin superar el 30% del electorado. Es evidente que el gobierno actual no está ni cerca del nivel de violencia y de las atrocidades que el fascismo ofreció al mundo en la primera mitad del siglo XX. Esta distancia no puede desconocerse y merece ser aclarada. Pero ello no debe tapar los atributos cualitativos que otorgan novedad a la experiencia política que trajo el actual gobierno. Estos atributos cualitativos son previos al desarrollo de formas autoritarias específicas que, por cierto, no son 5 exclusivas de las ideas fascistas. Por otra parte, esta caracterización es relevante, porque este tipo de cosmovisiones pueden derivar con facilidad en formas mucho más violentas, dado que no hay mediaciones que puedan moderar sus fundamentos. En rigor, nadie sabe en qué medida los rasgos más violentos e irracionales de este tipo de cosmovisiones pueden salir a la luz si las condiciones materiales se tornan más críticas y urgentes. Finalmente, merece aclararse que una caracterización de este tipo no supone justificar una acción política que sea equivalente pero un sentido opuesto. Por el contrario, los estudios de opinión publica revelan con claridad que aún en tiempos críticos la gran mayoría de la población se identifica con las bases republicanas, democráticas y federalistas de la nación argentina, todas ideas que anidan en la propia fundación política del país. Puesto de un modo más amplio, la Argentina, en su historia, encarna un proyecto de modernización que, a escala americana, jamás sucumbió a la tentación romántica y, por esta razón, el término fascista siempre fue difícil de aplicar en este continente, más allá de las experiencias sangrientas como la última dictadura cívico-militar. Las bases culturales que construyeron la Argentina no parecen ser terreno fértil para las ideas románticas que en Europa prendieron como reguero de pólvora. Quizá, el sentido práctico de los americanos, la convergencia y combinación de múltiples culturas, el horizonte modernista que habita en nuestro pacto fundacional, incluso la amalgama de diferentes formas de modernización y la búsqueda de una modernidad sui géneris en América, puedan ser consideradas con las bases de esta refracción. En este contexto, con más razón, se jerarquiza el estudio atento de este tipo de procesos políticos considerando su distinción cualitativa, sobre todo porque parecen mostrar una situación novedosa orientada en un sentido opuesto a esta tendencia de fondo. Como lo indicara Hegel en su momento, el presente siempre supone un verdadero desafío, sino una imposibilidad límite, para el pensamiento y el equívoco está al acecho en cada una de nuestras hipótesis. No obstante, ello no nos exime de su ejercicio, sino que, al contrario, nos obliga a mejorar y aclarar en todo lo que sea posible el fundamento de nuestras ideas, tratando de comprender en lo esencial aquello que le da sentido al sacrificio que se propone ejecutar el programa libertario.

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