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» Eldifusor
Fecha: 10/02/2025 15:10
Esas cuatro palabras le dan nombre a una canción del chileno Víctor Jara. Hace aproximadamente medio siglo, él fue una de las víctimas de la brutal represión del régimen Pinochetista. Murió cruzado por más de cuarenta balazos, sufriendo previamente un duro trance de torturas y humillaciones, más de sesenta fracturas óseas presentó su cadáver y sus manos fueron masacradas. La vida quiso que hacia el año 2010 haya sentido una inmensa emoción en el lugar y circunstancias menos esperados por mí. En ocasión de visitar la antigua ciudad de Rodez, que se encuentra en la región francesa de Aveyron, siendo invitado a desayunar frugalmente en el obispado de dicho lugar, me encontré colgado en la pared que guardaba las espaldas del obispo, un rústico tejido que decía “Deja la vida volar”. El introductor para la ocasión fue mi muy querido amigo cura católico llamado Bernard Quintard. Bernard, nacido en un pueblito de la zona llamado Saint-Félix-de-Lunel, había “misionado” en el Chaco argentino durante más de diez años y ejercía su rol sacerdotal bajo la expresa condición de no llevar en su cuello, lo que él llamaba “la cadena del perro”. Vestía, hablaba y se comportaba como un paisano más con una simpatía, amplitud cultural y profundidad admirables, y su especialidad lingüística era el occitano, antigua lengua de su lugar de origen. Alguien ha dicho que la vida de todos y cada uno de nosotros, más que la cronología exacta de los acontecimientos, se compone de los recuerdos qué tenemos vivos. Caprichosamente o no, esta cordial remembranza se me presenta como un contraste paradojal frente a las circunstancias que se viven en varios países del mundo y ahora en la Argentina, a raíz de la marcha del sábado 1 de febrero y los motivos y reacciones del gobierno frente a ella. El variado universo de significados y propósitos de los asistentes, más que una sola causa concentrada, expresan algo de moral social como lo que llevó a Víctor Jara a escribir aquellas cuatro palabras. Además, por supuesto, de simbolizar una protesta extendida por los ajustes económicos y afectaciones de los sectores más vulnerables. No se necesita mucha explicación para comprender que se movía allí la aspiración de una forma ética de vivir unos junto a otros, según lo que podríamos parafrasear como una sociedad “abierta” a lo Karl Popper o un sentido de libertad plural como la de Isaiah Berlin. En estos días se ha puesto de moda analizar el fenómeno político del avance de las extremas derechas como un signo de una cierta batalla cultural, que se estaría dando por parte de personajes rotundos y amenazantes, como líderes orientadores que quieren dar vuelta la media de la convivencia e imponer duramente la preeminencia de los poderosos y enérgicos frente a los débiles. En España, para reírse de intentos intermedios como por ejemplo el PP, que no tendría la energía de Vox se ha dicho de Feijóo: “ese tío, no asusta a nadie”. Vale decir que para ser un orientador social meritorio, es preciso amenazar y asustar con las palabras, los gestos y las acciones. Tales gigantes de las derechas extremas, dirigen la batalla cultural, para pulverizar las malas costumbres y las corruptelas de los “desviados y liliputienses”, a quienes debe curarse como enfermos. En eso radicaría su rotunda eficacia transformadora de los “vicios sociales”, dado que ellos son “puros”, ontológicamente puros, por ser enviados de Dios y tener un solo camino trazado que debe cumplirse a rajatabla. Sin embargo, hace poco tiempo Francis Fukuyama, sostuvo en una nota que escribió para el Financial Times, que el motivo del avance de algunas extremas derechas, no radica en esa batalla cultural, sino en el viejo conflicto económico de “lucha de clases” (Ver “No es la batalla cultural, idiota”, nota de opinión de Rodrigo Lloret publicada en Diario Perfil el 01-02-2025). Toma precisamente el caso de Donald Trump, afirmando que en un momento de su desarrollo el Partido Demócrata de EE.UU. y los sectores progresistas más ilustrados se alejaron de la clase trabajadora y sus reivindicaciones y se dedicaron a atender las aspiraciones de grupos identitarios valiosos pero minoritarios. De alguna manera esto coincide con un momento del capitalismo en el cual rompe su relación de equilibrio democrático entre el crecimiento del capital y el bienestar general de la sociedad. El mundo, a su vez, transita procesos de severa concentración tecnológica y económica, en desmedro de los trabajadores tradicionales y sus oficios y actividades, convirtiéndolos en “perdedores”. De allí la guerra de aranceles, la explotación de hidrocarburos, el retorno a las formas automotrices tradicionales y actividades manuales. Trump le habla así a los obreros norteamericanos de sus intereses directos, contra la invasión de los productos chinos o las manufacturas de maquila mexicanas y canadienses. Logra incluso la adhesión de sectores de la comunidad negra y latina radicados en firme en USA, planteando una agresiva política de exclusión de los sobrantes y de prohibición de nuevos ingresos de países periféricos. Nuestro nunca bien ponderado Presidente consiguió ganar a los zarpazos, a caballo del fracaso de las dirigencias tradicionales y corruptelas corporativas, una inflación desbocada y cansancio de gran parte de la población trabajadora argentina, es así que sus mejores diferencias se obtuvieron en el segundo y tercer cordón del conurbano y en la Villa 31 de la Capital, más otros sectores tradicionales. No dejaron de pensar lo que habían sido políticamente, sino que se cansaron de la falta de resultados y, pese a la enorme cantidad de planes asistenciales, sintieron amenazados su presente y su futuro y, en la encrucijada, optaron por dar el “salto al vacío”. La voz común era que aquí nadie cambiaba nada, que todo empeoraba y que el único que podía modificar, aun destruyendo indiscriminadamente, era el “enviado del Señor”. Desde entonces, el Gobierno invoca a ciertos fabulosos, gran parte del periodismo aplaude, la oposición es invisibilizada y nadie sabe a ciencia cierta si los progresos de la macroeconomía son tales y mucho menos cual será su resultado final, no sólo para el mundo financiero sino para la economía de producción y el consumo. Es un principio sabido que para distribuir es preciso al mismo tiempo crear riqueza. Nos hallamos ante un proceso en desarrollo, cargado de enigmas. No obstante, se asegura que las expectativas mayoritarias de opinión son favorables. Estamos situados en un tren fantasma que se mueve pero cuya próxima estación es desconocida. Nuestros deseos como argentinos son los mejores, pero al mismo tiempo deseamos defender nuestros valores morales y, reconociendo la importancia de la economía, seguimos abrazados a la convicción de que es mejor para todos vivir en un mundo cordial, respetándonos los unos a los otros y sin excluir a nadie, en una democracia institucional pluralista. Recordemos finalmente que grandes pensadores de la modernidad, por caso, Adam Smith y nuestro querido Alberdi, se dedicaban al estudio de las Ciencias Morales. Y abordaron la economía como uno de los aspectos importantes para contribuir al funcionamiento de una sociedad de progreso y bienestar. Y no al revés, como hubiera sido estudiar la sociedad para a hacer posible el enriquecimiento económico de sólo algunos de sus componentes. Ello significa que los motivó una finalidad solidaria, generosa y fraternal de la economía, valores que apreciamos y que aguardamos finalmente acompañen al futuro desarrollo de nuestro pueblo. Columna de opinión del Dr. Eduardo Aníbal Moro, abogado y político que por la UCR ocupó los cargos de vice gobernador del Chaco, senador nacional, presidente de la Legislatura provincial y ministro de Gobierno. Fuente: Nuevos Papeles Recibí las principales noticias en tu celular. Sumate a nuestro canal ! WhatsApp
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