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Concordia » El Heraldo
Fecha: 08/02/2025 10:51
Podemos ver que en el año 2024 hubo una macroeconomía en recuperación: superávit fiscal (0.3% del PBI), reservas en aumento (+ 37.6%), baja de la inflación mensual (menor a la esperada) y crecimiento de la recaudación en términos reales (135% interanual). Sin embargo, al mismo tiempo, la microeconomía atraviesa una crisis, con caída del consumo (7.4% interanual), salarios reales deprimidos (caída del 8.4% interanual), Pymes en dificultades (cerraron más de 16.500) y un aumento importante de la pobreza. El ajuste económico actual en Argentina está generando efectos significativos en la vida cotidiana de la población. A diferencia del 2001, donde el impacto fue repentino y explosivo, la crisis actual se caracteriza por un deterioro más gradual pero profundo del tejido social. La pobreza ya supera el 50% y la indigencia ronda el 10%, con un fuerte impacto en las clases medias, el empleo formal y el poder adquisitivo, especialmente por el aumento de la informalidad laboral y la suba de tarifas que afecta el gasto familiar. ¿Ahora es posible que en un país coexistan dos realidades económicas distintas? Una macro que muestra signos de mejora y una micro que experimenta un empeoramiento. Esta paradoja se da por la diferencia entre los indicadores que reflejan la salud de la economía en su conjunto y la realidad cotidiana de las personas y empresas. ¿Por qué puede suceder esto? En general, la mayoría de las veces cuando se logra una cierta estabilidad de las variables macroeconómicas (reducción del déficit fiscal, control de la inflación, mejora en el tipo de cambio o el superávit comercial), pueden reflejar una economía más ordenada, pero sus efectos positivos tardan en llegar a la vida diaria de la gente. Políticas de ajuste pueden mejorar la macro al reducir el gasto público o controlar la emisión monetaria, pero al mismo tiempo generar recesión, caída del consumo y aumento del desempleo en el corto plazo. Las políticas de shock, medidas drásticas para estabilizar la economía, suelen generar una contracción en la actividad económica (afectando la micro) antes de que se consoliden sus beneficios a largo plazo. O sea, generalmente hay una diferencia en el ritmo de recuperación: la macroeconomía suele mostrar mejoras a través de indicadores agregados que reaccionan rápido a ciertos cambios de política, mientras que la microeconomía depende de la recuperación del empleo, el poder adquisitivo y el crédito, que tardan más en reaccionar. Es un fenómeno frecuente en procesos de ajuste económico que convivan estas dos realidades. La pregunta clave es si el plan de ajuste que lleva adelante el presidente Milei logrará que la mejora macroeconómica se traduzca en un verdadero bienestar microeconómico en el mediano plazo o si, por el contrario, el ajuste terminará prolongando la recesión y profundizando el deterioro social. Para que la mejora macroeconómica se traduzca en un bienestar microeconómico sostenido, deben darse varios factores que permitan que el crecimiento económico “derrame” hacia la vida cotidiana de las personas y las empresas. Esto no ocurre automáticamente; depende de la calidad de las políticas implementadas y de la capacidad de la economía para generar empleo, mejorar salarios y sostener la actividad productiva. Los factores principales para que la mejora macro impacte en la micro son: recuperación del poder adquisitivo, reactivación del consumo interno, generación de empleo y reducción de la incertidumbre. ¿Ahora, qué pasa si esto no ocurre? Si la mejora macro no se traduce en mejoras microeconómicas, se puede generar un ciclo de “estabilidad sin crecimiento”, donde la economía está ordenada en términos fiscales y monetarios, pero el desempleo, la pobreza y la desigualdad aumentan, generando malestar social y debilitando la sostenibilidad del propio modelo económico. No todos los planes de ajuste económico en el mundo han sido exitosos a largo plazo. Existen varios casos en los que, a pesar de haber estabilizado algunos indicadores macroeconómicos, las economías no lograron una reactivación sostenida o incluso quedaron atrapadas en ciclos de estancamiento. Aquí menciono algunos ejemplos: Argentina (década de 1990 - Plan de Convertibilidad): Estabilizó rápidamente la inflación después de la hiperinflación de los 80, pero la rigidez cambiaria, el endeudamiento externo y la falta de competitividad industrial terminaron en la crisis de 2001-2002. Jamaica (programa del FMI desde 2013): Logró mejoras fiscales y estabilidad monetaria en el corto plazo, pero el crecimiento económico fue bajo y la pobreza persistió. Zimbabue (2000-2020): Tras políticas de ajuste fiscal, controló la inflación temporalmente, pero en el largo plazo enfrentó recesión crónica, altos niveles de pobreza y desempleo estructural. Diversos factores pueden contribuir al fracaso de los planes de ajuste económico, entre ellos: la focalización exclusiva en la reducción del déficit fiscal sin estrategias claras de crecimiento, la persistencia de problemas estructurales sin resolver, la falta de credibilidad y confianza en las políticas implementadas, la ausencia de medidas para mitigar el impacto social y la influencia de contextos internacionales adversos. O sea, si el ajuste funciona, podría estabilizar la macroeconomía y sentar bases para el crecimiento a mediano plazo, como ocurrió en Chile (1980), Grecia (2010-2015), Irlanda (2008) o Brasil (2015-2016). Si fracasa, podría derivar en mayor recesión, conflictividad social y un nuevo ciclo de crisis política y económica, como ocurrió en nuestro país en el 2001. Hoy, Argentina tiene más experiencia en lidiar con crisis recurrentes, pero enfrenta un contexto internacional menos favorable que en la poscrisis de 2001-2002. El éxito o fracaso del ajuste dependerá de cómo se implementen las políticas, si están acompañadas de medidas para promover el crecimiento y la inclusión social, y de la capacidad para sostener la cohesión social en medio de la crisis.
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