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» El litoral Corrientes
Fecha: 09/02/2025 00:27
Hay que entender primero que en condiciones de “normalidad” es posible deducir ciertos comportamientos y convertirlos en tendencia. La evidencia empírica respaldará que cada vez que alguien pulsa un botón se inicia un procedimiento automático que genera un efecto absolutamente esperable. Si fuera el caso de un mecanismo físico todo tendría lógica y sería entonces razonable correr el riesgo de pronosticar ya que los grandes números validarían esta dimensión siendo muy obstinado suponer que cierto resultado no se verificará dado que casi siempre eso acontecerá. En el mundo de las conductas humanas, cuando lo que se pone en el centro de la escena es la interacción social, todas aquellas conjeturas clásicas caen en desgracia con contundencia. Es que los individuos no son lineales ni se movilizan siempre bajo las mismas dinámicas. Cada persona reacciona ante los diferentes estímulos de un modo diverso y eso complica cualquier proyección superficial. Alguien podrá afirmar que “en general”, frente a un hecho concreto, habitualmente sobreviene otro posterior, pero esa matriz no es estática y puede alterarse por diversos motivos muchos de ellos producto de aspectos que a veces no se pueden identificar con antelación con tanta claridad. Cuando a esa rebeldía intrínseca que la humanidad lleva en su ADN y que la hace capaz de mutar sin preaviso se le suma un cambio de época todo lo conocido merece ser explorado con la mente abierta. Eso no significa que la totalidad de lo sabido se modificará en esa circunstancia, pero sí precisa ser reconfirmado ante ese cimbronazo que interpela a las costumbres arraigadas. En esa coyuntura tan singular, todo lo que hasta ahí se hacía de una manera puede ser sujeto de una revisión. Una mirada desapasionada invitaría a ese ejercicio de chequeo integral permitiendo dudar de la continuidad de los paradigmas establecidos. Por algún extraño fenómeno ciertos personajes han ingresado a un círculo vicioso del cual parece muy difícil escapar. Están obsesionados con vaticinar tropiezos. Es tan delirante el circuito que repiten el ritual cometiendo los mismos errores. Cuesta imaginar que es lo que subyace para que reiteren yerros no solamente visto desde los resultados finales de esas elucubraciones sino también desde la insistencia con metodologías analíticas que impulsan a obtener conclusiones que luego no se cumplen en lo más mínimo. Quizás una suerte de tozudo empeño describa parcialmente ese esquema, o tal vez todo pase por otro lado mucho menos juicioso y más emocional. Es realmente muy desafiante descubrir el sentido de todo este absurdo anclaje que se duplica secuencialmente. Cualquiera sea el caso lo que debe quedar claro es que a la luz de lo que se puede visualizar los gurúes contemporáneos vienen fallando sin cesar. Insisten con mucha perseverancia en reincidir con sus desatinadas prácticas, encontrando siempre retorcidas interpretaciones para justificar sus disparates. No hay allí autocrítica alguna, ni tampoco un espíritu para recalcular formatos. Quizás tampoco existe allí honestidad intelectual. No les interesa mucho la verdad. En realidad, lo que esperan es que todo salga mal y por eso aspiran a capitalizar ese eventual tropiezo que no llegará jamás. En ese devenir estos patéticos “adivinos” van perdiendo catastróficamente su prestigio pasado y su credibilidad se derrumba a pasos agigantados. No parecen amedrentarse ante la elocuencia de sus planteos que naufragan sin atenuantes. La arrogancia emerge entonces de un modo inocultable. Casi como un berrinche infantil pretenden tener razón a cualquier precio y cuando no pueden demostrar su punto al incumplirse su predicción aparecen excusas o acusaciones ridículas como manotazo de ahogado para aportar falsos argumentos a sus ya indisimulables desaciertos. Tal vez no tenga retorno esa cuestionable actitud. No hay allí ningún apego ni respeto por la realidad, sino mala intención lisa y llana. Si hubiera algún atisbo de sinceridad la dignidad obligaría a reconocer que se omitieron aristas o que se cometió una equivocación a la hora de construir las hipótesis. Esperar que se modifiquen posturas tan obtusas no parece sensato. Es posible que esto no se corrija nunca y que los “hechiceros” se empecinen en seguir su derrotero. Sería deseable una rectificación al respecto, ya no por el papelón inercial constituido en espectáculo, sino por una necesaria evolución que quienes desean crecer deberían aceptar sin soberbia. Fracasar no es un problema cuando se está dispuesto a tomar nota del incidente involuntario y ajustar las velas para no perseverar en el error. Habrá que confiar en que al menos algunos pueden volver al redil de la sabiduría, esa que nace no de los aciertos sino del reconocimiento de los deslices como parte de un proceso de crecimiento personal y profesional.
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