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  • La salud sexual de los varones adolescentes: mitos y tabúes sobre la masculinidad

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 13/02/2025 02:35

    Entre 12 y 13 años es la edad media del consumo habitual de pornografía (Imagen Ilustrativa Infobae) Hablar de la sexualidad masculina desde la infancia sigue siendo un desafío. En un mundo donde la educación sexual todavía carga con prejuicios, dogmas y silencios, los varones crecen en un limbo de desinformación, expuestos a mitos, esterotipias y modelos rígidos que configuran sus experiencias desde pequeños. Mientras la salud sexual femenina ha ganado algo de visibilidad en la agenda pública, la de los varones continúa relegada a la informalidad de conversaciones entre pares o a los mensajes distorsionados de la cultura digital y la educación sexual pornográfica. Entre 12 y 13 años es la edad media del consumo habitual de pornografía y son los varones quienes inician su educación sexual a través de la pornografía desde edades muy tempranas, según diversos estudios. Por ejemplo, en España más del 50% de los jóvenes han estado expuestos a contenido pornográfico desde los 6 años, según datos del Ministerio de Justicia. Esta exposición precoz distorsiona la comprensión del desarrollo y la sexualidad, fomentando percepciones erróneas sobre el cuerpo propio, la intimidad, las relaciones afectivas y los roles de género. Los varones enfrentan impactos psicológicos invisibilizados por el consumo de pornografía y violencia sexual desde edades tempranas (Imagen Ilustrativa Infobae) La pornografía no solo influye en las experiencias sexuales de los adolescentes, sino que también impacta en su imagen corporal y en la construcción de su identidad, modelando deseos y comportamientos sin una comprensión crítica de lo que ven, porque no tienen como elaborarlo. La violencia erotizada a través de imágenes cada vez más crueles y cruentas hace que los niños y niñas que las consumen, no solo tengan que lidiar con la falta de mecanismo de afrontamiento y elaboración psíquica de esta forma de agresión, sino que además, cuando este tipo de consumo se convierte en problemático, dañe su integridad con secuelas que pueden acompañar a lo largo de la vida. Gran parte del contenido pornográfico incluye representaciones violentas y degradantes, lo que puede contribuir a la normalización de conductas agresivas y desensibilizar a los varones frente a la violencia sexual. Muchos niños y niñas se encuentran expuestos a imágenes que no pueden procesar emocionalmente, pero que, sin embargo, comienzan a interiorizar como un modelo de lo que “debería ser” en la sexualidad. En redes sociales como TikTok o Instagram, proliferan contenidos que abordan el sexo sin filtros ni contexto, exhibiendo prácticas extremas, fetichismos y además el auge de los juguetes sexuales infantilizados, diseñados con colores llamativos y formas caricaturescas que banalizan el placer y refuerzan una erotización de lo infantil. Muchos niños y jóvenes se encuentran expuestos a imágenes que no pueden procesar emocionalmente, pero que, sin embargo, comienzan a interiorizar (Imagen Ilustrativa Infobae) Hay una tendencia creciente en la industria de los juguetes sexuales que infantiliza su diseño, utilizando colores pastel, formas de animales como conejitos, ositos o personajes caricaturescos, y una estética que recuerda a productos dirigidos a la infancia. Esta estetización del placer en clave infantil no es un fenómeno aislado, sino que se inscribe en una cultura de hipersexualización y una pedofilización del deseo. El problema de esta tendencia es profundo y simbólicamente inquietante: trivializa la sexualidad, difumina los límites entre el juego infantil y la exploración sexual adulta, y en algunos casos, legitima discursos perturbadores. En un contexto donde niños y adolescentes ya están expuestos a representaciones distorsionadas del deseo a través de la pornografía y las redes sociales, la infantilización de los juguetes sexuales añade aún más confusión sobre los cuerpos, el placer y las relaciones de poder. Este fenómeno evidencia cómo la industria del deseo explota ambigüedades sin medir las consecuencias psicológicas y culturales que pueden derivarse, reforzando imaginarios que desdibujan la frontera entre la sexualidad y la infancia. Vergüenza y culpa pueden rodear el desarrollo corporal masculino, afectando los vínculos afectivos (Imagen ilustrativa Infobae) La identidad y la subjetividad se construyen en un entramado de miradas, discursos y experiencias. Sin embargo, en el caso de los niños y adolescentes varones, estas miradas suelen estar marcadas por expectativas de masculinidad que fomentan el ocultamiento de las dudas y los miedos. Se espera que sepan, que descubran por sí mismos, que no pregunten demasiado y que oculten y se avergüencen de los signos de su desarrollo. Las erecciones, las eyaculaciones nocturnas y la masturbación suelen ser eventos que llegan sin acompañamiento, envueltos en secretismo y muchas veces en culpa, especialmente desde los discursos religiosos. Los niños y adolescentes van construyendo un conocimiento entre pares, se pasan información y muchas veces practican explotaciones que los llevan de vergüenza y culpa. La falta de un diálogo auténtico no solo afecta la relación de los niños con sus propios cuerpos, sino que también moldea la manera en que transitan el deseo, el placer y el consentimiento en la adultez. Si la sexualidad se vive en soledad y bajo el peso del juicio, difícilmente se podrán construir lazos afectivos y eróticos donde el otro no sea reducido a un objeto, sino reconocido en su alteridad. A esto se suma la falta de una mirada interseccional que nos obliga a pensar que no todas las personas viven su sexualidad de la misma manera. La experiencia de un niño con discapacidad es muy distinta a la de un niño que no la tiene; el acceso a información y a espacios de conversación sobre sexualidad no es igual para un niño racializado que para uno criado en un entorno privilegiado. La información en sexualidad previene abusos y violencias (Imagen ilustrativa Infobae) La construcción de la masculinidad tampoco es homogénea, los niños y adolescentes que comienzan a descubrir su orientación sexual pueden encontrar mayores dificultades en un entorno donde la heteronormatividad sigue siendo el modelo impuesto, lo que puede generar confusión, miedo, ocultamiento o represión. En este contexto, el bombardeo de contenidos en redes sociales agrega otra capa de complejidad. Los niños y adolescentes aprenden sobre su sexualidad en espacios donde el placer, la intimidad y el deseo se muestran en general desde una lógica de consumo y alto rendimiento. En TikTok, en Instagram, en la pornografía de fácil acceso, en narrativas que refuerzan estereotipos y distorsionan la experiencia real del encuentro con sí mismo y cuando crecen con el otro. Los niños se preguntan frecuentemente en consulta cómo será su primera polución y, en general, construyen ideas fantásticas y épicas sobre ese momento. Estas representaciones no surgen de un conocimiento biológico o afectivo, sino de lo que han visto y escuchado de otros compañeros y a través de las redes y el consumo de contenido digital. En estos espacios, la sexualidad se presenta muchas veces desde una lógica de exageración, donde la primera eyaculación es retratada como un hito de virilidad o un acontecimiento espectacular. Este imaginario puede generar expectativas desproporcionadas, ansiedad o incluso decepción cuando la experiencia real no se ajusta a las narrativas que han internalizado. La educación sexual desde la infancia es esencial para desmantelar narrativas de dominio y reconfigurar las masculinidades (Imagen Ilustrativa Infobae) En lugar de vivenciar su desarrollo de manera espontánea, muchos niños y adolescentes llegan a estos momentos con una carga de presión social y con una visión distorsionada de su propio cuerpo y placer, y la decepción puede ser enorme, lo que los lleva a sentirse como insuficientes o incapaces. La información no solo previene abusos y violencias (que, por otro lado, se desconoce la verdadera magnitud del abuso sexual hacia varones, especialmente por el estigma) sino que también permite que cada niño, sin importar su contexto, transite su sexualidad sin quedar atrapado en el mandato del silencio, la culpa o el machismo. No se trata de encauzar el deseo, con recetas y claves, sino de generar espacios donde su dimensión enigmática pueda ser pensada y nombrada. Para lograrlo, es fundamental que la educación sexual integral (ESI) deje de ser un tema relegado a la adolescencia y se incorpore desde la infancia con un enfoque progresivo y adaptado a cada etapa del desarrollo. La sexualidad comienza al nacer. La ESI es una herramienta clave para interrogar la construcción de la masculinidad, desmontar las narrativas de poder asociadas a la sexualidad y problematizar la relación entre deseo y dominio. Se destaca la importancia de un diálogo auténtico sobre la sexualidad en la familia (Imagen Ilustrativa Infobae) El desafío será reconocer que la sexualidad no se estructura en certezas, sino en la falta que la constituye. No hay un destino prefijado para el deseo, ni un modelo acabado de masculinidad al que aspirar. El sujeto infantil, en su devenir, se confronta con lo desconocido de sí mismo y con la imposibilidad de cerrar por completo el sentido de su propia experiencia. Tal vez, más que respuestas, lo que se necesita es sostener la pregunta abierta sobre el deseo, sin apresurarse a definirlo ni a domesticarlo. * Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.

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