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  • El Barça se encasquilla y el PSG asoma en el horizonte

    » Diario Cordoba

    Fecha: 30/01/2025 00:08

    Con esta Champions convertida en guillotina emocional está logrando Aleksander Ceferin, gerifalte de la UEFA, corromper el sueño de la Superliga del que no quiere despertar Florentino Pérez, con Joan Laporta al otro lado de la cama. La última jornada de la liguilla, con 16 de los 18 partidos sufridos al unísono y con combinaciones cambiantes que hacían las delicias de los adictos a las estadísticas, rescató ese extraño placer perdido de obtener impactos atávicos. Y nada es más adictivo que el miedo al abismo. Sea ahora o en la siguiente curva del cruce. En el horizonte de octavos del Barça asoman tres equipos a los que ya se ha enfrentado esta temporada, Benfica, Mónaco, Brest; y, sí, el bendito PSG de Luis Enrique y Dembélé. El Barcelona, aunque sabía que mucho no le cambiaría la vida si lograba arrebatar la primera plaza al Liverpool más allá de ese dinero que tanta falta hace en la caja de caudales del Camp Nou, intentó ir a por ese liderato. No hubo más que ver cómo Lamine Yamal celebró el primer gol frente al Atalanta en un momento en que el Liverpool ya estaba perdiendo en Eindhoven. Montjuïc entró en combustión. Pero los de Gasperini, orgullosos, acabaron por incrustar al Barcelona en la segunda plaza. No lo pasó bien Hansi Flick, más que inquieto tras un primer tiempo en que los de Bérgamo apenas dejaron salir a los azulgrana del centro del campo. De ahí que el técnico alemán pegara un alarido que acompasó la mar de bien la perfecta ejecución del contragolpe tramado por su tridente ofensivo en el 1-0. Porque Lewandowski, más fino fuera del área que dentro, desplegó una pasarela a Raphinha; porque el brasileño hizo lo correcto, es decir, ceder inmediatamente el balón a Lamine; y porque la estrella adolescente, del todo indescifrable para los zagueros del Atalanta, desencajó primero la cadera del portero Carnesecchi, y después dejó turulato al central Kolasinac, al que lo vio todo desde el cogote del delantero del Barça. Lamine Yamal, en una acción del partido. / Associated Press/LaPresse. LAP Aunque Gian Piero Gasperini, a sus 67 años y tras casi una década dirigiendo a la Atalanta, sólo sabe vivir a tumba abierta. Es bonito vivir así. No hay rival que condicione el ideario de La Dea, capaz de atormentar al Barça al amanecer –incluso vio cómo le anulaban un gol a Zappacosta por fuera de juego– y que, una vez se vio en desventaja, supo reaccionar alcanzando por dos veces el empate. Tuvo chicha la cosa. Fue Ronald Araujo, el responsable del 2-1 tras cabecear una formidable asistencia teledirigida por Raphinha, quien propició que el Atalanta tomara tanto el primer gol como el segundo. En ambas ocasiones el central uruguayo no acompañó a sus compañeros cuando estos tiraban la línea del fuera de juego. Ederson lo aprovechó en el 1-1 con un disparo desde fuera del área, y Pasalic fue quien agradeció el desliz del defensor azulgrana en el 2-2. Araujo se quedó con el brazo levantado, reclamando a saber qué. Araujo, antes de la disputa de la Supercopa de Arabia, se veía fuera del Barça. Y tras la lesión de Iñigo Martínez se encontró con un nuevo contrato sobre la mesa, un mejor salario, y un puesto de honor en un equipo del que es el capitán. Lució el brazalete otra vez en la Champions, un torneo que la temporada pasada le dejó marcado después de que Luis Enrique decidiera que el camino más sencillo para que su PSG pasara por encima del Barça pasaba por aprovechar las carencias del uruguayo. Mal recuerdo. Todo ello empañó el desempeño azulgrana tras el descanso, cuando tanto Lamine Yamal como Raphinha se quedaron a un palmo de batir a Carnesecchi. Suspiró también el portero del Atalanta cuando Lewandowski, que se encontró solo en el punto de penalti, controló tan mal un balón que casi se cae de cabeza. El Barça se encasquilló al final. No pudo enhebrar su séptima victoria en la Champions y permitió que el Liverpool acabara líder. Salvó, claro, la trampa de los dieciseisavos. Aunque desde allí asoma amenazante el PSG. Qué retorcido todo.

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