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  • Inmortales sin Dios

    Parana » AIM Digital

    Fecha: 04/02/2025 12:14

    Michael Huemer es un pensador insólito: por una parte se declara ateo; pero por otra demostró de manera que todavía no pudo ser del todo rebatida que somos inmortales. Huemer no necesitó de dios ni de sus representantes en la Tierra para su demostración; tampoco el hinduismo necesita dioses para sostener que lo que es nunca dejará de ser. El Bhagavad Gita, uno de los mejores compendios de la doctrina perenne, dice: "Lo que no es jamás ha existido y lo que es nunca careció de la existencia". Huemer, profesor de 55 años de la universidad de Colorado, Estados Unidos, materialista y ateo, intenta probar esa sentencia del "Yoga del conocimiento" -aunque es ajeno a la sabiduría oriental- mediante reflexiones apoyadas en la filosofía y en el cálculo de probabilidades. El argumento de Huemer se funda entonces en el razonamiento lógico, con algunos presupuestos a los que no todos estarán dispuestos a conceder validez. El Universo, para Huemer, es eterno e infinito hacia el pasado y hacia el futuro; una idea que concibieron con limitaciones algunos filósofos griegos, que expuso Séneca en Roma, que le costó muy cara a Giordano Bruno al comienzo de la modernidad europea y que reapareció en el eterno retorno de Nietzsche. Huemer admite que la ciencia entiende actualmente que el universo tuvo inicio en el Big Bang, pero la misma ciencia no descarta que antes hubiera otros universos que dieron lugar a la singularidad de que proviene todo; es decir el infinito hacia el pasado es posible, como también hacia el futuro. Si el pasado y el futuro se prolongaran indefinidamente y, como también dice el Gita, los universos brotaran y se siguieran unos a otros como las burbujas en las olas del mar, necesariamente habría repeticiones; es decir, lo que existió en un universo volvería a existir en otro no importa cuánto tiempo después. Huemer distingue entre teorías permisivas y restrictivas de la personalidad. Las permisivas son las que admiten que quien existió una vez puede existir de nuevo; las restrictivas consideran que solo se existe una vez y nada más. Acá Huemer hace intervenir el cálculo de probabilidades. Concluye mediante operaciones matemáticas que la probabilidad de que yo exista ahora, dentro de las teorías restrictivas es nula en un universo infinito. Y sin embargo, como existo, debe ser porque las teorías permisivas están en lo cierto; es decir, cada uno de nosotros puede existir más de una vez. Huemer demuestra que si consideramos que pudimos existir en un ciclo anterior y podremos existir en un ciclo posterior el cálculo de probabilidades no muestra contradicciones: como quiere el Gita, la existencia estaría garantizada desde siempre para siempre. Sin embargo, hay un peligro de error al tratar con cantidades infinitas. Por ejemplo, la serie 1;2;3;4… de los números naturales es infinita y alguien podría pensar que la serie 2;4;6… de los números pares es la "mitad", ya que le faltan los números impares; pero no es así, porque a cada uno de los números de la primera serie se puede hacer corresponder uno de la segunda: contra la intuición, contra el sentido común, la conclusión es que las dos series son igualmente infinitas. Al temor a dejar de percibir, a la descomposición del ego y del cuerpo, a la muerte en definitiva, que muy posiblemente esté impulsando por debajo estas especulaciones, se le opone el horror de la inmortalidad. En el cuento "El inmortal" de Borges el tribuno militar romano Marco Flaminio Rufo, tras escuchar el relato de un soldado moribundo sale a buscar un río que confiere la inmortalidad a quien bebe de su agua. Cansado y medio muerto de sed, encuentra un cauce y bebe sin saber que es el río que buscaba. Se vuelve inmortal pero pronto descubre viendo la conducta de los habitantes de la Ciudad de los Inmortales que la inmortalidad es una condena insoportable. Busca salir de esa situación y lo consigue tras penosa búsqueda bebiendo de otro río, que devuelve la mortalidad. Ve entonces que una pequeña herida sangra y celebra agradecido dos dones de la vida perecedera: resignación y olvido. De la Redacción de AIM.

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