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  • La desaparición de Dagmar Hagelin, el primer crimen que expuso ante el mundo el plan genocida de la dictadura

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 13/02/2025 02:41

    Los documentos secretos que salieron a la luz en 2015 revelan en ese sentido como la primera reacción defensiva de la dictadura fue descalificar la nacionalidad sueca de Dagmar Hagelin Hubo que esperar 38 años y 13 días desde la desaparición de la joven sueco-argentina Dagmar Hagelin para que, en febrero de 2015, la Cancillería Argentina desclasificara los documentos secretos que revelaron las maniobras de encubrimiento montadas por la última dictadura para ocultar su responsabilidad en el crimen frente a los reclamos de sus familiares y, sobre todo, del gobierno de Suecia y la opinión pública internacional. Porque el secuestro de la adolescente de solo 17 años, perpetrado el 27 de enero de 1977 por un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada, fue el primero que, por su repercusión, desveló a los ojos del mundo en plan sistemático de desaparición de personas implementado por la junta militar después del golpe del 24 de marzo de 1976. La desaparición de Dagmar Hagelin puso en jaque a la imagen de moderación y respeto de los derechos humanos que pretendía mostrar la dictadura y obligó a Jorge Rafael Videla, en su carácter de presidente de facto, a mentir descaradamente en las cartas que intercambió con el primer ministro sueco Thorbioern Fälldin sobre la suerte corrida por Hagelin. Meses más tarde, en diciembre, los secuestros de las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet junto a otras personas entre las que se contaban tres fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo – Azucena Villaflor, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco - terminaría de derrumbarla. Por entonces faltaban todavía más de dos años para que una misión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) visitara el país e hiciera conocer al mundo un informe lapidario sobre las violaciones que se cometían en la Argentina. Hasta el secuestro de Hagelin, la dictadura no se había visto en una situación parecida, porque además de la reacción del gobierno sueco, los medios y personalidades de ese país y de muchas otras naciones europeas se unieron en los reclamos de solidaridad con la familia de Dagmar y con el resto de los desaparecidos. Los documentos secretos que salieron a la luz en 2015 revelan en ese sentido como la primera reacción defensiva de la dictadura fue descalificar la nacionalidad sueca de Dagmar, como si eso pudiera atenuar el escándalo. Lo demuestra el burdo argumento esgrimido por el entonces canciller argentino, vicealmirante César Guzzetti, ante el reclamo realizado por el embajador sueco en Buenos Aires: “Mire, embajador. Si nosotros consideráramos que Dagmar Hagelin es sueca, entonces el ochenta por ciento de los argentinos seríamos italianos o españoles… ¡Yo soy de ascendencia italiana! Si aceptamos la teoría de que ella es sueca, ¡yo soy italiano!”, le dijo. Una foto de la familia Hagelin junto a la foto de Dagmar Como eso no funcionó, el propio dictador Videla intentó negar la responsabilidad de la dictadura y dar vuelta la situación adjudicándole el secuestro a una “banda subversiva” y comparándolo con el atentado realizado por Montoneros contra el canciller Guzzetti poco después. Lo hizo en una carta dirigida al primer ministro sueco que fue incluida entre los documentos desclasificados: “El terrorismo, proclive siempre a la acción solapada, utiliza como armas predilectas los secuestros y los atentados. Días después el ministro Guzzetti fue víctima - una víctima más - de un atentado. También en este caso el terrorismo usó la vía artera y, al igual que en el caso de la señorita Hagelin, la identificación de los responsables resulta sumamente difícil”, le escribió. Cuando Videla envió esa carta por vía diplomática, tanto él como el resto de la junta militar sabían perfectamente qué había ocurrido con Dagmar Hagelin, víctima de un operativo ilegal de un grupo de tareas de la ESMA encabezado por Alfredo Astiz durante el cual la confundieron con una importante dirigente de Montoneros. El secuestro de Dagmar Dagmar Ingrid Hagelin fue secuestrada a las ocho y media de la mañana del jueves 27 de enero de 1977 cuando llegó a la casa de Norma Burgos, viuda del fundador de las Fuerzas Armadas Peronistas y dirigente montonero Carlos Caride, muerto en un enfrentamiento con la policía unos meses antes. La adolescente conocía a Burgos por la relación que ésta tenía con su padrastro, el abogado Edgardo Waissman, que había sido defensor de Caride. Dagmar y Norma se habían hecho amigas en Villa Gesell, durante las vacaciones de 1975. Por eso, ese 27 de enero fue a visitarla. el propio dictador Videla intentó negar la responsabilidad de la dictadura y dar vuelta la situación adjudicándole el secuestro a una “banda subversiva” No sabía que Norma Burgos había sido secuestrada la tarde anterior por el grupo de tareas 3.3.2 de la ESMA, comandado por Alfredo Astiz. Esa misma noche el grupo allanó la vivienda de Burgos en la calle Sargento Cabral 317 de El Palomar, en el Gran Buenos Aires, donde vivía con sus padres. Durante las torturas a la que la sometieron, Burgos reveló que al día siguiente la visitaría María Antonia Berger, una importante dirigente de Montoneros sobreviviente de los fusilamientos de Trelew. Astiz decidió entonces montar una ratonera en la casa. Dagmar era rubia, igual que María Antonia Berger, y al verla llegar a la casa los integrantes del grupo de tareas la confundieron con la dirigente montonera. Cuando tocó a la puerta le apuntaron con sus armas y la adolescente trató de escapar corriendo. Al verla correr, Astiz puso rodilla en piso, apuntó y disparó. La bala le dio en la cabeza y la derribó sobre la calle. La patota militar detuvo entonces a un taxi Chevrolet, patente C-086838, conducido por Jorge Eles, y la metieron en el baúl. Según algunos vecinos que presenciaron la escena, Dagmar estaba viva y lo suficientemente consciente como para intentar frenar la tapa del baúl con las manos cuando la cerraban. Luego se supo que la llevaron a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde fue vista todavía con vida por varios detenidos-desaparecidos que los marinos tenían allí. Para entonces es posible que Astiz y sus secuaces supieran que la chica a la que habían baleado y secuestrado no era María Antonia Berger y, en cambio, no supieran qué hacer con ella. Al verla correr, Astiz puso rodilla en piso, apuntó y disparó. La bala dio en la cabeza de Dagmar Hagelin y la derribó sobre la calle. Interviene el embajador Ragnar Hagelin, el padre de Dagmar, comenzó a preocuparse por ella a mediodía, porque habían quedado en almorzar juntos y la chica no llegó. Sabía que esa mañana su hija tenía pensado visitar a Norma Burgos y fue hasta la casa para preguntar por ella. Allí, el padre de la viuda de Caride y algunos vecinos le contaron que su hija estaba herida y había sido secuestrada por hombres de civil. La primera reacción del padre fue ir a la subcomisaría de El Palomar, la sede policial más cercana, donde el subcomisario Rogelio Vázquez le dijo que “había sido un operativo oficial de las Fuerzas Armadas”. Más tarde, en el Departamento de Policía de Morón le mostrarían un acta con fecha del día anterior, donde la Armada había pedido que le dejaran “área libre”, es decir una zona liberada para actuar sin interferencia policial. El viernes 28 a la mañana, Ragnar Hagelin se presentó en la Embajada de Suecia en Buenos Aires y pidió entrevistarse con el embajador Bertie Kollberg para pedirle que interviniera. Después de escuchar el relato de los hechos, el diplomático no perdió un minuto en poner manos a la obra para encontrar a Dagmar. Primero confirmó con la policía de Morón que, tal como decía Ragnar, se la habían llevado en un operativo de la Armada y después se comunicó con el canciller César Guzzetti para reclamar que la liberaran. Fue entonces cuando el marino a cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores le respondió que Dagmar Hagelin era tan sueca como él era italiano, y que por lo tanto la embajada no tenía razones para intervenir. Con ese argumento terminó de desatar un incidente internacional que dio lugar a los reclamos del primer ministro sueco, el presidente estadounidense James Carter y el papa Juan Pablo II, además de exponer el accionar ilegal de la dictadura a los ojos de la opinión pública europea. Fue entonces cuando Videla intentó sacarse el problema de encima y responsabilizar a una “banda subversiva” del secuestro de la adolescente. Ante la falta de respuestas creíbles Suecia retiró a su embajador en Buenos Aires y estuvo a un paso de romper relaciones diplomáticas con la Argentina. La verdad al desnudo A partir de ese momento, la dictadura mantuvo un hermético silencio sobre el paradero y el destino de Dagmar Hagelin. Recién en noviembre de 1979, con la liberación y la salida al exterior de algunas de las militantes que habían estado detenidas en la Escuela de Mecánica de la Armada comenzaron a conocerse otros datos ciertos. Las primeras en denunciar el plan sistemático de desaparición de personas que estaban perpetrando los militares argentinos fueron Ana María Martí, Alicia Milia de Pirles y Sara Solarz de Osatinsky en una conferencia de prensa realizada en París, donde además afirmaron haber visto a las monjas francesas en la ESMA. Dagmar Hagelin fue vista por última vez en la ESMA Otra de las liberadas fue Norma Burgos, que estaba exiliada en Madrid. El gobierno sueco la contactó y le pidió que declarara lo que sabía sobre la suerte corrida por Dagmar. El 13 de diciembre de 1979, Norma Burgos relató que mientras estaba detenida en la ESMA, pudo ver y hablar con la adolescente en tres ocasiones: la primera fue el mismo 27 de enero en que Dagmar fue secuestrada y nuevamente, dos o tres días después y al finalizar la primera semana de febrero. En las dos primeras oportunidades, contó, Dagmar se encontraba consciente en una camilla en la enfermería del sótano. Tenía una herida un poco más arriba del arco superciliar izquierdo, un derrame rojizo bajo sus ojos y no podía controlar esfínteres. Norma llegó a preguntarle cómo estaba y Dagmar le respondió que “a pesar de todo me siento bien”. La última vez que la vio fue en el tercer piso, al levantarse la capucha. Allí vio a Dagmar sola en una habitación, de pie y con un camisón o bata floreada. Aproximadamente el 10 de febrero, Burgos vio que la habitación en la que se encontraba Dagmar estaba vacía y que un custodio le dijo que había sido “trasladada”, no con otros prisioneros sino sola. Un caso especial En su testimonio, Burgos también dio indicios de que la Armada trataba a la adolescente sueca como un caso especial debido a la repercusión internacional que tenía. “A diferencia de otros casos que solían ser referidos en los diálogos entre los captores y entre estos y sus prisioneros, nunca nadie más hizo mención a la suerte corrida por Dagmar Ingrid Hagelin”, dijo en su declaración. Por último, aportó una prueba material contundente: todavía tenía en su poder la blusa que Dagmar tenía puesta cuando fue secuestrada y llevada a la ESMA. Después de mostrarla, se la entregó a Ragnar. Ni siquiera entonces, la dictadura asumió su responsabilidad en la desaparición de la adolescente de 17 años, sino que continuó mintiendo de manera descarada. El ministro de Relaciones Exteriores argentino, Carlos Washington Pastor, le envió una carta a su par sueco: “En cuanto a la presentación efectuada por Norma Susana Burgos ante funcionarios suecos, el Gobierno Argentino no puede más que hacer presente al gobierno sueco sobre el riesgo de ser involuntariamente perjudicado por una acción del terrorismo internacional, que pudiera estar valiéndose de Norma Burgos mediante algún tipo de coacción. En efecto, Norma Burgos - que nunca estuvo detenida - y que había estado íntimamente vinculada a elementos terroristas; colaboró voluntariamente, y de ello tiene pruebas el Gobierno Argentino, con las autoridades durante 1977 y 1978 por lo cual, cuando a comienzos de 1979 decide viajar a Europa las autoridades argentinas se lo facilitaron económicamente, haciéndose cargo de los pasajes aéreos para que Norma Susana Burgos y su hija viajasen hacia Madrid. Luego de casi un año y por motivos que el gobierno argentino ignora, intenta sorprender la buena fe del gobierno sueco con una declaración llena de falsedades, sospechosamente parecida a publicaciones aparecidas en medios europeos con anterioridad”, decía. Ragnar Hagelin continuó luchando hasta su muerte, en octubre de 2016, por conocer el destino final de su hija Dagmar Con esa carta, la dictadura hizo un nuevo e inútil intento de negar lo que ya era evidente para todo el mundo: que en la Argentina se estaban cometiendo sistemáticas violaciones a los derechos humanos y que Dagmar Hagelin se contaba entre sus víctimas. No se trataba solamente de los testimonios de Ana María Martí, Alicia Milia de Pirles, Sara Solarz de Osatinsky y la propia Norma Burgos, sino también los horrores descubiertos por la misión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que acababa de visitar el país. Pacto de silencio Ragnar Hagelin continuó luchando hasta su muerte, en octubre de 2016, por conocer el destino final de su hija. Alcanzó la leer los documentos desclasificados de la Cancillería Argentina sobre su caso, pero no llegó a saber que sus secuestradores y asesinos fueron finalmente condenados. El 29 de noviembre de 2017, la justicia argentina condenó a Alfredo Astiz y a otros 29 represores a prisión perpetua y en algunos casos a penas menores por los crímenes cometidos en el centro clandestino de detención, tortura y exterminio que funcionó la Escuela de Mecánica de la Armada, entre ellos la desaparición de Dagmar Hagelin. “Lamento que no haya podido llegar a ver este momento, pero es una alegría para toda la familia después de todos estos años en los que mi padre ha luchado y trabajado duro con el caso de Dagmar, con juicios, testimonios y viajes a Argentina”, dijo Jonathan Hagelin, su hijo y hermano de Dagmar, a la agencia sueca TT después del fallo. Cuarenta y ocho años después de su secuestro, las circunstancias del asesinato de Dagmar Ingrid Hagelin y el lugar donde se encuentran sus restos siguen siendo desconocidos. Es uno de los miles de secretos que los genocidas de la última dictadura siguen protegiendo con su pacto de silencio.

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