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  • Talleristas: soldadura o escoria

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 13/02/2025 10:53

    *Por José Luis Zampa Tallerista es la denominación que, en el universo del carnaval, reciben los idóneos encargados de darle foma al esqueleto metálico sobre el que se confeccionan los espaldares y tocados, elementos esenciales del ornato que cada pasista porta sobre sus espaldas durante las madrugadas de febrero y principios de marzo. Sobre tales bastidores se plasman las ideas concebidas por el diseñador, siempre de consuno con el propio bailarín, para que la magia de una metamorfosis de brillo y fantasía se corporice durante -apenas- un puñado de horas. En ese lapso, quien se atreva a enfundarse en estos trajes imparangonables se convertirá en una deidad del género fantástico hasta el alba, cuando la claridad del sol conjure el hechizo. ¿Cómo es que hierro, aluminio y hojalata pueden adquirir formas tan cautivantes? ¿De dónde sale la estructura que sostiene el refulgente halo colorado que caracteriza al Gauchito Gil de Ará Berá o la circunfrencia dorada que enmarca al Rey Sol de Sapucay? Todo se consuma en los talleres del carnaval, que no son solamente talleres, sino mucho más que eso. Algunos son verdaderos ateliers, palabra francesa de la cual proviene etimológicamente el vocablo "taller", que en este caso bien puede aplicarse como sinónimo dada la calidad artística de algunos talleristas, mas no de todos. Los hay talentosos consagrados a la calidad y la nobleza de materiales prolijamente seleccionados, pero también los hay oportunistas que se arrogan el título sin desplegar con la pericia necesaria tan enaltecedor oficio, al extremo de acelerar el proceso de fabrización apelando a chatarras acumuladas en algún patio trasero y sin medir la resistencia del trabajo terminado al momento de ser entregado (por el que se abonan -hay que decirlo- sumas con seis ceros o en divisa norteamericana). En los entresijos de la fenomenal constelación que orbita en derredor de la fiesta carnestolenda se aplica el antiguo apotegma peronista según el cual los ladrillos se hacen con barro, pero también con bosta. Y a la heterogeneidad de los talleristas le cabe este principio de la picarezca política. Para comprobarlo solamente basta con mirar cuántos espaldares se quebraron en pista durante las primeras noches de los Carnavales Oficiales. O cuántos pasistas quedaron en las puertas del corso, sin poder entrar porque sus trajes no llegaron a terminarse. Es cierto que los talleres están repletos de pedidos y muchas veces no dan abasto. También es cierto que de una estiba de varas, tubos y electrodos deben lograr la reproducción exacta de aquellos dibujos salidos de la frondosa imaginación de los diseñadores, pero todo depende del grado de compromiso con que se aboquen al trabajo. Si están a la altura del enorme acontecimiento cultural que es el carnaval, emergerán de sus manos creaciones trascendentales que vestirán la fiesta con atuendos inolvidables. De lo contrario, frustrarán el sueño de los comparseros que les confiaron sus ahorros de todo el año. Los talleristas son artistas escasos. Un poco herreros, un poco modistos, copian el cuerpo de los bailarines para crear el alma de cada atuendo con la exactitud milimétrica de un escultor hiperrealista, pero con la diferencia de que su obra no es estática sino todo lo contrario: se acopla a la silueta de los bailarines para configurar una integralidad única, pues el armaje en cuestión se convierte en la prolongación del cuerpo de quien despliega las deslumbrantes coreografías que se pueden disfrutar en el corsódromo. Entre las cuatro comparsas y las cinco agrupaciones que compiten en los corsos oficiales se puede ponderar un número tentativo de 5.000 pasistas de los cuales la gran mayoría utiliza estructuras metálicas. Todos ellos, necesariamente, acudirán a un especialista para materializar sus respectivos diseños. El problema es que se encontrarán con el gran cuello de botella de este apartado íntimo de la trastienda carnavalera: un número reducido de talleristas que actualmente no supera la decena, obviamente saturados por el aluvión de solicitudes. ¿Qué hacer entonces? Un experimentado dirigente apuntó a este columnista que una solución a mediano plazo puede ser estimular la escuela de carnaval que funciona bajo la órbita municipal para que funcione todo el año como un epicentro formador de disciplinas específicas. Si esa herramienta fuera fortalecida mediante la incorporación de interesados en el oficio de tallerista, la diversificación de la oferta obrará a favor de la economía de los pasistas según la regla de oferta y demanda. Hoy por hoy, con el carnaval en pleno curso, no queda más que reparar los espaldares a medida que se van rompiendo, aprender de los errores y tomar nota de tales sinsabores para no caer en el bluff de los impropios que confunden soldadura con escoria.

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