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  • El trágico adiós de la mujer de voz angelical que tomaba un jarabe para vomitar, pesaba cuarenta kilos y padecía anorexia nerviosa

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 04/02/2025 02:52

    Karen Carpenter tomaba hasta 90 pastillas por día, entre laxantes y anfetaminas, se provocaba el vómito con jarabe de ipecacuana y seguía una rutina física exigente con un entrenador personal que no la dejaba ni en las giras (Ron Howard/Redferns) Su voz es casi todo lo que queda de ella en el universo. Aunque están, también, sus huesos. Polvo que canta. Porque esa voz angelada ilumina el aire. Sobre todo a los que somos de esa época, escucharla nos sobrecoge y eriza la piel. Podría vivir todavía, tendría 75 años. Pero Karen Carpenter era un ser alado triste, transparente, que había dejado de comer y solo se alimentaba de sus gorjeos maravillosos. Esta es la dramática historia de cómo un ser con un talento especial, una de las mejores voces de los años ‘70, se convirtió en alguien profundamente infeliz. Al punto de ver su imagen tan distorsionada que la piel y el alma se le secaron por dentro. En el año 1975 los lectores de la revista Playboy la eligieron como la mejor baterista del año. Curiosamente fue ese mismo año que alcanzó a pesar solo 41 kilos La exigida niña cantora Karen Anne Carpenter llegó al mundo el 2 de marzo de 1950, en New Haven, en el estado de Connecticut, Estados Unidos, dentro de una familia de clase media. Tenía un hermano tres años mayor, Richard Carpenter. Sus padres, Agnes Reuwer Tatum (entonces 35 años) y Harold Bertram Carpenter (42), eran metodistas. Agnes era quien llevaba las riendas de su casa y quien detentaba el poder familiar absoluto. Karen pasó su vida buscando ser aprobada por ella. Agnes era estricta y exigente mientras que Harold compartía con sus hijos la pasión por la música. Los tres disfrutaban, en el sótano de la casa, de la colección de discos de Harold. Fue en ese tiempo que los hermanos se volvieron inseparables. Richard se reveló enseguida como un talentoso para el piano. Agnes lo detectó de inmediato e insistió que debían mudarse a California para que su hijo pudiese desarrollar sus habilidades. Pusieron la casa en venta y, en 1963, se instalaron en Downey, cerca de Los Ángeles y de los estudios musicales. Fue durante la secundaria que Karen descubrió su fastidio con la geometría, las ciencias exactas y la gimnasia. A ella también le gustaba la música como a su hermano. Pasó a formar parte de la banda del colegio donde comenzó a tocar la batería. Después de su graduación se unió al coro de Long Beach State. Su extraordinaria voz llamaba la atención. En 1965 Con Richard y un amigo llamado Wes Jacobs formaron una banda de jazz: Richard Carpenter Trio. Tocaban en boliches de Hollywood. En 1966 ganaron un importante concurso musical de jóvenes talentos, Battle of the Bands, que se llevó a cabo en el Hollywood Bowl. Eso trajo aparejado su primer contrato con la discográfica RCA. Pero las cosas no prosperaron y no pudieron hacer ningún disco por lo que Wes Jacobs abandonó el grupo. Richard tenía fe en el potencial de la voz de Karen. Estaba convencido de que su hermana era un diamante en bruto: era contralto, poseía una voz angelical perfecta con registros bajos. Se esmeró e hizo para ella arreglos musicales que pudieran explotar al máximo esas virtudes. Sus canciones parecían estar fuera de todo catálogo de la realidad. A fines de los años 60 y comienzos de los 70 la sociedad entera vibraba al son de los reclamos sobre la guerra de Vietnam. Armaron otro grupo llamado Spectrum con John Bettis, pero volvieron a fracasar. Bettis también los abandonó. Richard, con la ayuda de su madre, consiguió que sus demos circularan por distintas empresas discográficas. Un día la suerte tocó la puerta. Herb Alpert, fundador de A&M Records, les prestó atención. Les gustó mucho lo que hacían. Comenzó el éxito en abril de 1969. Encima les dieron libertad de acción absoluta. Fue el mismo Alpert quien les sugirió grabar la canción (They long to be) Close to you. El tipo sabía. Esa canción llegó al número uno del ránking en 1970. Luego vinieron los Grammy. Los hermanos eran un suceso en el mundo musical. Ya todos hablaban de ellos y Karen se convertía en la belleza etérea que endulzaba los oídos. Luego llegaron Top of the World, Please Mr Postman, We´ve only just begun, There´s a kind of hush… clásicos que hoy pertenecen a todos los tiempos. Sus giras las llevaban por el mundo, ganaron un Oscar a la mejor canción original e incluso, a pedido del presidente Nixon, llegaron a cantar en la Casa Blanca en 1972. Top of The World - Karen Carpenter Los ricos también lloran Karen ya tenía suficiente dinero para hacer lo que quisiera. Sobre todo pretendía vivir sola. Su madre dominante se opuso. Dentro de esa casa solo se hacía lo que ella decía. La familia de clase media ideal no era lo que el mundo creía. Intramuros había tristeza en dosis enfermantes. Richard había empezado a tomar sedantes hipnóticos para combatir su persistente insomnio. Karen padecía una angustia. Eso sí: los discos se vendían como el pan. La prensa estaba tras ellos. A Karen lo que dijeran la afectaba. Comentaban que era “rellenita” o “gordita”. Con su propia inseguridad a cuestas, esos adjetivos empezaron, literalmente, a matarla. De a poco iría muriendo. Empezó cuanta dieta se le cruzó por delante y aumentó la cuota de ejercicio físico. A las giras viajaba con su personal trainer. La obsesión por la imagen que daba crecía a la par que su fama. Había encontrado una manera de bajar de peso: comía y, luego, abusaba del jarabe de ipecacuana para provocarse vómitos. Además, empezó a consumir otros laxantes. Llegó a ingerir hasta noventa pastillas por día. A la par de sus desórdenes alimenticios, en 1975, fue elegida por los lectores de la revista Playboy como la mejor baterista del año. Pesaba por entonces 40 kilos. El mundo la escuchaba embelesado, ¿nadie veía lo evidente? En 1979 Richard tuvo que ser internado en la clínica Quaaludes para tratar su adicción a los somníferos. El mánager de Karen, Jerry Weintraub, la convenció para que no perdiera ese tiempo y que grabara un disco como solista. Los ejecutivos del sello discográfico le bajaron el pulgar. No funcionó y perdieron medio millón de dólares. Pero lo cierto es que detrás de ese veto de la empresa estaban los celos de Richard que lo había boicoteado. Entre la madre excesivamente controladora, sin una vida propia y un hermano enfermo de envidia, su existencia era un infierno. Nadie se ocupaba de lo que ocurría dentro de la Karen profunda. Para su madre Agnes eran los caprichos de una chica exitosa. Solo eso. Karen siguió introduciendo en su cuerpo venenos que la secaban por dentro. Los medios habían empezado a tratarla de “rellenita” y “gordita”. Insegura, comenzó a verse como no era. Ya por el año 1973 presentaba síntomas de graves desórdenes alimenticios (Gijsbert Hanekroot/Redferns) El amor ausente y la negación Fue en una gira Europea que sus adicciones quedaron expuestas. En una farmacia parisina pretendió comprar montañas de laxantes. A su vuelta fue enviada a Nueva York para una consulta con un experto en desórdenes alimenticios llamado Steven Levenkron. Él armó una reunión familiar que terminó pésimo. Fue incomprendido en la importancia que pretendió darle al tema. No querían ver la raíz del problema: Karen requería contención. Cada vez la joven se desmayaba más y no podía con su cuerpo. Andaba triste y desangelada cuando se enamoró locamente de Tom Burris. Él era separado, trabajaba en el negocio inmobiliario y era bastante más grande que ella. Pero, una semana antes del ansiado matrimonio, se confesó: tenía hecha una vasectomía por lo que no podría tener hijos. Karen soñaba con hijos. Se atacó al punto que quiso suspender la boda. Pero Agnes lo impidió: las invitaciones ya estaban enviadas y sería un escándalo muy contraproducente para su carrera, esgrimió. Se casaron en 1981. Agnes empujaba a Karen a sus abismos. El casamiento fue un gran error: Burris lo hacía por dinero, estaba tapado de deudas y anhelaba la fortuna de su mujer. Una vez casados comenzó a burlarse de Karen diciéndole que era una bolsa de huesos. Un año después sobrevino el divorcio. El 20 de septiembre de 1982 Karen debió ser internada en un hospital en Nueva York para ser alimentada por vena. Con el tiempo pudo volver a consumir alimentos sólidos, pero vivía mintiendo. Decía siempre que había comido. Por otro lado, no concurría a las playas ni se ponía traje de baño para evitar ser mirada. Su flacura despertaba horror. Fue nominada en la lista de la revista Rolling Stone entre las 100 más grandes cantantes de todos los tiempos, pero para las fotos ocultaba siempre sus escasos kilos debajo de montañas de ropa. Había aprendido a simular, era una experta fingiendo. Nadie tenía que ver que ya no tenía pechos ni carne alguna sobre sus huesos. El 16 de diciembre de ese mismo año volvió a Los Ángeles. Desconsolada por su fracaso amoroso se refugió en el trabajo. Con su hermano grabaron lo que sería su último LP: Made in America. Durante la promoción del disco dieron un reportaje a la BBC. La periodista le preguntó si era verdad que Karen sufría “la enfermedad del adelgazamiento”. Karen lo negó. Sus conductas destructivas continuaron. Provocaban un deterioro irreversible en su músculo cardíaco. Karen estaba escuálida, era un alambre moviéndose sobre las tablas. Karen Carpenter nunca había tenido demasiada autoestima; su madre, según señalan todos sus biógrafos, tenía debilidad por Richard. Para cuando los Carpenter comenzaron a grabar su primer disco, en 1969, pesaba 50 kilos Trinos de tristeza La noche del 3 de febrero de 1983 Karen durmió en la casa de sus padres. Al día siguiente tenía que firmar los papeles de divorcio. La recorría una pena infinita. En la mañana del viernes 4 de febrero su madre Agnes escuchó un golpe proveniente del piso superior. Subió corriendo. Desplomada en el suelo estaba lo que quedaba de su joven hija de 32 años. En la casa de Downey afuera estallaba el sol. Dentro se había desatado la tormenta final. Agnes llamó a los gritos a Harold quien intentó revivir a su hija Karen con la ayuda de la casera. Mientras, la ambulancia iba en camino. La llevaron al Hospital Downey Community donde veinte minutos más tarde la declararon fallecida. El médico forense Ronald Kornblun fue el responsable de realizar la autopsia para certificar la causa. Al profesional le llamaron poderosamente la atención las marcas de agujas que presentaba el cuerpo Karen. Eran las pruebas contundentes de que había sido alimentada por vena en los meses previos. El reporte llevó el número N° 83-1611 y sostuvo que el motivo de la muerte fue “irregularidades en los latidos causados por desequilibrios químicos asociados con la anorexia nerviosa”. Lo cierto es que el jarabe de ipecacuana del que la víctima abusaba disminuyen los niveles de potasio y puede producir arritmias y que el corazón se detenga. Los padres rechazaron de cuajo el informe forense. Dijeron que en el departamento de Karen no había rastros ni frascos vacíos de ipecacuana. Richard también aseguró que su hermana nunca consumió ninguna sustancia que pudiera dañar sus cuerdas vocales, admitió que solo tomaba laxantes “para regular el peso”. Eso se llama negación. Karen tenía anorexia nerviosa. La familia de Karen había suprimido la existencia de un problema evidente en cada escenario. Algo que estaba a la vista del mundo que observaba impávido el declive físico de Karen Carpenter. Close To You - Karen Carpenter Su eterno legado Con el tiempo, artistas como Madonna, K.D.Lang y Shania Twain han reconocido la influencia musical de Karen Carpenter en sus carreras. Hubo un disco en homenaje al dúo para el que se unieron varias bandas musicales y que llevó por título Si yo fuera un Carpenter. En 1988 se lanzó la película The Karen Carpenter Story, dirigida por Joseph Sargent y, también, aunque no figura en los créditos, por el propio hermano de Karen, Richard. La actriz que la encarnó fue Cyntia Gibb y en el filme se cuenta su vida y su batalla contra la anorexia y la bulimia en una versión light de la tragedia. Más picante fue la realizada por Todd Haynes en 1989: Superstar: The Karen Carpenter Story. Protagonizada por muñecos (Karen es una Barbie), narra una versión crítica de la familia y de su entorno: Richard es mostrado como un explotador ególatra y como el hijo preferido de su madre mientras Karen es una enferma sometida por la industria cruel, una familia voraz y la prensa amarilla. Esta película casi no pudo verse: Richard Carpenter le hizo juicio a Haynes quien no poseía los derechos para reproducir las canciones. La justicia mandó a destruir las copias y, en 1990, salió de circulación. En 2010, un libro reconstruyó la tragedia de Karen: Pequeña chica triste: la vida de Karen Carpenter, de Randy L. Schmidt. Resulta una mirada más amable sobre la familia. Pero hubo varios libros sobre su historia que fueron viendo la luz entre los 150 millones de discos vendidos en todo el mundo. La epidemia de los trastornos alimenticios siguió su curso en el planeta y continúa haciendo estragos en el presente. Más del 90 por ciento de los afectados son mujeres y se calcula que hoy el 9% de la población femenina mundial sufre algún tipo de desorden de la alimentación. La falta de alimento daña neuronas, provoca fatiga y pérdida de la menstruación, debilita los huesos, afecta la concentración, produce anemia severa y lastima al corazón. Durante ocho larguísimos años Karen experimentó este trastorno peligroso. Pero poco se hablaba por entonces de bulimia y anorexia. Verse gorda frente al espejo, vomitar lo que habíamos ingerido con ansiedad extrema, eran moneda frecuente para las chicas que transitábamos la adolescencia por esos años en los que se sabía tanto menos que ahora. Para muchas, incluida la que escribe esta nota, la muerte de Karen Carpenter fue un shock y un aviso con grandes letras rojas. Con eso no se juega. Con esa conducta podés morirte. A veces, funciona el susto; otras, no alcanza. Hace 42 años Karen fue fagocitada por la angustia del espejo. Nos quedó la maravilla de su voz.

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